Etiquetas y estereotipos.

Por Raúl Bretón

La rebeldía moderna debe consistir en hacer cada quien lo que le dé la gana, siempre dentro de las reglas y sin daños a terceros. Si has decidido caminar hasta la estación de metro más cercana, no quiere decir que eres un pobre diablo que no tiene para comprarse un carro, es para llegar más rápido y evitar el estrés que provoca una ciudad de tránsito colapsado.

Si vas al gimnasio y haces 45 minutos de spinning y 20 en la elíptica, no es para que el espejo te devuelva una sobrecarga de narcisismo que dispare tu ego hacia latitudes insospechadas, es para obsequiarle a tu cuerpo el necesario momento de la transpiración que ayuda al aquí y ahora de la vida saludable.

Si has dejado atrás la prolongada etapa de comer a cada hora y por cantidades industriales esa comida chatarra saturada en grasa y dañinos carbohidratos, no es para estar ‘shape’ ni para provocar miradas de fulanas fuera de tiempo, es para que las paredes de tus arterias no acumulen basura que obstruyan la circulación sanguínea.

Si has decidido no escuchar ni ver ciertos programas de radio y tv en donde predominan tragamonedas vendidos al mejor postor y que solo vomitan aliento fétido, no es por clasismo, es por pura higiene mental y para prohibirle a tu cerebro escuchar las miserables inmundicias que allí se comentan.

Somos una sociedad que vive entre la tragedia y la frivolidad, entre estereotipos y etiquetas, primeros pasos que conducen hacia la discriminación y la intolerancia.

El run run de algunos hacia lo que no le va ni le viene suele ser más tóxico que el smog que emite el tránsito urbano. Hay que librarse del repartidor de prejuicios, del pesimista compulsivo que solo busca compartir su amargura con los demás, del que está más pendiente de los pasos de otros que de los propios, y del emisor de fábulas apestosas. Los prejuicios y estereotipos sociales han existido siempre, pero son evitables.

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