El mayor mercado de América Latina opera entre el miedo a los contagios y el descenso en los clientes
TELESUR. «El golpe fue muy fuerte. Nos ha afectado el ámbito económico y social. En cuestión de salud, todavía peor. Tenemos un trabajador enfermo y sufrimos una baja». Antonio Elicea tiene 50 años y lleva 20 trabajando en un puesto de venta de productos lácteos de la Central de Abasto de la Ciudad de México. Sus palabras resumen el sentir de muchos de los empleados del mercado mayorista más grande de América Latina: han visto a compañeros enfermar o morir por COVID-19, tienen miedo de contagiarse, pero están obligados a exponerse. Su mayor temor no es el coronavirus sino quedarse sin empleo en un país en el que el 42% de la población, más de 50 millones de personas, son pobres.
El pasillo en el que trabaja Elicea tiene actividad, pero sin el flujo masivo de antes de la pandemia. A pesar de la reducción en el número de clientes, hay lugares en los que resulta difícil mantener la distancia de seguridad recomendada y no todas las personas llevan cubrebocas.
Las ventas de la central bajaron de forma drástica desde que el gobierno decretó la emergencia sanitaria, el 21 de marzo. Ahora confían en la reapertura promovida por el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que llama a la desescalada a pesar de que el número de contagios y fallecidos se incrementa cada día.
El ejecutivo federal ha promovido un sistema de semáforo por el cual, según el color en el que se sitúa cada estado, puede abrir determinados negocios. La Ciudad de México se mantiene en rojo, con el mayor número de restricciones. Sin embargo, muchas personas se han adelantado a este sistema y ya han comenzado a hacer vida normal.
«Ahorita parece se empieza a reactivar la economía. Pero sí está afectando bastante, va a tardar cinco meses para que se pueda reactivar», dice Elicea, que está al frente de un negocio con 28 trabajadores. Su antecesor en el cargo, Tomás Gómez, falleció el 25 de abril víctima de un posible COVID-19. «Hay dos hipótesis. Los familiares lo manejan como neumonía. El hospital lo quería manejar como Covid19. Al final, el acta de defunción decía que era neumonía», explica. En México hay familias que se niegan a que los doctores certifiquen los fallecimientos como coronavirus para poder inhumarlos siguiendo las tradiciones o por miedo al estigma.
La Central de Abasto ocupa un espacio de 327 hectáreas en la alcaldía de Iztapalapa, el principal foco rojo de COVID-19 en la megalópolis.
Diariamente, 90.000 personas trabajan en este megamercado por el que diariamente pasan hasta medio millón de personas
México llevaba registrados 175.202 casos de coronavirus y 20.781 defunciones a 20 de junio. De ellos, 7.438 contagios y 920 muertos corresponden a esta delegación de la capital, donde viven cerca de dos millones de personas.
En total, cerca de 600 trabajadores han dado positivo a coronavirus y seis resultaron fallecidos, según Héctor Ulises García Nieto, coordinador general de la central, que explica que desde el 26 de abril se realizaron cerca de 3.000 pruebas, pero podrían ser más. Tomás Gómez, por ejemplo, no entraba en las estadísticas del funcionario responsable del mercado. Diariamente, 90.000 personas trabajan en este megamercado por el que diariamente pasan hasta medio millón de personas.
México nunca decretó cuarentena obligatoria, aunque sí cerró los negocios no esenciales. Esto solo afectó a una pequeña parte de la central. Se impusieron restricciones a los accesos, pero cerrar no era una opción. De aquí sale el 80% de lo que se come en la zona metropolitana del Valle de México, donde viven 22 millones de personas. Para evitar contagios, el mercado cierra de 18 a 24 para sanitizar. Además, se instalaron controles de temperatura en los accesos y un sistema de detección temprana que García Nieto asegura que se va a exportar a toda la Ciudad de México.
«Aquí seguimos funcionando. La gente ha seguido comiendo. Calculamos una baja de la demanda del 20% en el consumo de lo que tradicionalmente reparte la central, pero ahora nos estamos recuperando», dice García Nieto. Todavía no tiene un cálculo de pérdidas en millones de pesos. Según afirma, estas vienen de lo que dejaron de consumir bares y restaurantes, que llevan cerrados desde mediados de marzo.
«Las ventas bajaron entre el 60% y el 80%. Hubo días que no se vendió nada», se queja Sofía Medina, de 42 años, empleada en un negocio de dulces en la zona de abarrotes. Dice la mujer que «los que vivimos al día tenemos que trabajar, porque el gobierno no nos apoya».
Asegura que muchos de sus compañeros enfermaron. «Me da miedo. Un vendedor que tenemos está hospitalizado y entubado. Yo misma me enfermé al principio. Tuve temperatura y se me fue el olfato y el sabor durante tres semanas», afirma. En su caso, la tienda cerró únicamente una semana, entre el 4 y el 10 de mayo.
En un principio, el subsecretario de Salud y vocero para abordar la pandemia, Hugo López-Gatell, consideró que el pico de contagios en México podría ser el 8 de mayo. Sin embargo, luego readecuó sus cálculos y reconoció que estos se habían visto sobrepasados. Muchos comerciantes clausuraron sus negocios durante esa semana mayor y luego reabrieron, sin tomar en cuenta si los contagios habían disminuido.
«Está muy difícil, porque toda la gente tiene miedo, mucha gente no quiere venir a comprar y las ventas han bajado demasiado», dice Wendy Dalavis, empleada en un abarrote en el que se venden embutidos y lácteos. Reconoce que en su pasillo hubo enfermos y fallecidos, pero se muestra aliviada de que el coronavirus no haya golpeado a su familia.
«Tenemos miedo del empleo, que nos digan ¿saben qué? vamos a cerrar. ¿Pues de qué vamos a vivir?»
La gran preocupación para ella es el bolsillo. «La gente que viene se ha reducido mucho, un 60%. Un sábado normal estaría lleno de gente, vienen familias enteras. Pero ahora no. Tenemos miedo del empleo, que nos digan ¿saben qué? vamos a cerrar. ¿Pues de qué vamos a vivir?», se pregunta.
Su esposo, vendedor informal en los pasillos de la central, se quedó sin trabajo.
«Yo era la que sostenía la casa», dice. Cobra 3.000 pesos (133 dólares) por quincena. De ahí tenían que alimentarse ella, su marido, sus tres hijos y, además, pagar la renta de la casa.
La curva de contagios en México sigue incrementándose. Sin embargo, los trabajadores anhelan la normalidad. Su alternativa es enfrentar el riesgo de contagiarse o arriesgarse a que el bolsillo no alcance a final de mes.