Cuando Trujillo humilló a Ramfis
Farid Kury
Rafael Leónidas Trujillo Molina era un hombre dado a su familia. Aunque parezca extraño el Jefe era capaz de mandar a matar a una persona y minutos después jugar con sus nietos o conversar con sus hijos con el mayor amor del mundo. Se trata de la naturaleza dual de los humanos.
Su debilidad era Ramfis. A Ramfis lo visualizaba como su heredero político. Lo veía como el miembro de la familia llamado a mantener el imperio económico y político que había construido con mucho tesón y energía. Ese era su mayor anhelo.
Se había empeñado en mimar y preparar a Ramfis. Desde pequeño había tratado de enrumbarlo por el camino de la milicia, designándolo en puestos militares como jefe de la Aviación, e incluso como Jefe de Estado Mayor Conjunto de Aire, Mar y Tierrra. El Jefe entendía que esas funciones debían despertar en él ambiciones por el poder.
Pero el destino de Ramfis era otro. En Ramfis, pese a ser el niño mimado de su padre, y de vivir fastuosamente en una dictadura que no tenía límites en ningún aspecto, sobre todo cuando se trataba de beneficiar al dictador y a su familia, nunca tomó cuerpo la ambición de ser algún día el heredero político del régimen.
Su pasión se inclinó por otros linderos. Hay actitudes y comportamientos que se heredan, que son genéticas. Ramfis, para disgusto de Trujillo, no heredó de su padre la ambición por el poder. Lo que sí heredó fue la conducta asesina.
Trujillo, que era un zorro, fue percatandose de eso, pero no se lo atribuyó a que Ramfis no les gustaban las faenas del poder, sino a que no tenía el carácter, la aptitud ni las condiciones para mandar. En pocas palabras lo veía como un inepto.
Y eso lo mantenía disgustado y si se quiere amargado. Al final intuía que sus días estaban ya contados y le mortificaba que su querido hijo no estuviera preparado para darle continuidad a su régimen. Para él, eso era una derrota.
En ocasión de Ramfis cumplir los 28 años de vida iba a darse un acontecimiento que pondría de manifiesto lo que Trujillo pensaba de Ramfis. Mario Read Vittini, un hombre por mucho tiempo ligado a Trujillo, en su libro “Trujillo de cerca” dedica tres páginas a ese acontecimiento.
Se trató de una fiesta que Trujillo dedicó a su hijo en «Hacienda Fundación» de San Cristóbal. Cuando la fiesta estaba en su buena, el Jefe tomó el micrófono y arrancó a hablar. Los presentes pensaron que iba a felicitar a su hijo y dedicarle palabras amorosas. Pero no. Lo que el hombre dijo iba a generar un gran desasosiego en Ramfis y prácticamente pondría fin a la fiesta.
Mario Read Vittini, presente en la fiesta y por pedido de Trujillo tomó notas, consigna para la historia lo dicho por Trujillo:
“Señores: nos encontramos reunidos aquí, esta noche, para celebrar la entrada en la edad viril de mi hijo mayor, Ramfis…Con este motivo ustedes tienen razón para pensar que yo soy un padre feliz. Pero yo tengo que confesar que no es así. Que mi hijo, Ramfis no es el hombre que yo esperaba y hubiera deseado. Que él no es hombre calificado, porque no reúne las condiciones necesarias para recibir el legado que algún día le corresponderá. Que tomen nota los que vayan a escribir mañana la historia dominicana”.
Todo el mundo quedó atónito. Ramfis se quedó tranquilo pero su disgusto era notorio. Trujillo, que no era un hombre de echar atrás, tras una pausa de breves segundos, remachó con palabras aún más contundentes:
“Ustedes podrían decir que yo estoy equivocado, o que soy injusto, por la apariencia de su posición, pero no es así, yo me he tomado muy especial cuidado de examinar su conducta, de probar su carácter desde que era un niño y de observar sus actitudes y sus reacciones y estoy seguro de que no me equivoco. Estoy seguro de que él no sabrá hacerse digno de las responsabilidades que alguna vez habrán de tocarle. Y yo, no podía dejar de manifestar esta justificada creencia mía en la hora en que está entrando en la edad viril, aunque sin esperanzas de que su actitud cambie ni su carácter se fortalezca”.
