“No es un soplo la vida”, poemario de Daniel Beltré: una interpretación (2 de 8)

Por Virgilio López Azuán

 

El poeta Daniel Beltré al intentar abordar el concepto del principio, no hace otra cosa que buscar la manera de volver a la justicia, de apaciguar su estado actual para volver al mundo donde él se sentiría integrado, de donde vino.

El poeta en dimensión

 El libro de Daniel Beltré “No es un soplo la vida” presenta muchas posibilidades para su abordaje, el poeta como fuente de creación y como taumaturgo de las palabras en sí. Es que el individuo humano es muchas cosas, en este caso es la fuente. Daniel Beltré es la fuente y rescatamos al poeta de donde brota la creación. Aquí nos aproximamos teóricamente a Anaximandro de Mileto, discípulo de Tales: lo que en el origen se convierte en diáspora, eso crea la injusticia.

De hecho, lo justo es la unidad en el principio al cual se debe retornar después del peregrinaje en un mundo que se ha convertido en injusto. Por cierto, el concepto de “mundo” se le atribuye precisamente al filósofo Anaximandro de Mileto.

Según ese pensamiento filosófico, el poeta Daniel Beltré al intentar abordar el concepto del principio, no hace otra cosa que buscar la manera de volver a la justicia, de apaciguar su estado actual para volver al mundo donde él se sentiría integrado, de donde vino. Y lo hace con poemas amantes, reflexivos y contemplativos.

Volvamos al filósofo Anaximandro de Mileto dentro de la filosofía del poeta: “Partir supondrá siempre devolverse, / caer en las manos del pasado” (pág. 143). O sea, a la búsqueda del principio. También, encontramos estos versos: “Es morir un poco para resucitar / espantados en los predios de la memoria” (pág. 143). Morir es como pagar la pena de la injusticia al nacimiento según el orden del tiempo. Por supuesto, el pago de una pena supone aquí un espanto, un ajuste de cuentas en el pasado, en la memoria.

Ese quien escribe es diferente al que sobrevive en su presente estado de conciencia y busca un estado más sensitivo, más armónico, más integrado como ser. Por eso pregunta:

“¿Para que servirán los colores de tu vestidura, / el lenguaje que salta entre tus pistilos, / la idea de arroparlo todo con el manto de nuestra angustia, / con este inmenso deseo de llegar hasta donde se borra, / hasta donde se esconde / hasta el refugio del rayo, / hasta donde se proclama la eternidad de la mirada…?” (pág. 24).

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