Fuerza del Pueblo nunca debe olvidar los orígenes de su identidad política

Juan Carlos Espinal.

En un siglo 21 de profundos cambios sociales, inéditas transformaciones culturales y desestabilización hemisférica no habrá crecimiento electoral sin la puesta en práctica de una ética política en función de la práctica revolucionaria.

En las actuales circunstancias histórico-politicos donde el vaciamiento de la política induce a la división de los partidos es necesario pensar en la ruptura con el establecimiento que impide el desarrollo humano, erosiona la participación, socava la democracia y secuestra la voluntad popular.

Para amplios segmentos de la mediana y baja burguesia la decadencia de la vieja política se ha convertido en un estorbo social que debe ser superado con inteligencia colectiva para colocarnos lejos de la baja cultura autoritaria que nos atormenta.

Deberíamos trabajar incansablemente para salir de una vez y para siempre de las lacras de los grupos económicos y políticos del sistema de castas, del nepotismo y sus secuelas, del abuso de poder y la ausencia de reconocimiento de la alternabilidad.

Tendremos que insistir en la participación de las Direcciones Medias y de Base para derrumbar la bipolaridad partidaria de las elites corrompidas, contrastar la esquizofrenia de esas tendencias que una vez controlan los resortes jurídicos y políticos se constituyen en monopolios electorales.

Al parecer, la desafección de las clases medias y los trabajadores de la política, el ausentismo asambleario, la visión clasista del Estado-partido abandona a su suerte lo último que queda del lumpen político.

Refugiándose en las movilizaciones sociales de los colectivos populares, instrumentalizando políticamente las Iglesias, los clubes deportivos y culturales la degradación se diluye en las encuestas de opinión.

No obstante, la capacidad de adaptabilidad del crimen organizado logra disfrazarse y mutar permaneciendo en el cuerpo social y político como un virus canceroso.

Las élites de los partidos políticos del presidencialismo parecen debilitarse en la misma medida en que la ausencia de creatividad les obliga a atrincherarse en la nómina pública, los organismos políticos y los medios de comunicación.

Es por ello que las organizaciones de sociedad civil, los movimientos sociales progresistas y el voto del ciudadano independiente se une en coaliciones electorales en el interés de tomar desiciones colectivas y acabar con la rabia.

Esta sociedad está poco a poco levantándose del limbo político generacional que le ha sido impuesto separándose de la cultura neoliberal avanzando hacia un estadio superior de identidad ciudadana negando de forma radical la peste populista.

Pero, hay que participar activamente en política y saber hacerlo de forma integral colaborando allí donde sea necesario, unificando donde sea imprescindible dando lo que se tiene en favor de esas causas que nos conmueven a todos.

No es cierto que la democracia representativa, esos grupúsculos económicos que pululan en los anillos de los caciques regionales y la antigua República caerán por si sola.

Tendrá que venir una ola democrática de mayor intensidad sin intermediación de los agentes del pragmatismo político, profundizar en esas manifestaciones democráticas e insistir en perder el miedo.

La verdad es que las actuales instituciones de la democracia representativa tienen vocación por el dinero de los ricos y poderosos por tanto no son necesarias para la mayoría excluida que debe organizarse para acabar con el cinismo de esa contra cultura neoliberal.

Nuestra generación política esta en la obligación de empujar la carreta del populismo al abismo y salir de ellos para siempre.

Si no somos capaces de transformar culturalmente el pasado entonces será esa minoría la que terminará de derrotarnos y echarnos al vacío.

Salgamos de ellos. Estamos a tiempo.

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