Segundo acto de la guerra ucraniana
Enrico Tomaselli.
Foto: Tomada de Galaxia Militar.es
El paso fundamental, en esta perspectiva, sigue siendo el de las elecciones presidenciales estadounidenses. Si un demócrata vuelve a la Casa Blanca, es probable que la retirada del frente ucraniano sea más lenta y suave, y que vaya acompañada de una mayor presión sobre los europeos para que asuman la responsabilidad de apoyar a Kiev hasta las últimas consecuencias. Si, por el contrario, gana Trump, es más probable que ambas cosas sucedan de forma más rápida y brutal.
Aunque se esperaba, e incluso en parte anunciado, la apertura de un segundo frente ofensivo por parte de las fuerzas armadas rusas, esta representara la transición a una fase adicional del conflicto, que probablemente podamos interpretar como concluyente.
Contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental, Rusia nunca ha tenido ambiciones territoriales: es la nación más grande del mundo, y si acaso tiene un déficit de población en comparación con su territorio. Ni siquiera las tenía respecto a las regiones rusoparlantes de Ucrania, hasta el punto de que hasta la víspera del inicio de la Operación Militar Especial (OME) propuso un acuerdo que preveía un estatuto especial de autonomía para esas regiones, pero en el marco del Estado ucraniano. Y, además, al ser un país rico en recursos, ni siquiera tenía especial necesidad de apoderarse de los del Donbass (desde este punto de vista, la zona más rica de Ucrania). Quizá el único aspecto en el que las zonas rusoparlantes resultan atractivas es precisamente el de su aportación demográfica.
Obviamente, una vez iniciada la guerra, pagada con decenas y decenas de miles de bajas, incluso los territorios liberados se volvieron indispensables.
El objetivo estratégico siempre ha sido garantizar una situación de seguridad estable en el lado europeo, frente al expansionismo amenazador de la OTAN. Por lo tanto, incluso los objetivos proclamados con respecto a Ucrania (desmilitarización y desnazificación) tenían y deben enmarcarse en este contexto.
Ciertamente, estos casi 27 meses de guerra han cambiado muchas cosas, si no en los objetivos sí ciertamente en la forma en que se pretenden alcanzar.
Con respecto a Ucrania, está claro que dos objetivos son tan inevitables ahora como lo eran el 24 de febrero de 2022. La destrucción del potencial bélico de Ucrania -y como corolario la neutralidad del país y su no pertenencia a la OTAN- sigue siendo el primero. La certeza de no tener un gobierno en Kiev controlado por nacionalistas rusófobos -de los que los grupos nazis siempre han sido el alma oscura- sigue siendo la segunda.
Lo que sin duda ha cambiado es el panorama general. Si hace dos años Moscú no ponía objeciones a que Kiev se incorporara a la Unión Europea, que seguía siendo un excelente socio comercial, está claro que ahora esta posibilidad (siempre suponiendo que la UE siguiera queriendo hacerse cargo de un país devastado…) ya no existe, pues Europa ha perdido su condición de tercera parte y se ha implicado de lleno en el conflicto. Del mismo modo que la relación con la OTAN ha cambiado necesariamente; si antes de la OME el objetivo era llegar a un acuerdo duradero y equilibrado sobre la seguridad mutua en Europa, partiendo de una relación igualitaria y amistosa, ahora las cosas son radicalmente distintas, ya no se confía en la posibilidad de un acuerdo, sí se da por hecho que la perspectiva es la de una larga temporada de conflictos, y en cualquier caso a partir de ahora las relaciones se basarán en equilibrios de poder.
Por tanto, si éste es el marco estratégico general en el que se desarrolla ahora el conflicto, la posición de Moscú -y sus movimientos sobre el terreno- están más claros.
Probablemente, el Kremlin planea cerrar militarmente la guerra entre finales de 2024 y principios de 2025, aunque sin duda está dispuesto, en todos los aspectos, a seguir librándola al menos hasta 2027-28.
En el mismo periodo de tiempo se producirá la transición entre la actual administración estadounidense y la siguiente, que independientemente de quién sea el nuevo presidente marcará sin duda un cambio definitivo de ritmo estratégico para Estados Unidos. Lo que podría crear condiciones favorables para que la situación en el campo de batalla se refleje en el plano de las negociaciones.
También interesa a Moscú avanzar hacia una conclusión de la guerra, antes de que algunos países europeos se dejen seducir por la idea de intervenir personalmente en el conflicto, y antes de que alcancen las condiciones mínimas para hacerlo.
Por último, pero no por ello menos importante, Putin acaba de ser reelegido para el que será su último mandato, y sin duda quiere terminarlo sin una guerra continua, y sobre todo trabajando en la creación de una perspectiva estratégica de gran crecimiento para la sociedad rusa.
Todo esto significa que la tarea asignada a las fuerzas armadas rusas, para esta nueva fase del conflicto [1], será acelerar la caída del régimen de Kiev, con el objetivo de desarticular la capacidad de combate de las AFU, y la consiguiente capitulación.
Por tanto, la ofensiva abierta en la región de Kharkiv debe leerse desde esta perspectiva. Aunque nos encontremos todavía en la fase inicial de la maniobra, y las que operan sobre el terreno sean principalmente unidades del DRG, que sondean las defensas enemigas y preparan el terreno para el avance de las brigadas siguientes, los objetivos de este segundo frente son bastante evidentes.
