El poder de los vínculos
Antoni Gutiérrez – Rubí
Aunque parezca paradójico, los «lazos débiles» tienen una enorme fortaleza y relevancia para la política democrática. En 1973, el sociólogo Mark Granovetter definió los vínculos sociales como conexiones entre individuos, diferenciando entre «lazos fuertes», que representan relaciones íntimas y cercanas (como amigos y familiares), y «lazos débiles», que incluyen conexiones no tan próximas (como conocidos y contactos profesionales distantes).
La teoría de Granovetter sostiene que los «lazos débiles» desempeñan un papel crucial en la difusión de información y oportunidades a través de redes personales, por ejemplo, para encontrar empleo. Así, mientras que los fuertes tienden a ser redundantes en términos de información (ya que los miembros suelen compartir los mismos contactos y conocimiento), los débiles actúan como puentes entre grupos sociales diferentes y proporcionan acceso a información diversa.
Si extrapolamos la teoría al contexto de un territorio, estos «lazos débiles» suelen formarse entre comunidades de vecinos que no interactúan frecuentemente de manera profunda, pero que se conocen y comparten espacios. Por ejemplo, momentos comunes, como saludarse en un patio delantero o, llevándolo más lejos en políticas públicas, con la instalación de bancos en una plaza, o jugando al ajedrez en una mesa de un parque, trabajando en huertos comunitarios, bailando o caminando en grupo… Lograr aumentar este tipo de vínculos permite hacer del espacio público un catalizador para el diálogo y la formación de conexiones y, también, para trazar itinerarios de desarrollo comunitario.
Crear condiciones para que se generen más de estos «lazos débiles» ya sea en el espacio público o en las redes para romper esas burbujas que limitan nuestra visión del mundo, es clave para tener una buena salud democrática. Tan débiles en sus formas como fuertes para la salud democrática.