Elogio a la ternura

Por Higinio Báez.

Nadie ha muerto nunca totalmente. No me aferro a su recuerdo porque ella es, en mí, presencia, carácter y eternidad. Creo que nunca le hice en vida un presente de alguna significación. Siempre he llevado conmigo un silencio agobiante.

A la memoria de la maestra Cristina Helena

Vi aquel nombre sobre el bloque que sostiene el asta de la bandera. Qué dichosa impresión, conquista del azar. Eran letras de bronce sobre un modesto monumento. Me detuve. Su primer apellido estaba abreviado (qué horror) pero era ella, la maestra que ocupaba, por decisión pública, un puesto de honor entre los elegidos a la posteridad.

Me paré, silencioso y grave, frente al macizo de cemento, como en guardia de honor, disimulando el orgullo inmenso de saberme aún discípulo. En ese instante, bloque y letras forzaban una armonía única exigiéndome toda la solemnidad que el hecho reclamaba. No pasaría nunca por ahí sin detenerme reverente ante ese símbolo imperecedero. Los transeúntes y vecinos daban muestra de asombro sin sospechar cuánto debía a ese nombre.

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