Cuba: Lecciones de una guerra inconclusa
Iroel Sánchez.
“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época…” (Marx y Engels dixit). En la época del imperialismo, es cosa sabida, son las de la burguesía, clase social con el poder y la hegemonía en el capitalismo globalizado, en el que Estados Unidos funge como hegemón global
Esa hegemonía se construye y reproduce a través de vías de formación de consenso social como los sistemas educativos, productos de la industria cultural, medios de comunicación, organismos internacionales, instituciones religiosas y de gobierno y la academia, en un proceso mucho más complejo que lo que podemos describir en este espacio. La llegada de internet, lejos de disminuir, ha fortalecido las hegemonías preexistentes cuando, como promedio, las personas pasan más de seis horas diarias en la red de redes, y el acceso a los recursos tecnológicos y financieros para influir más allí, junto a las contadas empresas que controlan esos espacios, responden a las mismas relaciones de clase, dominación y acumulación preexistentes en el mundo físico.
La contradicción capitalista entre el trabajo (cada vez más social) y el capital (cada vez más concentrado), se expresa en internet en su uso cada vez mayor por miles de millones de personas frente a una apropiación crecientemente concentrada en un puñado de empresas de los datos que esas personas generan. La brecha digital (acceso) se va cerrando, mientras la brecha cultural (capacidad para producir y posicionar contenidos de más influencia) se va ampliando.
En Cuba, la transición socialista, a contrapelo de esa hegemonía capitalista, enfrenta grandes desafíos y desventajas muy particulares, con respecto a otros países que, al igual que nosotros, no comparten la permisividad hacia el dominio estadounidense y/o desarrollan proyectos socialistas: una cultura joven, una independencia recién conquistada, una población poco numerosa con una lengua hablada por 540 millones de personas más en la que la industria cultural asentada en Miami ha ido adquiriendo una influencia creciente como productora de gustos, modos, necesidades y aspiraciones, especialmente entre jóvenes y adolescentes hispanohablantes.
La clase burguesa dependiente derrotada en Cuba en 1959, y asentada en el sur del estado de la Florida, ha aprovechado esas características, en alianza con las instituciones gubernamentales estadounidenses, para buscar influencia al interior de la sociedad cubana, como por ejemplo, con el control que ejercen desde allí sobre la difusión internacional de la música latina.
El hecho de que en internet se borren las fronteras y se facilite con ello entrenar, articular y pagar personas al interior del país, le ha permitido, a la estrategia de cambio de régimen que preconizan, capitalizar los efectos sociales de un momento particularmente complejo (pandemia y guerra económica recrudecida) y encontrar la empleomanía al servicio de esos planes entre la minoría que al interior de la Isla carece de escrúpulos para resistirse a hacerles el trabajo sucio a quienes les pagan pero los desprecian.
A lo anterior se suma la llegada masiva de los residentes en Cuba a las redes sociales digitales, un escenario colonizado antes por personas nacidas aquí pero residentes en otros países, que están sometidas a un bombardeo constante de información negativa sobre su país de origen. Sufren el impacto de un discurso prácticamente unánime de los medios de comunicación hegemónicos, junto a la influencia de la industria cultural capitalista con su imposición de paradigmas anticomunistas.
A esta situación, ya de por sí muy desfavorable, se suma la articulación en las redes sociales digitales con las webs financiadas contra Cuba desde Estados Unidos y sus colaboradores en la Isla. Son emisores de un mensaje en esencia idéntico, pero dirigido de manera diferenciada a prácticamente todos los sectores de la sociedad.
Este desafío solo puede ser superado desde Cuba con la combinación de la formación masiva de un receptor crítico y el fomento de habilidades para participar en la creación de contenidos, junto a la difusión de producciones que, con códigos contemporáneos, sean portadoras de los valores que defendemos. En ese sentido, el despliegue del servicio de datos móviles, con el incremento en alcance e inmediatez de los procesos en el espacio digital y su previsible impacto en el mundo físico, no fue suficientemente acompañado de una transformación radical para potenciar ambos aspectos.
La revelación en 2011, por Wikileaks, del cable del 15 de abril de 2009, del jefe de la Sección de Intereses de EE.UU. en Cuba, Jonathan Farrar, que proyectaba una nueva contrarrevolución con énfasis en jóvenes artistas y blogueros, había anunciado a dónde se dirigía el reclutamiento para el nuevo escenario.