Eran palabras muy duras para Ramfis. Parecía que Trujillo llevaba mucho tiempo reprimiendo el deseo de expresarlas. Y conociendo lo teatral y planificado que era no cabe duda de que el escenario fue escogido de manera consciente. El Jefe quería desahogarse y quería hacerlo en público. Quería que se supiera lo que él pensaba de Ramfis.
Al terminar Trujillo su perorata Ramfis tomó el micrófono y visiblemente irritado ripostó:
“Señores ustedes acaban de escuchar lo que ha dicho mi padre. Solo él pudo haber dicho lo que dijo, sin recibir el peso de mi reacción. Solo él puede juzgarme de esa manera sin que yo le correspondiera como sería de rigor. Pero mi padre me ha juzgado mal porque mi padre está equivocado. Y está equivocado, porque mi padre no me conoce. Porque nunca me dio la oportunidad de tener una verdadera relación de padre a hijo con él, porque nunca pude acercarme lo necesario a su persona, porque siempre estaba muy ocupado y él no conoce mi verdadero carácter, porque nunca se relacionó conmigo como lo hace cualquier padre. Por eso él no puede tener una visión clara de quien soy y cómo soy. El no conoce ni mi carácter ni mis condiciones personales. Por eso dice que no seré capaz de manejar con dignidad el legado que él me deje, pero ustedes serán mis testigos, el día en que la historia me llame, de que yo sí sabré hacerme digno del gran legado de gloria que mi padre me deje”.
En el fondo esas contundentes palabras, bien hilvanadas, constituían una severa recriminación del hijo que se sentía herido frente a la imprudencia de su padre de juzgarlo en público como un hombre inepto e incapaz de darle continuidad a su legado.
Pero Trujillo, peleador por naturaleza, no eludió lo que ya se estaba convirtiendo en una pelea de palabras duras entre padre e hijo. El público seguía perplejo en silencio. Entonces, sigue diciendo Mario Read Vittini, el Jefe tomó de nuevo el micrófono y remachó:
“¿Ustedes lo oyeron? Qué más quisiera yo que fuese como él dice. Qué más puede querer un padre como yo. Pero el equivocado es él, no yo. Yo sí me tomé todo el trabajo de examinar su conducta, de verlo constantemente de cerca desde su más tierna infancia; de observarlo cuidadosamente y de proveerlo de todos los medios necesarios para su desarrollo adecuado, pero tengo que reiterar que desde sus primeros años observé sus debilidades de carácter, su temperamento evasivo, de cierta irresponsabilidad”.
Inmediatamente terminó sus palabras Ramfis se paró y visiblemente molesto abandonó la fiesta. Se sentía, con razón, humillado, ultrajado, maltratado, nada menos que por su padre, por el cual, pese a las palabras dichas minutos antes, él sentía amor y hasta veneración. En realidad, ningún padre debe dirigirse de esa manera a un hijo. Y menos, mucho menos, en público.
Pero al margen del malestar que las palabras duras de Trujillo pudieron causar en su hijo Ramfis, las mismas eran una evidencia clara de que el Jefe sabía estudiar el carácter y el temperamento de los que les rodeaban.
A diferencia de muchos líderes dominicanos, aun de hoy, con ellas el Jefe demostraba poner especial atención al importante factor de la personalidad, que es el conjunto del temperamento y el carácter, a la hora de evaluar las potencialidades y cualidades de una persona, sea ésta un amigo o un posible colaborador de su gobierno.
Las palabras de Rafael Leónidas Trujillo Molina no parecían dichas por un dictador, y un dictador sanguinario como era él. No parecían dichas por un hombre arrollado por la pasión del poder. No. Esas palabras parecían dichas por una persona dedicada al estudio del comportamiento humano. En pocas palabras, por un psicólogo que conocía el valor del carácter de las personas en las tomas de decisiones. No es por casualidad que nuestros historiadores coinciden en señalar que Trujillo conocía muy bien la psiquis del dominicano.