Múltiples rostros de la transición energética en África

PRENSA LATINA. En septiembre de 2023, en Nairobi, Kenya, África apostó por un proceso acelerado de reducción progresiva del carbón y de transición hacia energías limpias, pero de una manera justa, un calificativo cuyas dimensiones generan hoy contradicciones.

Todo el mundo está de acuerdo en que el planeta no resiste los actuales niveles de emisiones de gases de efecto invernadero que incrementan la temperatura global y aceleran el cambio climático.

Las recientes reuniones sobre el tema apuntan a que la meta de mantenerse dentro del límite de 1,5 grados Celsius acordada en París en 2015 no se cumple y claman por un mayor esfuerzo de los países para abandonar los combustibles fósiles, pero no todos tienen el mismo punto de partida para la transición.

África es quizá el mayor ejemplo de los grandes contrastes y dilemas que ofrece este proceso, pues sus 54 países solo provocan el cuatro por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo, pero están entre los más afectados por el impacto del cambio climático.

Posee alrededor del 40 por ciento de los recursos energéticos renovables del mundo, mas apenas el dos por ciento de los tres billones de dólares (millón de millones) invertidos en la última década en esta rama llegaron a la región, de acuerdo con el documento final de la Cumbre Africana del Clima, celebrada en la capital keniana.

LAS DIMENSIONES DE LA JUSTICIA

¿Qué sería lo justo para África? Al respecto integrantes de la sociedad civil africana, grupos de derechos humanos, ecologistas y otros actores dieron una interesante respuesta el pasado 21 de mayo en Francia, tras el foro Invertir en la energía africana efectuado en París.

“Las naciones ricas necesitan descarbonizarse y África necesita industrializarse”, señalaron en la Declaración África-París sobre transición energética, justicia climática y pobreza energética, un documento que pone sobre la mesa algunos puntos ineludibles para abordar el asunto.

Está claro, mientras el mundo habla de abandonar los combustibles fósiles, el 43 por ciento de los africanos (600 millones) ni siquiera tiene acceso a la electricidad, y los recursos de los que dispone este continente para revertir esa situación provienen fundamentalmente de las materias primas, entre ellas, el petróleo.

En más de 125 mil millones de barriles de petróleo y 620 billones de pies cúbicos de gas natural se calculan las disponibilidades del continente, donde varios países, como Angola y Nigeria, tienen una fuerte dependencia de estos renglones.

La propia Agencia Internacional de Energía (AIE) reconoció en su último informe de perspectivas para la región, publicado en junio de 2022, que la industria de los hidrocarburos podría ayudar a impulsar el desarrollo económico y social africano de un modo sostenible.

“La industrialización de África depende en parte de la ampliación del uso del gas natural”, afirmó el organismo, consciente de que los esfuerzos globales para acelerar la transición a la energía limpia corre el riesgo de reducir los ingresos por exportaciones de petróleo y gas del continente, su principal fuente de financiamiento.

Del otro lado, como señalaba la Declaración África-París, mientras los principales bancos europeos y occidentales abandonan la industria de los combustibles fósiles en el continente africano, siguen dando recursos monetarios para proyectos de esa naturaleza en los países occidentales.

“Esta disparidad de trato es injusta, ya que dificulta el acceso a una financiación adecuada para cuestiones energéticas y climáticas en los países africanos, donde las comunidades locales sufren de forma desproporcionada los riesgos climáticos y las restricciones al desarrollo de combustibles fósiles”, remarcó el texto.

La postura de los participantes en el foro, como la de varios gobiernos de la región, es que construir centrales fotovoltaicas, hidroeléctricas o generar energía eólica precisa de capital, y este debe provenir en primer lugar de sus propios recursos nacionales y de inversiones, más que de deudas asfixiantes.

Cada vez más se escucha hablar de entrar en el mercado de los créditos de carbono, un asunto que de acuerdo con los análisis del profesor emérito de la Universidad Autónoma de Madrid José María Mella Marques, no resulta nada descabellado, dada la deuda que existe con el continente.

El catedrático, en un artículo publicado en abril del pasado año, refirió que la justicia ecológica debería considerar las emisiones contaminantes pasadas para las trayectorias ambientales futuras, lo cual ofrecería ventaja a África.

A ello se suma que en el periodo 2016-2019 se le concedieron 10 veces menos créditos para contaminar que los adecuados según su cantidad de población.

