No perdamos la capacidad de asombro en esta sociedad del cansancio

Por Cándido Mercedes

Solo así podremos disminuir los déficits de esta democracia defectuosa, de repensar el Estado que necesitamos para una democracia más fluida.

La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. De este modo, el inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber. El sujeto de rendimiento sigue disciplinado”. (Byung-Chul Han).

Debemos de construir como sociedad una bien hilvanada hilera de redes que nos sirvan de fronteras y murallas para psíquicamente poder afrontar con éxito colectivo la profunda necesidad de no perder la capacidad de asombro, que conduce obviamente, a lo largo del tiempo, a la indiferencia, a la inercia y a la irresponsabilidad frente al compromiso. Capacidad de asombro a lo incierto, a lo inesperado, a lo impensado, al comportamiento desviado, a la anormalidad, tenida sin sentido desde la meridiana asonada de la razón, empero, abrazada al salón de la luna oscura del cinismo y la simulación.

Vivimos en una sociedad capturada en el cansancio de la medianía, encadenado en un estropicio del pasado donde la tautología se hace recurrente. Un pretérito que se asienta permanentemente el presente para truncar el futuro y no querer alcanzar las oportunidades del mañana. Nos negamos a las nuevas posibilidades con el grito desesperado del malo conocido, olvidando la lozanía de la historia: cualquier tiempo pasado fue peor. Aunque el futuro nos deja la sensación de la perplejidad, como expresión de la evolución humana, siempre será mejor, aun en medio de su destrucción creativa y los intereses geopolíticos.

El alter ego del pasado nos devora al no tener la sintonía de la asunción real de no perder la capacidad de asombro. Si perdernos la sensibilidad que trae consigo no perder la capacidad de asombro todo lo humano se trastoca: la solidaridad, la empatía, el equilibrio, la dignidad, el honor, la decencia. Perder la capacidad de asombro nos hace perder la parte medular y esencial de la naturaleza humana y nos vuelve a nuestro pasado genético, donde el lobo se hace presa a sí mismo. Perder la capacidad de asombro nos hace nimios, con un enanismo atroz, desgarrador, pues todo lo relativizamos en el campo de la medida del reloj y de la cinta.

Trastocar la ceguera que nos impide rupturar el paradigma de la capacidad de asombro nos hace saltar dialécticamente como sociedad. Subvierte con auscultación profunda el pasado y nos coloca en la línea permanente de lo correcto, de lo bien hecho. No en la gratitud del ayer, del agradecimiento cimentado en una sociedad tradicional, desconociendo el atril con que se forjó ese pasado, incapaz de someterse al juicio no ya del futuro si no de la contemporaneidad.

Cuando perdemos la capacidad de asombro, la piel, nuestra dermis y epidermis, se transforma y ya una parte nodal del sentido se agota. Empieza entonces la mirada que diluyendo se hace borrosa, tenue, opaca. No puede, pues, conocer lo que nos enseñan. Parte de los cinco sentidos se agotan en sí mismos. Se devoran para dar entrada a la laxitud, a la cultura del laissez faire laissez passer, al embrión de todo es permitido, todo es dable. Se arma el caparazón de todos somos iguales. Siempre se ha hecho. Esto no lo cambia nadie. La educación de hoy es peor que antes del aporte del 4%, sin datos, sin evidencia empírica, estentórea ideológica para robustecer la mirada del ayer.

Cuando perdemos la capacidad de asombro vamos encapsulando la valentía, el grito del peldaño de la historia, nos vamos envolviendo en la marca perfecta de la exacerbación del individualismo, nos volvemos ermitaños en un cuadro patológico colectivo. ¡Cómo no asombrarnos en una perplejidad pasmosa cuando vemos el caso Catleya, un hecho desgarrador en el mismo corazón de la ciudad! Trata de persona, prostitución y proxenetismo: 80 mujeres recuperadas. 78 colombianas y dos venezolanas. ¡Algo cruel y abominable!

De igual manera, cómo no asombrarnos del grado en que nos encontrábamos en materia de una economía sumergida (Falcondo, Discovery, FM, Larva), donde en el ranking nos situábamos en materia de lavado y testaferrismo entre los peores países de la región. Cuando perdemos la capacidad de asombro nos encapsulamos en una burbuja y ya no exigimos ni luchamos y lo que ayer era algo no asimilado en la sociedad, aun fuera negativo, lo vamos dando como normal. La subcultura de la delincuencia, del robo, de la corrupción deviene como dimensión de la sociedad.

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