La narrativa de la guerra cognitiva
Luis Delgado Arria
Universidad Internacional de las.Comunicaciones
La guerra cognitiva (GC) se plantea hoy, en términos de una nueva «utopía» de dominación, transformar las relaciones de poder y de construcción de consenso a fin de rearticular, al menor costo económico y geopolítico, la muy debilitada hegemonía capitalista.
Para el logro de tal fin, la GC necesita apelar -y apela- a una nueva y muy imaginativa narrativa con capacidad para velar y hasta para invisibilizar sus acciones depredatorias al tiempo que las enrostra sobre la vanguardia política que marca como enemiga.
La operación narrativa/ discursiva que pone en juego la GC es desviar la culpa -e invertir las pruebas de los actos perversos y políticas contrarias a los DDHH- para que las víctimas se sientan y se asuman incluso como culpables o incluso como cómplices de una situacion de grave violencia estructural y continuada que es descrita, impuesta y sufrida como casi inescapable.
Para ilustrar esta compleja y creativa operación manipulativa vamos a valernos de una muy sugestiva metáfora fílmica. Se trata de la trama de la serie televisual española mundialmente conocida como _La casa de papel_. En esta trama, una banda de atracadores dirigidos por un erudito y genio del delito se proponen asestar el atraco del siglo. Simulan atracar la _Casa de la Moneda y Timbre de España_ para, en realidad dedicarse a imprimir millones de billetes de baja denominación, con lo cual asumen y mercadean que «no están robando nada».
Con base en una política de chanteje y engaño continuado de la policía, los atracadores logran mantener en vilo y en pasividad a las autoridades y a toda la sociedad española por casi dos semanas, mientras limpia y laboriosamente «acuñan su propio dinero». Lo interesante de este relato y de esta narrativa es que los delincuentes se plantean asestar un robo sin robo y un atraco de banco sin víctimas mortales, poniendo así en entredicho el orden capitalista neoliberal soportado en una casi infinita estafa continuada a la riqueza socialmente producida, que es legítimada en la impresión indiscriminada de dinero sin base alguna en la economía real.
Pero lo que permite a la banda proseguir con su plan es que la policía asume que la toma de la institución bancaria es un simple atraco y no una táctica dilatoria para hacer tiempo mientras imprimen y se roban una «nueva» fortuna… de la nada. El carácter velado del golpe continuado disfrazado de ataco común es lo que en definitiva les da la ventaja.
Pero… ¿Por qué la policía o el ejército no ingresan al banco y ponen fin al atraco? La razón de fondo es el temor a la opinión pública en que se funda y soporta toda la política. Los atracadores saben que un ingreso por la fuerza de las fuerzas del orden al recinto bancario puede desencadenar un baño de sangre de lado y lado, y por tanto, el Estado opta por negociar con los atracadores del banco y captores de los rehenes.
El argumento de fondo entonces de la serie deja de ser una historia de policías y ladrones para devenir en un debate ético y político sobre la legitimidad de quién se apropia o no de la riqueza social: el Estado español y la burguesía europea… o los delincuentes, en su totalidad pertenecientes a la clase históricamente excluída… y por tanto, sin nada qué perder.
Así como en este relato, la GC occidental contra los pueblos y las vanguardias éticas y políticas del Sur Mundial busca inscribir un nuevo argumento sobre la supuesta legitimidad que ha tenido -y que debería seguir conservando Occidente- sobre la producción y la legítima apropiación social de la riqueza.
La narrativa deviene así en un _discurso judiciario_ que se soporta en que la ruptura del orden capitalista constituye un delito contra un orden civilizatorio históricamente establecido y por ende sagrado y consagrado. Subvertir este «orden» supondría poner en riesgo todo el sistema de valores e instituciones que han garantizado el vigente y legítimo orden moderno y civilizatorio mundial.
