Pedro no renunció

Por Luis Córdova

Lo conozco. Es mi amigo. Un hermano que la vida me regaló. Por eso digo, contrario a otros, que Pedro Domínguez Brito, no renunció.
¡Jamás Pedro ha abandonado a alguien, jamás ha dejado una causa!
Pero la militancia emocional, la afectiva, es más fuerte que la formal, esa que solo consta en un papel, en la fría nómina de cédulas y generales.
Lo digo y lo repito, Pedro no renunció.
No renunció a sus principios. Sigue firme en lo que entiende es correcto, enarbola las mismas banderas que sus manos limpias han sostenido en toda su vida pública y privada.
No renunció a la fe. Continúa predicando con el ejemplo su temor a Dios, como la causa para hacer lo correcto, aun perjudique a sus intereses. Sigue en la misma fe, escrita con fuego en su corazón adolescente que por extensión fue hijo del extranjero más santiaguero, el padre Dubert.
No renunció a la amistad. Jamás pasó factura, ni cobró favores. Por convicción ofreció su respaldo y por respeto a esa amistad guardó silencio (siempre), cuando los amigos vinieron a detentar poder y no correspondieron humanamente.
No renunció a la familia. De los sacrificios y sacrificados el tiempo se encargará. La familia de sangre, de amistad y de fe, puede dar testimonio de que ha dado hasta doler, como la santa de Calcuta.
Para no renunciar a sí mismo, como muchos con sus causas y azares, Pedro termina una etapa y avanza en paz trillando su camino con frente en alto y el corazón sin rencores.
Sabe que la gratitud es la excepción. Puede reconfortarse en que todo cuanto ha tenido no le ha sido dado, sino bien ganado.
Renunciaron otros. Pedro no renunció. Sigue siendo el mismo Pedro.

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