La apropiación de lo nacional por parte del nacionalismo de cartón

Guillermo Cieza.

Dibujo: José Ibarrola, España.

En las potencias occidentales, los países saqueadores, la reivindicación de lo nacional está asociada a la vocación imperial. En algunos países de Europa el racismo se combina con una respuesta al globalismo humillante que le impone Estados Unidos. En los países saqueados la reivindicación de lo nacional se asocia a la lucha antimperialista, pero hay un nacionalismo de cartón que disputa, a veces con éxito esas banderas.


El fallecimiento de la reina Isabel II provocó consternación en su país de origen, Inglaterra. La monarquía inglesa ha llegado ha construir en siglos un imaginario en la sociedad que es una parte esencial de la identidad nacional, asociada al apogeo del Imperio. La dominación del mundo por parte de la gran flota británica es un recuerdo del pasado, pero el orgullo inglés no ha tomado nota y se sigue aferrando a los símbolos que lo identifican. El nacionalismo inglés desde hace siglos ha sido imperial, monárquico y extremadamente racista.

El nacionalismo estadounidense que surgió en tiempos de la independencia para desembarazarse de su condición de colonia, derivó rápidamente en vocación imperial. Simón Bolívar lo advirtió tempranamente y veinte años después que la batalla de Ayacucho garantizara la libertad de los países de Sudamérica, Estados Unidos ya había empezado a robar territorios en el continente. Tratando de justificarlo se empezó a difundir la idea de que este país tenía un Destino Manifiesto de apoderarse de América Latina. Republicanos y demócratas estadounidenses se han identificado con esta asociación del nacionalismo y con la vocación imperial. Los republicanos más preocupados por lo que ocurre fronteras adentro, desalentando la llegada de inmigrantes y tratando de garantizar la supremacía blanca. Los demócratas más agresivos fronteras afuera, en el terreno militar.

Si la historia del nacional-imperialismo de las grandes potencias occidentales es bastante lineal, lo que ocurre en Europa continental es más complejo. Allí se mezclan lo que ocurren en ex potencias coloniales como Francia, Italia, Portugal y España con tradiciones monárquicas o republicanas, con lo que sucede con países que pertenecen a la ex-Unión Soviética, donde el nacionalismo está asociado a fuerzas políticas que mantuvieron alguna conexión con el nazismo, por ejemplo Polonia, Ucrania, Austria y Lituania. Para complejizar un poco más el panorama, por su pertenencia a la OTAN, los paises europeos fueron embarcados por Estados Unidos en la guerra de Ucrania, donde pagan todos los costos. Mientras las poblaciones europeas deben pagar tres veces por el gas, sufren el encarecimiento de los alimentos, o deben soportar el cierre de fábricas por falta de materias primas de origen ruso, advierten que los gigantes petroleros y agroexportadores de Estados Unidos hacen grandes negocios.

Frente a esa catástrofe la reivindicación de lo nacional y de los Estados Nacionales tiene un carácter defensivo. Desde otras posiciones ideológicas el nacionalismo de izquierda vasco y catalán también promueve autonomizarse de políticas que están perjudicando a los pueblos.

Trasladar la caracterización de los nacionalismo de las grandes potencias o de Europa continental a Nuestra América es un disparate, porque el contexto histórico, político y económico de las naciones saqueadoras y de las naciones saqueadas es completamente diferente.

En las naciones saqueadas el nacionalismo que empuñan los pueblos ha estado vinculado a la defensa de sus bienes naturales, del bienestar mayoritario y de la soberanía popular en la toma de decisiones políticas y económicas. Todas las revoluciones que se hicieron en el siglo XX en Nuestramérica se hicieron con banderas antimperialistas. Ocurrió en Cuba, Nicaragua y Venezuela y en todos los casos lo que sucedió posteriormente a la ocupación política por los revolucionarios fueron las políticas de bloqueo y de asedio militar por parte de las potencias imperiales. Y la resistencia se masificó con la bandera de la defensa de la Patria.

Lo mismo ocurrió con procesos muy avanzados como el de la presidencia de Salvador Allende en Chile y el actual proceso boliviano. En esta última experiencia se reivindica a la plurinacionalidad. La plurinacionalidad no es una negación de lo nacional, sino una ampliación. Se está diciendo que en un mismo país están conviviendo naciones diferentes. Por eso marchan con las banderas bolivianas y la wiphala que es la de los pueblos andinos.

Sin embargo en naciones saqueadas hay fuerzas vinculadas al gran capital trasnacional y a las oligarquías locales, que siempre estuvieron asociadas al capital extranjero, que disputan e intentan apropiarse de la identidad nacional.