En primer lugar, se trata de proteger la región fronteriza de Belgorod, objeto desde hace tiempo de ataques ucranianos, tanto en forma de bombardeos como de incursiones de parte de pequeñas unidades móviles. La necesidad de crear una zona tampón (hay más de 340 km de frontera directa entre Ucrania y la Federación Rusa) es evidente desde hace tiempo, y si acaso desde este punto de vista la iniciativa rusa llega tarde.
La toma de Kharkiv, capital del oblast del mismo nombre y ciudad de habla rusa, es sin duda otro objetivo táctico, pero la lógica estratégica es aprovechar al máximo la mayor dificultad de las fuerzas armadas ucranianas, a saber, la escasez de personal militar (sobre todo suficientemente entrenado). Con más de un sector del frente afectado por la acción dinámica de las fuerzas rusas, la escasez de reservas (y la dificultad de trasladarlas de uno a otro) es evidente que afectará significativamente a la capacidad de resistencia ucraniana en todos y cada uno de los puntos de la línea de batalla.
Esto significa que las posibilidades de fracaso se multiplicarán. Los dirigentes de las AFU ya hablan abiertamente de la ciudad fortificada de Jasov Yar como si fuera irrelevante (cuando en realidad es muy importante para todo el sector de Donetsk), señal de que –como ya ocurrió con Bajmut y Avdeevka– se disponen a abandonarla.
Y hay indicios de que los rusos se están preparando para cruzar el Dniéper, probablemente en el sector de Kherson, y probablemente durante el verano, abriendo un nuevo frente ofensivo.
Dada la ahora abrumadora superioridad de fuego, la multiplicación de puntos de presión ofensivos multiplica a su vez las posibilidades de fracasos significativos. Esto podría iniciar una reacción en cadena, asestando un golpe fatal a la moral de las tropas ucranianas (ya cansadas y desanimadas), que a su vez afectaría a todo el país.
Desde un punto de vista estratégico, es sabido que las fuerzas armadas rusas intentan evitar, en la medida de lo posible, el asalto frontal a las ciudades -ya que ello conlleva elevados costes en pérdidas humanas y destrucción-, prefiriendo siempre que sea posible circunvalarlas, rodearlas y empujar a las fuerzas ucranianas a retirarse. Es probable que hagan lo mismo en Kharkiv, Sumy (si deciden dirigirse también en esa dirección) y Kherson.
A menos que sea necesario, es probable que no inviertan en Odessa, ya que hay demasiadas complicaciones políticas y logísticas para una operación de este tipo. Presumiblemente, si Moscú considera necesario liberar la ciudad [2], intentarán en la medida de lo posible conseguirlo sin combatir, ya sea mediante un colapso de las defensas ucranianas o incluso en la mesa de negociaciones.
Lo que parece claro es que los próximos 4/5 meses serán muy importantes, y a las fuerzas armadas rusas se les encomendará la tarea de impulsar aún más el equilibrio de poder, de forma que se determinen las perspectivas de una mesa de negociaciones.
Que, en cualquier caso, no verá la luz, siendo realistas, antes del nuevo año. El paso fundamental, en esta perspectiva, sigue siendo el de las elecciones presidenciales estadounidenses. Si un demócrata vuelve a la Casa Blanca, es probable que la retirada del frente ucraniano sea más lenta y suave, y que vaya acompañada de una mayor presión sobre los europeos para que asuman la responsabilidad de apoyar a Kiev hasta las últimas consecuencias. Si, por el contrario, gana Trump, es más probable que ambas cosas sucedan de forma más rápida y brutal.
Pero por ahora la palabra sigue en discusión.
Traducción nuestra
*Enrico Tomaselli es Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web, desarrollador web, director de video, experto en nuevos medios, experto en comunicación, políticas culturales, y autor de artículos sobre arte y cultura.
Notas
1 – Desde este punto de vista, será interesante ver, en los próximos días, cuáles serán los nombramientos presidenciales en el nuevo gobierno ruso, en particular el del Ministro de Defensa (y, en consecuencia, el del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas). La probable sustitución de Shoigu (y de Gerasimov) será un indicador importante, en innumerables aspectos, de la posición que Moscú pretende adoptar.
2 – Odessa es claramente una ciudad clave, en muchos aspectos. No sólo porque sigue siendo el último punto importante de acceso ucraniano al mar, sino porque para la OTAN significa mantener un puerto en el Mar Negro, impidiendo que Rusia lo convierta -de facto- en un lago ruso. Los británicos, en particular, son sensibles a este aspecto. La decisión sobre qué hacer con Odesa, por tanto, no puede ignorar este aspecto. Por otra parte, la liberación del óblast de Odesa sería necesaria para resolver el problema del enclave de Transnistria. El de Kaliningrado ya constituye un problema estratégico de no poca importancia para Moscú, y tener otro casi en el corazón de la OTAN no sería poca cosa. Pero sigue siendo una cuestión compleja, que debe tener en cuenta innumerables factores, y sólo el Kremlin sabe cómo piensa abordarlos.
Fuente original: Enrico’s Substack