“La comunidad internacional está en deuda con el continente. Se necesita buscar un equilibrio justo en el que los créditos de carbono de África le permitan aumentar en una primera fase sus emisiones y establecer un horizonte temporal adecuado para compatibilizar los objetivos de desarrollo con los de la lucha contra el cambio climático”, subrayó.

El potencial para la generación de energía limpia en África es muy prometedor, pero depende en gran medida de que exista suficiente financiación inicial, concluyó Mella Marques.

EL DILEMA DE TRANSPORTAR LA ENERGÍA

Sin embargo, no se trata solamente de montar centrales fotovoltaicas.

Un reporte de marzo de 2023 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad) precisa que una de las causas del poco acceso a la electricidad en África es la falta de redes de distribución a los consumidores o su mal estado.

En este asunto, Angola podría servir de claro ejemplo. El país cuenta con una capacidad de generación de alrededor de 6,3 GigaWatt  (GW), superior a su consumo que ronda los 2,4 GW, de acuerdo con declaraciones a la prensa del secretario de Estado para la Energía, Arlindo Manuel Carlos.

El 64,4 por ciento de esa energía se produce mediante fuentes renovables (FRE), pero alcanza apenas al 44 por ciento de la población. El Gobierno sigue movilizando inversiones para el desarrollo de las FRE, lo cual ha tenido una respuesta bastante rápida, en cambio no resulta igual en el caso de las redes, que permitirían a todos disfrutar de ese servicio.

La Unctad aboga en su informe por un mercado regional de la energía, lo cual brindaría un suministro regular y fiable, a la vez que reduciría costos, una idea que Angola promueve como presidenta temporal de la Comunidad para el Desarrollo del África Austral (SADC), pero también con la vista en los beneficios que puede sacar a su “excedente” de generación.

PELIGROS EN LA TRANSICIÓN

La transición energética en África, además de las aristas antes expuestas, exhibe otros rostros como el del endeudamiento, las guerras y las nuevas formas de colonialismo.

En la conferencia de Nairobi el presidente kenyano, William Ruto, llamó a invertir en el continente, donde se encuentra el 40 por ciento de los minerales esenciales para la transición energética, como el cobalto, el manganeso y el platino, mas habría que revisar el tipo de inversión que cada país decidirá aceptar en su momento.

¿Prevalecerá el patrón de la extracción de las materias primas, o lograrán atraer hacia la región la producción de paneles solares, turbinas de viento y baterías de litio, entre otros renglones, con la consiguiente creación de empleos y riquezas?

Por lo pronto, los enfrentamientos armados en el este de la República Democrática del Congo resultan una clara advertencia de lo que las apetencias por estos recursos pueden provocar en contextos políticos, económicos y sociales convulsos, pues sin duda alguna la posesión de estos es uno de los combustibles que alientan el conflicto.

En Sudáfrica, el plan para la transición energética anunciado en 2022 por el Gobierno para cinco años se estimaba en 98 mil millones de dólares, mientras que en Marruecos, solo la central solar de Ouarzazate significó una deuda de nueve mil millones de dólares con el Banco Mundial, el Banco Europeo de Desarrollo y otros.

Ese emplazamiento está respaldado por garantías del Gobierno marroquí, por lo que aun cuando su construcción no beneficia a las comunidades que lo rodean, cuyas tierras fueron utilizadas, será cubierto con dinero público.

Proyectos para generar energía en África y trasladarla a Europa, otros que requieren grandes volúmenes de agua en sus procesos de producción, en zonas donde ese recurso es escaso para las personas y la actividad agropecuaria, recuerdan el papel que desempeñan en este escenario los gobiernos.
De estos depende en buena medida mover la balanza en favor de las poblaciones y el ambiente, o de la corrupción y el capital.

La transición energética justa implica un cambio hacia una economía ecológicamente sostenible, equitativa y justa para todos sus integrantes, plantea el investigador argelino Hamza Hamouchene, una visión que implica mirar todas las dimensiones del fenómeno.

La catástrofe ambiental que vive el mundo no puede verse aislada de las estructuras sociales, culturales y económicas que la provocan, y cualquier intento de solución que no tome en cuenta las profundas diferencias existentes, ya sea en África o en otra región, está condenada al fracaso.

Karina Marrón González
Corresponsal en Angola

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