El caso paradigmático en nuestro país son los grandes empresarios de la Patagonia y su coro de alcahuetes, que se atribuyen defender intereses nacionales expulsando a comunidades preexistentes a la conformación del Estado Nacional, en una región del país donde la mayoría de las tierras están en manos de compañías extranjeras, o de grandes latifundistas asociados al capital externo.
El plebiscito por la Reforma Constitucional en Chile, terminó con una derrota abrumadora a manos del pinochetismo. Y quienes analizaron esta derrota dicen, entre otras cosas, que la derecha se apropió del sentimiento de chilenidad.

¿Acaso la chilenidad es una identidad ajena a la historia de ese pueblo? ¿Acaso no son reivindicables la gesta de O’Higgins, la liberación del Perú, la presidencia de Allende, la nacionalización del cobre? ¿Acaso no fue O’Higgins, quien estableció consulados con los mapuches, promoviendo la convivencia armoniosa de dos pueblos que vivían al oeste de la cordillera?

Bolsonaro hizo la campaña electoral con la camiseta de la selección brasileña. Su discurso fue: “Yo soy Brasil”, y no le fue mal, si se tiene en cuenta que su gestión fue desastrosa.

Estos intentos de apropiación por parte de la derecha encuentran huecos cuando desde las propias fuerzas de izquierda o progresistas, caemos en la trampa de dejarnos colonizar por el pensamiento eurocéntrico.

Incluso por intelectuales bienintencionados que viviendo en Bélgica, en Inglaterra, o en Italia se encrespan contra el nacionalismo y diagnostican que las fronteras nacionales deben desaparecer para dar paso a revoluciones mundiales.

Esas afirmaciones van a contrapelo de lo que ocurre en Nuestra América donde los procesos políticos transformadores se inician en cada país, respetando particularidades nacionales. A modo de ejemplo Colombia y Venezuela son países vecinos, vinculados por una historia común, pero sus procesos políticos son totalmente diferentes.

No está en discusión la aspiración de que los procesos revolucionarios sean regionales, continentales o mundiales, pero no deben confundirse aspiraciones con realidades.

El neoliberalismo ha dejado huellas en la izquierda, poniendo por encima de la síntesis política a la exaltación de la diversidad. Esa desviación no promueve expresar lo diverso para que las síntesis sean más ricas y movilizadoras. Supone que la mera exaltación de la diversidad genera unidad política necesaria para empujar transformaciones. Desde esa lógica no se trata de empatizar para acercar a los más remisos y confundidos y buscar puntos de acuerdos para actuar juntos y empujar proyectos políticos comunes.

La reivindicación de espacios nacionales de disputa obliga a una síntesis cultural, histórica, de resistencias al saqueo, de luchas contra distintas opresiones. Y esto es así porque remite a la lucha por el poder. Nos lleva a preguntarnos qué clase social o bloque histórico de poder se ha convertido en hegemónico en el espacio territorial de un país. Da un contexto espacial a la lucha de clases y a los proyectos de poder transformadores.

Las experiencias de la luchas de los pueblos permite sacar conclusiones antagónicas a las que propone el nacionalismo de cartón que enarbola la derecha. A modo de ejemplo, la experiencia de los movimientos de derechos humanos en la Argentina permitió denunciar al genocidio y promovió el castigo a los responsables. El nacionalismo de cartón promueve el negacionismo sobre los crímenes cometidos por la dictadura y cuestiona la cifra de 30.000 desaparecidos.

La historia de nuestros pueblos no nos remite a pasados imperiales, sino a resistencias protagonizadas por distintos sujetos sociales, pero que siempre fueron en defensa de nuestros bienes naturales, del bienestar de las mayorías y de que fuera el pueblo quien tomara las decisiones sobre nuestro futuro.

El gran capital no solo quiere apropiarse de la plusvalía de los trabajadores y de los bienes naturales de los países saqueados. También quiere apropiarse de la historia, de los símbolos nacionales y de la identidad de los pueblos. Regalárselos a la derecha es una decisión insensata.


*Guillermo Cieza es escritor y militante político. Fue miembro de las Fuerzas Peronistas (FAP) (1971-1979). Coordinador de la Cátedra Che Guevara, Universidad Nacional de La Plata (1977). Participó en la publicación y difusión clandestina de la revista Campana de Palo y del Boletín Sindical (1978-1979). Fue secuestrado y es testigo del genocidio de la dictadura en el caso ESMA. Fundador de la revista Retruco (1998-2000). Promotor del Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón (2002). Fundador del portal Darío Vive (2010-2016). Entre su obra se cuentan las novelas: Destiempo (1997), Veteranos de guerra (1999) y Estado de gracia (2007). Los ensayos: Borradores sobre la lucha social y la autonomía (2004), Borradores sobre la lucha popular y la organización (2006), Borradores sobre la lucha popular y la organización III (2011). Asimismo, relacionadas con Venezuela, ha escrito Crónicas venezolanas (2015) y la compilación Chavismo por argentinos (2016). Actualmente participa en el Frente Popular Darío Santillán-Corriente Nacional.

Fuente: Tramas

 

 

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