Palmira es el único desierto de Ecuador que florece en medio de la adversidad

Pocas imágenes desafían tanto el imaginario tradicional de la biodiversidad ecuatoriana como el desierto de Palmira. Es el único del país, vasto y silencioso, ubicado en un altiplano de los Andes centrales, en el cantón Guamote.

El desierto cubre 182 hectáreas. Sus dunas, esculpidas por un viento incansable, se extienden como olas congeladas en un mar de tonos marrones. Cada montículo de arena varía según las suaves curvas de su superficie y las sombras que se alargan o acortan a lo largo del día.

Las dunas más altas alcanzan los 20 metros, mientras que otras más pequeñas se pierden entre plantas de sigse, romerillos, chilca y nachag. Estas especies, adaptadas a las condiciones extremas, no solo embellecen el paisaje: también forman parte de la medicina ancestral de las comunidades indígenas, quienes las utilizan para tratar resfriados y alergias.

La formación del desierto de Palmira no está del todo clara. Investigaciones de la Universidad de Chimborazo apuntan a una combinación de factores: la erosión natural debido a la falta de ríos y bosques húmedos en los páramoscercanos, y el exceso de pastoreo que agotó la vegetación y la capa orgánica del suelo.

Las comunidades locales, en cambio, conservan una historia transmitida de generación en generación: «Decían que esto alguna vez fue una laguna», cuenta Germán Daquilema, dirigente comunitario de Guamote.

Desde el año 2000, los habitantes de Jatun Loma y Galte Laime emprendieron una tarea de conservación: plantaron pinos para formar una barrera natural contra las tormentas de arena. Hoy, varias hectáreas de bosque reverdecen el paisaje.

Los pinos, con sus hojas en forma de aguja, realizan la fotosíntesis y tiñen el ambiente de un verde luminoso. Entre las ramas habitan lobos, conejos, ovejas, mirlos, curiquingues y lagartijas espinosas, adaptadas a la vida diurna en el desierto.

El desierto de Palmira enfrenta hoy dos amenazas principales: el cambio climático y la presión urbana. Ambos factores ponen en riesgo su frágil equilibrio ecológico.

Para proteger este ecosistema único, las comunidades impulsan el turismo sostenible, con el objetivo de preservar no solo el paisaje, sino también la enseñanza viva que ofrece: la resiliencia de la vida en condiciones extremas.

ECUAVISA

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