Cuando el gobierno de los Estados Unidos resuelve «sancionar» al gobierno y a todo el pueblo de Venezuela, imponiendo un bloqueo contra la producción, comercialización y venta de petróleo a un país que ha sido sistemáticamente forzado a dedicarse y a depender en un 99% de sus divisas de este ingreso petrolero, se está haciendo un poco lo mismo que los atracadores de la serie hacen al tomar control para sí de la institución responsable de imprimir y sacar de circulación el dinero. Están secuestrando para luego aprooiarse de la riqueza de todo un país.
Al igual que los atracadores de la serie, el gobierno mundial occidental que controla el gran capital se arroga la potestad de tomar para sí no solo la riqueza históricamente producida por toda una nación como Venezuela sino, asimismo, toda la riqueza futura, en este caso las reservas petrolíferas más grandes del mundo.
Y la narrativa mediante la cual justifican este gran atraco es que no están robando nada -las reservas siguen intactas- sino ejerciendo su «derecho natural» a poner orden en un país provisionalmente sin orden.
Pero la eficacia de esta narrativa radica precisamente en que la opinión pública y el sentido común producido en el Occidente capitalista y en favor del Occidente capitalista sigue siendo el «orden natural» en que debe seguir existiendo el mundo, cuando no el único orden civilizatorio imaginable y humano.
Cuando Bush Jr. declaró al final de su segundo mandato que «la legitimidad democrática en Venezuela no sólo emanaba de las elecciones internas celebradas en ese país sino asimismo, de la opinión de la comunidad internacional» estaba produciendo en tiempo real una nueva política exterior expansionista occidental hacia y contra Venezuela.
Por ende, cuando Obama firma el decreto ejecutivo en que declara a Venezuela como «una amenaza inusual y extraordinaria en contra de la seguridad y defensa de los Estados Unidos», en realidad lo que hizo fue refrendar la política intervensionista, expansionista y de bloqueo de espectro completo anunciada años antes por Bush Jr.
La narrativa específica que inscribe la GC tiene como objeto impedir que el país agredido y la vanguardia que lo defiende puedan poner de manifiesto toda la malignidad y la gravedad de los mûltiples efectos de esta nueva modalidad de «guerra sólo mata gente». O más precisamente, «guerra sólo mata pueblos rebeldes». El carácter pornográfico de un genocidio tipo May Lay remasterizado contra todo el pueblo humilde de Venezuela hace muy difícil cuando no impensable su mera enunciación.
Por definición, una guerra cognitiva y neocolonial infinita no tiene ni puede tener otro límite que el de su misma comprensibilidad. Si el pueblo no entiende la naturaleza, gravedad y capacidad compleja depredatoria que tiene y asume esta nueva forma de guerra para producir un Síndrome de Estocolmo masivo, nada ni nadie podrá salvarnos.
Cuando Hugo Chávez repetía que «sólo el pueblo salva al pueblo» se refería precisamente a esto mismo. Lenin decía que una revolución socialista consistía, sobre todo, en abrirle los ojos y dejárselos muy abiertos al pueblo sobre toda la infinita malignidad y devastación material y subjetiva que encarnaba como proyecto presente y futuro la sociedad del capital.
La salida del intrincado laberinto que produce la narrativa de la GC supone comunicar toda la gravedad de la maldad infligida y sufrida pero, asimimismo, el milagro de haberla sobrellevado con hidalguía. Y asimismo la santidad para hacer de ella un santuario de y para una resistencia con aptitud de hacer un nuevo Paraíso aquí en la tierra. Un nuevo jardín edénico pleno de de leche y miel con qué producir una nueva vida digna y redimida por primera vez en toda la historia.
No obstante, ir a elecciones presidenciales en Venezuela en un marco de conmoción social continuada, originado por las mal llamadas «sanciones» es como entregar el poder del pueblo a una banda de forajidos.
Una nueva narrativa contra la GC necesita visibilizar al enemigo histórico del pueblo y comunicar eficazmente a las mentes, corazones y entrañas del pueblo que la «guerra de sanciones» no ha sido sino una trampajula para confundir al pueblo y conducirlo como ratones hipnotizados a decidir bajo una condición de trauma psicopático complejo en que no se puede ser capaz de captar, analizar, pensar ni sentir objetivamente la realidad.