La espiritualidad occidental.
Pedro Conde Sturla.
Edmund Burke, un pensador famoso, el llamado padre del conservadurismo moderno, repetía con ingenuidad y convicción dignas de mejor suerte, que “para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”. Bertolt Brecht, otro menos ingenuo, decía que el hombre no “sería tan malo si el mal no fuera negocio”. Para Albert Camus “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.”
Muchos otros autores famosos y más lúcidos, como el José Saramago de “Caín” y el Pérez Reverte de “El pintor de batallas” piensan -como me gusta pensar-, que la preservación del ecosistema pasa por la desaparición del bípedo parlante que llamamos ser humano y destruye irracionalmente su hábitat. Lo mismo piensa el planeta tierra que, al decir de un científico francés cuyo nombre no recuerdo, “Ha activado su sistema inmunológico. Quiere desembarazarse del parásito humano”.
Únicamente un total desconocimiento de la historia permite afirmar que “para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”. La historia enseña que siempre una minoría de malos se hace dueña del poder y se hace dueña de la mayoría, a pesar de los esfuerzos, del sacrificio de los buenos porque el bien casi nunca es negocio frente al mal, y el poder se articula en todas las épocas al mal, que rinde pingües beneficios.
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