La derecha dura avanza ¿qué hacer?

En los umbrales de la salida de la noche pueden emerger las bestias que tanto teme la humanidad.

Es en medio de una profunda crisis del sistema capitalista que la han catalizado las emergencias: sanitaria por un lado con la pandemia del COVID-19 y geopolítica, por el otro, con la actual confrontación entre la OTAN y Rusia en Eurasia, por el conflicto en Ucrania. Ambas probablemente demostraran ser resultado de un plan de la potencia
Imperialista en declive, que aún posee fuerza para tratar de postergar su desplazamiento de la hegemonía mundial. Ya existen bastantes indicios de participación de Estados Unidos tanto en la provocación de la pandemia como en el conflicto en Ucrania.

Esta crisis ha tenido repercusiones en el sistema político internacional generando una recomposición de la correlación de fuerzas en el escenario mundial poniendo en entredicho la hegemonía unipolar y mostrando la emergencia disruptiva de nuevas potencias, comerciales y militares. Pero también ha incidido en el advenimiento de la derecha dura en los gobiernos de los países que han visto afectado el status de confort que un importante sector de la sociedad venían disfrutando. Es que la pequeña burguesía asustada se convierte caldo de cultivo para el ascenso del fascismo de nuevo cuño. En Europa,  donde todavía la socialdemocracia no logra terminar de recuperarse de la inconsecuencia de abandonar su programa reformista y su entrega al proyecto globalizador neoliberal, que le pasa factura constantemente. Además, en donde los abanderados del discurso del socialismo que aún están bajo el shock que creó la desaparición súbita y «pacífica» del «socialismo realmente existente» y la pérdida del referente concreto de su discurso. Nuestros revolucionarios europeos han entrado en caída en barrena. En este marco no es de extrañar que en Europa la derecha dura se haga de gobierno en varios de esos países y se muestra amenazante en otros tantos.

Así es como se puede entender lo que pasa en la culta Europa que en los últimos años ha visto un ascenso indetenible de la derecha dura, el nuevo rostro del fascimo. Lo vemos en Suecia, Polonia, Hungría y lo más reciente en Italia donde la alianza de los herederos de Mussolini han triunfado y en contraste el Partido Comunista Italiano, solamente obtuvo 24.555 votos, el 0,09. No llegó a un 0.1% de la votación. Bueno, eso expresa el fracaso del extravío del eurocomunismo, la versión europea de la claudicación en favor del reformismo socialdemócrata. Es que cuando la izquierda renuncia a su ethos, a su esencia, es decir, a su «origen proletario», a ser una fuerza revolucionaria transformadora de la sociedad, otra fuerza lo desplaza, porque en política no hay espacios vacíos. Está izquierda se mueve entre un discurso que pretende hacer uso del análisis marxista, y la administración de la economía capitalista cuando ocupan el gobierno, levantando un discurso de una nueva izquierda progresista en su afán de mostrar la teoría de la existencia de una «izquierda capitalista» que permita «humanizar el capitalismo». Es la izquierda haciendo administración social a la economía capitalista.

Al parecer no aprendemos las lecciones de la historia. La socialdemocracia sigue siendo la alcahueta del fascismo. Lo fue en la asunción de fascismo italiano y nazismo alemán y ahora le abonan el terreno a estos nuevos especímenes de totalitarismo.

Es la socialdemocracia, en su versión progresista, como la «izquierda capitalista» y el eurocomunismo, así como aquellos que van en camino de ser ex-comunista, se han convertidos en los grandes responsables de la emergencia del fascismo de nuevo tipo, ahora presentado en su versión «democrática». Para esta izquierda progresista el parlamentarismo burgués se ha convertido en el centro de sus actividades políticas. Juegan con las reglas que impone su adversario y además el mismo no acata.

La derecha dura esta en ofensiva y avanza con bastante consistencia. Ante esto la pregunta que debemos hacernos no es quién la podrá detener. Esta sería retórica, porque la respuesta siempre será el pueblo organizado. No solamente los movimientos sociales, que resistieron mejor que muchos partidos la ofensiva globalizadora neoliberal, sino también los Partidos revolucionarios, los cuales sí tienen vocación de poder. Estos son los que deberán echar el resto en esta jugada. Las limitaciones que se han manifestado no han sido sólo de orden cuantitativo, más bien de carácter cualitativo.

Importantes esfuerzos realizan las organizaciones «progresistas» y revolucionarias europeos por levantar un programa político que catalice la «catarsis histórica» que nos señala Gramsci. Las fuerzas que tengan potencial revolucionario requieren de constituir una nueva correlación de fuerza con la centralidad clasista que permitan las condiciones. Convocar a todos los que puedan ser unidos parece un lugar común pero que la emergencia demanda como nunca antes en estos años después de la segunda mitad del siglo pasado. Los partidos revolucionarios tendrá un relevante rol en la producción de la «catarsis histórica», en esa elevación ético política de la lucha local y económica corporativa de los sectores populares (hoy también expresados en los identitarios), en un proceso de unificación de los movimientos sociales y las corrientes políticas de izquierda en torno de un proyecto común construido en la lucha social-política. Un proyecto de carácter universal cuyo techo responda la propuesta de la hegemónica que le confieran la autonomía de clase e integral al proyecto societal. Un proyecto unitario que exprese un punto de vista con criterio de enfrentar la disputa nacional e internacional por la dirección político ideológica. Un proyecto unitario para disputar y conquistar la hegemonía. Este salto de lo social a lo político es lo que puede detener el fascismo «democratico».

PPenso
25 septiembre 2022

 

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