Florecieron proyectos en internet dirigidos a la articulación de los sectores mencionados por Farrar, desde valores contrarios a la Revolución. El incremento de medios digitales financiados desde el exterior de los últimos años, no enfrentó un mínimo crecimiento de espacios comunicacionales, que abordaran, sistemáticamente, aspectos de la guerra cultural y comunicacional, ni como nuevos medios ni como nuevos espacios dentro de los medios tradicionales. Esos temas, por lo general, fueron abordados hasta finales del año 2020, desde blogs y otros espacios y no en los medios de comunicación de la Revolución.
Combinando eficazmente, en las narices de instituciones cubanas, becas, eventos y publicaciones, y aprovechando nuestros vacíos, Estados Unidos logró avanzar en Cuba en la edificación de consensos en el discurso público de la economía, el derecho, la comunicación y el tratamiento de periodos históricos como la república burguesa neocolonial y los años iniciales de la Revolución. Sus proyectos en la web dotaron de una máscara aparentemente teórica al discurso contrarrevolucionario, y se esforzaron en promocionar una sociedad civil virtual que ha acompañado, desde sus títulos académicos, los intentos de legitimación de las acciones dirigidas a la inducción de un golpe blando desde finales del año 2020.
No es un secreto que, en línea con el citado cable de Farrar, la relativamente numerosa masa de creadores del arte y la literatura existente en Cuba, parte significativa de cuya producción no encuentra realización económica al interior de nuestras fronteras y busca, como sus colegas de otros países, insertarse en los circuitos internacionales, ha sido blanco de chantajes y presiones por la maquinaria mediática financiada desde EE.UU. Aquellos colaboradores de la estrategia subversiva que, con la bandera de la libertad de expresión, gestaron una protesta ante el Ministerio de Cultura y lograron arrastrar tras de sí a personas honestas, actuaron, de modo consciente o no, en defensa de su interés económico, que ya no puede renunciar a los ingresos o la celebridad provenientes de esos proyectos. Cierto que hoy están desacreditados y desenmascarados, pero que hayan podido inicialmente presentar otro rostro y embaucar a más de uno, es también el resultado de nuestras manquedades.
En paralelo, en los campos del consumo cultural más masivo y mercantil, como ha ocurrido con algunas figuras del reguetón, la actuación combinada de las maquinarias de seducción (mercado de Miami) y de terror sicológico (conjunto de nuevos medios e influencers surgidos durante el gobierno de Trump) han permitido que la estrategia de guerra cultural cuente con líderes de opinión cubanos a su servicio. En ese escenario, la ausencia de debate sistemático sobre estos asuntos permitió que el pequeño grupo de personas conectado con la estrategia estadounidense se mostrara como abanderado de la libertad de expresión y de la lucha contra la censura frente al “Estado represor”.
El punto de inflexión que ha significado el 11 de julio de 2021 en nuestro accionar recogió sus primeros frutos en la derrota, el pasado noviembre, de los planes imperialistas para provocar un baño de sangre en el país. Terminaron en la desarticulación de buena parte de su quinta columna aquí. Esto ha sido posible, en la peor de las circunstancias económicas y cuando arrastramos aún mucho de burocrático en nuestro funcionamiento institucional, por la oportuna información al pueblo, el surgimiento de nuevos espacios revolucionarios de comunicación física y mediática y la movilización popular, sobre todo de los jóvenes, en defensa de la Revolución, demuestra que por más recursos con que cuenten nuestros enemigos, lo decisivo es lo que hagamos nosotros. Ahora bien, lo que permitirá hacer nuestra victoria irreversible, además de la sostenibilidad económica, es la consolidación de nuestra contrahegemonía en el campo de las subjetividades.
No se trata de que se ha pasado a la ofensiva y ya no hay peligro de retroceder. Por enorme que sea el capital político de la Revolución y las reservas éticas que esta ha sembrado en el pueblo, las duras lecciones de los últimos años debemos asimilarlas para comprender que la hegemonía no es un producto final, siempre el mismo, terminado; sino un proceso que implica relaciones, hostilidad, enfrentamientos de muchos tipos, en espacios o instancias que hay que conquistar diariamente.
Resulta urgente e imprescindible que seamos capaces de producir y reproducir una contrahegemonía (en oposición, ruptura y superación de la hegemonía burguesa que nos llega en su versión más mediocre vía Miami). Esto debe traducirse en la producción –consciente, planificada, organizada, pensada, proyectada, creadora, multilateral– de gustos, deseos, anhelos, costumbres, hábitos… que reproduzcan el socialismo cubano –como etapa de transición hacia el comunismo–. Hay que consolidar la hegemonía del socialismo cubano en todas las instancias de la vida; para lo cual es imprescindible movilizar todos sus espacios, todas las organizaciones, todas las instituciones revolucionarias de la sociedad civil. Una batalla en la que la comunicación social se ubica hoy en el centro de la contraofensiva de ideas