La estrategia estadounidense-israelí para debilitar a los ejércitos árabes

Mohamad Hasan Sweidan.

Ilustración: The Cradle

Durante décadas, Washington ha garantizado el dominio militar de Israel debilitando sistemáticamente a los ejércitos árabes. El Líbano es el ejemplo más reciente y evidente de esta doctrina en la práctica.


Estados Unidos no solo apoya a Israel, sino que garantiza la supremacía del Estado ocupante sobre toda la región.

Desde la década de 1970, Washington ha seguido una estrategia deliberada para impedir que cualquier Estado árabe o movimiento de resistencia desarrolle capacidades militares que puedan rivalizar con las de Tel Aviv. Esta política no es retórica, sino que está codificada en la ley y se aplica en todas las dimensiones de la política exterior estadounidense en Asia Occidental.

En virtud de la Ley de Control de la Exportación de Armas de EE. UU., Washington está legalmente obligado a mantener la “ventaja militar cualitativa” (QME) de Israel, que se define como:

La capacidad de contrarrestar y derrotar cualquier amenaza militar convencional creíble procedente de cualquier Estado individual o posible coalición de Estados o de actores no estatales, con un mínimo de daños y bajas, mediante el uso de medios militares superiores, poseídos en cantidad suficiente, incluyendo armas, mando, control, comunicación, inteligencia, vigilancia y capacidades de reconocimiento que, por sus características técnicas, sean superiores en capacidad a los de dicho otro individuo o posible coalición de Estados o actores no estatales.

En la práctica, esto se ha traducido en la reducción de las ventas de armas a los Estados árabes, el aplazamiento deliberado o la modificación de las transferencias de armas y el sabotaje abierto de los esfuerzos regionales por alcanzar la independencia militar.

Ni siquiera los aliados más cercanos de Washington se libran. La adquisición tan retrasada de aviones de combate F-35 por parte de los Emiratos Árabes Unidos, incluso después de la firma de los Acuerdos de Abraham, se condicionó a la preservación de la superioridad militar de Israel.

Cuando finalmente se aprobó el acuerdo, se proporcionó discretamente a Israel una versión más avanzada del mismo avión. Una dinámica similar ha configurado las transferencias de armas de Estados Unidos a Egipto y Arabia Saudí, donde los sistemas vendidos se limitan o calibran sistemáticamente para preservar la ventaja israelí.

Los intentos de eludir el control estadounidense, mediante la adquisición de armas a Rusia o China, son rápidamente castigados. Washington impuso sanciones a Turquía por la compra del sistema de misiles ruso S-400, a pesar de que Turquía es miembro de la OTAN.

El mensaje es coherente en todos los ámbitos:

ninguna potencia árabe o regional, por muy prooccidental que sea, puede desarrollar una capacidad militar independiente que pueda desafiar la supremacía israelí.

Líbano: un ejemplo paradigmático

En ningún lugar es más evidente esta política que en el Líbano, donde se está aprovechando el momento político posterior a la guerra para impulsar una de las demandas históricas de Washington: el desarme de Hezbolá.

El alto el fuego de noviembre de 2024 entre Israel y el Líbano creó un nuevo statu quo, en el que Estados Unidos podría intensificar su campaña bajo el pretexto de la reconstrucción y la reconciliación.

Estados Unidos ha presentado esta agenda de desarme como parte de un esfuerzo más amplio para estabilizar el Líbano.

Pero la realidad es muy diferente. El interés de Washington en el Líbano no es la soberanía ni la paz, sino el control. Se trata de eliminar cualquier fuerza capaz de resistir la agresión israelí.

El 28 de marzo, la portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, Tammy Bruce, declaró:

Como parte del acuerdo de cese de hostilidades, el Gobierno del Líbano es responsable de desarmar a Hezbolá, y esperamos que las Fuerzas Armadas Libanesas (LAF) desarmen a estos terroristas para evitar nuevas hostilidades.

Esto tergiversa los términos del alto el fuego, ninguno de los cuales incluye una cláusula de desarme, pero refleja con precisión el verdadero objetivo de Washington.

Nadie ha impulsado esta línea con más vigor que Morgan Ortagus, la enviada adjunta de Estados Unidos a Asia Occidental.

En cuatro entrevistas concedidas a cadenas regionales entre el 6 y el 9 de marzo, mencionó el desarme de Hezbolá 35 veces, más que cualquier otro tema, incluidas la reforma económica o la seguridad fronteriza.

Ortagus ha descrito repetidamente el momento actual como una oportunidad “única en una generación” para reconfigurar el equilibrio de poder interno del Líbano y ha elogiado al presidente libanés, Joseph Aoun, y al primer ministro, Nawaf Salam, por alinearse con las prioridades de Estados Unidos.

Sin embargo, sus elogios son muy condicionales, ya que dependen de la agresividad con la que los nuevos dirigentes persigan el desarme de Hezbolá.

A nivel interno, esta campaña de presión ha sido acogida por los aliados libaneses de Washington. Samir Geagea, líder del partido político de derecha Fuerzas Libanesas, descartó recientemente la idea de un diálogo nacional sobre las armas de Hezbolá como “una pérdida de tiempo” e insistió en que el desarme debe llevarse a cabo de inmediato. Su posición se alinea más con la de Tel Aviv y contradice directamente el llamamiento del presidente Aoun a una solución negociada, “sin desencadenar” otra guerra civil.

