Del bullshit a las fake news

Pascual Serrano

Cuando oímos hablar de desinformación, inmediatamente pensamos en fake news y bulos, pero es importante aclarar que los formatos de la desinformación son más amplios y, sobre todo, más sutiles.

Los expertos en información de datos Carl T. Bergstrom y Jevin D. West explican en su libro Contra la charlatanería. Ser escéptico en un mundo basado en los datos (Capitán Swing) cómo los caminos de la desinformación son variados y que, incluso, salpican a ese mito moderno de la información neutral e impoluta que son los datos.

Ellos recurren a un término anglosajón, bullshit, de difícil traducción al castellano, pero que podría ser algo así como “engañar de forma disimulada”. Puede ser intencionado o no, pero se diferencia de las fake news en que no se trata de una mentira deliberada.

Los ejemplos de bullshit son tan diversos como antiguos. Desde la falta de contexto para situar un hecho o afirmación, a recurrir a determinada redacción interesada para promover un estado de opinión ante el hecho informado. Ni siquiera ese nuevo mantra del periodismo objetivo que son los datos se libra del bullshit.

Se puede manipular y engañar sin mentir con los datos, basta hacer comparaciones perversas, gráficos tramposos o elegir periodos de tiempo premeditadamente subjetivos. Los autores del libro dedican todo un capítulo al engaño que se puede encontrar en las informaciones científicas, todas ellas bien aderezadas de datos y estadísticas impactantes.

Y no olvidemos la publicidad. Todas las legislaciones que se van aprobando contra la publicidad engañosa solo sirven para ir mejorando las técnicas y la sutileza de las campañas para, al final, seguir vendiendo gato por liebre.

El objetivo del libro de Bergtrom y West es formar a los lectores en la detección del bullshit, es decir, poder neutralizar las estrategias desinformativas a las que nos enfrentamos cada día y en cada momento que observamos la televisión o leemos una noticia. No es exagerado decir que eso es fundamental e imprescindible en una democracia: tener unos ciudadanos capaces de defenderse de la desinformación.

Durante décadas, a los niños y jóvenes se les enseñaba en los colegios e institutos a redactar noticias, maquetar periódicos o preparar programas de radio. Había cursos de periodismo donde los jóvenes aprendían técnicas periodísticas. Pero pocos de esos alumnos terminarán ejerciendo de periodistas en el futuro. Lo que sí serán todos es consumidores de noticias, quizá lo que deberían incorporar nuestros programas educativos es cómo defenderse de las noticias en lugar de cómo aprender a hacerlas.

Los ciudadanos somos todos los días víctimas de desinformaciones, engaños, manipulaciones, es decir, el bullshit, y nadie nos ha formado para detectarlas, contrastarlas y neutralizarlas.

Lo decía ya The New York Times en 2016: “El Gobierno de los Estados Unidos debería enseñar a la gente a saber cuándo están siendo manipulados. En las escuelas, y a través de las ONG y de campañas de servicio público, deberían entrenar a los estadounidenses para que obtengan las habilidades básicas necesarias para ser consumidores inteligentes de los medios de comunicación, y también para que sepan verificar si los artículos de prensa y las imágenes están mintiendo”.

Hablaban de los engaños en la prensa, han pasado seis años y nos han atropellado las fake news, los bulos en las redes sociales y hasta los gobernantes que tienen como bandera la posverdad.

Es más, se ha implantado un relativismo sobre el concepto de la verdad, un nihilismo ante los hechos probados, un conspiracionismo tribal contra la ciencia. Como señala Byung-Chul Han en su libro Infocracia (Taurus), “en la era de las fake news, la desinformación y la teoría de la conspiración, la realidad y las verdades fácticas se han esfumado”.

La crisis de la verdad hace que la fe en los propios hechos se tambalee. Si las afirmaciones y las opiniones que no respetan la verdad se acogen a la libertad de expresión, terminamos convirtiendo la libertad de expresión en una farsa, porque ya ha desaparecido toda conexión con los hechos y las verdades contrastables.

No nos pueden salvar los medios de comunicación, porque hace tiempo que solo nos generan desconfianza. Hasta parece que señalarlos y acusarlos está siendo el discurso político más rentable para cualquier populismo y falta de argumentos políticos.

La alternativa solo puede venir de rebobinar en el proceso, por difícil que parezca, volver a unas aulas donde se enseñe a defenderse de la manipulación y el bullshit, a expertos que desvelen las estrategias de manipulación para que sepamos crear anticuerpos, a colectivos –similares a los de la defensa de los derechos humanos– que enarbolen la defensa de la verdad como principio del periodismo.

Pero la realidad es que cada día nos enfrentamos más a vendedores de posverdades que a defensores de verdades.

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