Ayuda con condiciones

El colapso económico del Líbano se ha convertido en una poderosa herramienta de coacción. La promesa de ayuda internacional ya sea del FMI o del Banco Mundial, está ahora explícitamente vinculada al desarme de Hezbolá.

Ortagus ha advertido en repetidas ocasiones que el rescate financiero del Líbano depende de importantes reformas estructurales. Pero esas reformas no son solo de naturaleza económica, sino que son exigencias políticas disfrazadas de lenguaje fiscal.

Los medios de comunicación han confirmado que las instituciones financieras internacionales, bajo la dirección de Washington, han convertido el desarme de Hezbolá y los avances hacia la normalización con Israel en condiciones previas implícitas para la ayuda. El mensaje es inequívoco: el Líbano no recibirá ayuda financiera a menos que renuncie a su soberanía.

Además de la presión diplomática y económica, Washington está librando una guerra cognitiva para deslegitimar el papel de Hezbolá en la sociedad libanesa.

Esta campaña se lleva a cabo a través de los medios de comunicación, las redes de la sociedad civil y operaciones de influencia que tienen como objetivo erosionar la imagen de Hezbolá como fuerza de resistencia y replantearla como una carga nacional.

Esta ofensiva psicológica espera cambiar la percepción pública, haciendo que la idea del desarme parezca un camino hacia la paz en lugar de una capitulación.

Sin embargo, las últimas encuestas sugieren que la campaña no está teniendo eco entre la población libanesa, que puede ver por sí misma que su Gobierno es incapaz de detener las agresiones diarias de Israel.

Una encuesta realizada por el Centro Internacional de Información de Beirut reveló que solo el 2,7 % de los encuestados creía que el desarme era la solución a la crisis del Líbano.

Facilitar la agresión israelí

A pesar de que Estados Unidos exige el desmantelamiento de la resistencia, sigue apoyando y facilitando las operaciones militares israelíes en el Líbano. Desde el alto el fuego de noviembre de 2024, Israel ha violado el espacio aéreo y el territorio libanés más de 3000 veces. Estos ataques han causado cientos de víctimas y han tenido como objetivo infraestructuras civiles en el sur del Líbano y los suburbios de Beirut.

Sin embargo, todas las violaciones israelíes han sido recibidas con silencio o justificadas por Washington. Cuando Israel bombardeó las afueras del sur de Beirut en marzo, el primer ataque de este tipo desde el fin de la guerra, Ortagus defendió el ataque, alegando que era una respuesta a los cohetes supuestamente lanzados desde el Líbano.

No se presentó ninguna prueba y se desconoce el origen de los disparos. Aun así, la postura de Estados Unidos se mantuvo firme, como un mantra disonante: la agresión de Israel es en defensa propia, mientras que la presencia de Hezbolá es una amenaza.

Washington también ha autorizado a Israel a realizar vuelos a gran altitud sobre el Líbano para recabar información, lo que constituye otra violación flagrante de la soberanía libanesa.

Estos vuelos no tienen otro objetivo que afirmar el control israelí sobre el espacio aéreo libanés y ayudar en futuras operaciones de ataque.

Temas principales abordados por Morgan Ortagus en sus cuatro entrevistas (6-9 de marzo de 2025)

Suprimir la resistencia, no solo a Hezbolá

La campaña contra Hezbolá no se limita a un partido o un grupo armado. Forma parte de una estrategia sistémica destinada a garantizar que ninguna fuerza árabe, estatal o no estatal, pueda desafiar militarmente a Israel.

Ya sea en el Líbano, Siria, Jordania, Irak o incluso en los Estados del Golfo Pérsico alineados con Estados Unidos, el objetivo de Washington es el mismo: desarmar, dividir y dominar.

Lo que está sucediendo en el Líbano no es un caso aislado. En Siria, Estados Unidos ha trabajado activamente para impedir la reconstitución del Ejército Árabe Sirio, al tiempo que socava la causa palestina a través del nuevo Gobierno islamista.

En Irak, ha impulsado la marginación de las Unidades de Movilización Popular (PMU). En Jordania, mantiene una profunda influencia en los servicios de inteligencia y el ejército, que frena eficazmente cualquier autonomía estratégica. En general, el resultado es la fragmentación, la dependencia y la debilidad.

El objetivo final de Washington no es la paz ni la democracia. Es imponer un orden regional en el que el Estado de ocupación reine sin oposición y los Estados árabes se mantengan en un estado permanente de inferioridad militar.

Las herramientas son variadas —diplomacia, presión económica, guerra de información y coordinación militar—, pero el objetivo es único: mantener a raya la resistencia e impedir que surja cualquier poder soberano en Asia Occidental.

No se trata solo de una guerra contra Hezbolá. Es una guerra contra la idea misma de la resistencia, contra el derecho de los pueblos a defenderse, a definir su propia seguridad y a trazar su propio futuro. Es una guerra contra la identidad, la soberanía y la dignidad.

La batalla no se puede librar solo en el campo de batalla. Debe librarse en la arena política, en la política económica, en los relatos de los medios de comunicación y en la conciencia de la población.

Estados Unidos quiere una región sin resistencia, sin memoria y sin autodeterminación.

Pero el Líbano no está en venta. Y las armas de su resistencia no se rendirán en una mesa preparada en Tel Aviv y Washington.

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