Subjetividad fascista: Los retos frente al siniestro.

Suely Rolnik.

Foto: Sonia Guajajara, Dilma, Janja Silva, Lula y Anielle Franco en la toma de posesión de Guajajara y Franco como ministras. RICARDO STUCKERT | GOBIERNO DE BRASIL

Brasil es el único país de América Latina que jamás reconoció la violencia de su pasado colonial, lo que lo ha convertido en un laboratorio idóneo para la extrema derecha global

La invasión bestial de las instalaciones de los tres poderes de la República fue grave y está lejos de resolverse. Caminamos en un equilibrio inestable, en una cuerda floja desde que se empezó a instalar en el país la nueva modalidad de golpe que llevó a Bolsonaro a la presidencia (un golpe hecho en varias etapas y que aún sigue, descrito en mi libro Esferas de la Insurrección). Primero, una tensión terrible durante todos esos años. Luego un alivio, una alegría, que fue la victoria de Lula y los días que se sucedieron. Ahora esto. Y la cosa sigue.

Enfrentar esa situación no involucra únicamente a la escena nacional, ya que la misma resulta de esa nueva modalidad de poder de la extrema derecha a nivel internacional que está muy bien orquestada y con mucha financiación. Brasil ha sido el primer gran laboratorio de sus estrategias, facilitado por una característica de nuestra historia: somos el único país de América Latina que jamás reconoció la violencia que atraviesa su pasado, empezando por su fundación colonial, el robo de las tierras, el genocidio de sus habitantes originarios y el secuestro de millares de africanos convertidos en esclavos en las tierras usurpadas.

Primero tuvimos una independencia proclamada por iniciativa del propio hijo del príncipe regente de Portugal (que nombró a su hijo príncipe regente de Brasil). Luego, la abolición de la esclavitud, que jamás revocó la condición de absoluta precariedad de las personas negras. Lo más absurdo es que cuando se proclamó la República, a los terratenientes se les dieron puestos de poder en el Estado como “indemnización” por haber perdido a sus esclavos. Mientras que a las personas negras se las continuó ignorando, abandonadas a su suerte sin ningún apoyo, algún tiempo después, el gobierno republicano inició una política de “blanqueamiento” de la sociedad brasileña, financiando la inmigración de más de cinco millones de europeos (sobre todo, campesinos pobres) a los que se dieron tierras, equipamiento, semillas para plantar y todas las facilidades. Después hubo una secuencia de dictaduras y siempre se salió de esos regímenes con un pacto macabro (edulcorado como fruto de la cordialidad que presuntamente caracterizaría a los brasileños), en el cual se amnistiaba a los culpables, al contrario de lo que ocurrió en el resto del continente. Hay una película reciente muy buena, Argentina, 1985, sobre cómo lograron encarcelar a los responsables de la dictadura y las torturas en Argentina. Acá, nada.

Haber dejado impune la violencia ha hecho que estos traumas jamás hayan sido resueltos. La consecuencia es que esas infinitas heridas siguen vivas en la memoria del cuerpo de los brasileños, así como las respuestas reactivas a las mismas por imposibilidad de procesarlas. Estas vuelven a infectarse en situaciones de crisis, como lo que está ocurriendo ahora, produciendo estallidos de reactividad. Así que somos mucho más vulnerables a esta máquina de producción de subjetividad (propia de la nueva modalidad de poder), una subjetividad que podemos llamar fascista por su dinámica, pero que es muy distinta a lo que fue el fascismo histórico porque, entre las diferencias de contexto, cuenta con tecnologías de comunicación y, por lo tanto, de manipulación altamente sofisticadas, mucho más eficaces.

Cuando se proclamó la República, a los terratenientes se les dieron puestos de poder como “indemnización” por haber perdido a sus esclavos

Cuando se produjo el asalto reciente ya estábamos en esta situación compleja y de alta tensión y sabíamos que sería muy difícil para el gobierno de Lula manejarla, ya que tendría que enfrentar maniobras de adversarios muy hostiles a sus proyectos (instalados en el Congreso, las Fuerzas armadas, la Policía federal etc.). Esa es la razón por la cual Lula ha tenido que establecer alianzas amplias. Y a pesar de que el presidente tiene por ahora el apoyo de las fuerzas progresistas internacionales, las fuerzas internas contra él tienen el apoyo de la extrema derecha internacional.

Pero el reto no se presenta solamente en la esfera macropolítica, también en la esfera micropolítica, mucho más difícil de enfrentar. No es fácil deshacer la subjetividad fascista, que ya afecta casi a la mitad de la población (la que votó por Bolsonaro). No todos sus seguidores están de acuerdo con los actos terroristas (que se vienen repitiendo y culminaron en la invasión en Brasilia), pero sus mentes están capturadas por una especie de caos cognitivo que los aleja de la realidad, en una especie de delirio paranoide. Llegan a afirmar cosas como que la Tierra es plana, y que hacernos creer que es redonda ha sido parte de “la” conspiración (la que insisten en llamar comunista).

El activismo en esa esfera micropolítica consiste en ocupar la fábrica de producción de subjetividad y de sus formaciones en el campo social bajo la gestión del régimen de inconsciente colonial-racial-patriarcal-capitalista (como lo designo en mi libro Esferas, donde describo los engranajes de su maquinaria). Esto requiere un trabajo complejo y sutil, ya que involucra liberar nuestra propia subjetividad del poder de ese régimen; es fácil teorizar “sobre” ese trabajo, pero es mucho más difícil ejercerlo y, desde ese ejercicio del activismo micropolítico (el ejercicio de la resistencia micropolítica es relativamente nuevo en la historia del occidente moderno), crear conceptos que lo hagan sensible. Lo bueno es que los movimientos negros, indígenas, feministas y de los disidentes de la noción de género y de la heterocisnormatividad que, en las dos ultimas décadas, se han fortalecido muchísimo por todo el continente, actúan exactamente en esa esfera, además de levantar su voz en la esfera pública de la lucha contra la inequidad de derechos (su activismo macropolítico).

Los movimientos negros e indígenas lo hacen desde la actualización del modo de producción de la existencia de su ancestralidad, lo que altera el régimen de inconsciente dominante y tiene fuerte poder de contagio. Por ahí hay una posibilidad de cambio a largo plazo, porque “curar” el modo de subjetivación dominante va a ser muy difícil, sobre todo en su versión extrema que es la subjetividad fascista. Costará décadas, quizá siglos, pero es un proceso en curso que me parece irreversible. Como muchos latinoamericanos, hoy mi deseo está totalmente volcado en el diálogo con activistas de esos movimientos y con su pensamiento; es eso lo que me mantiene activa, y me impide sucumbir al desastre que estamos viviendo.

El 11 de enero fueron inaugurados dos nuevos ministerios en el gobierno: el de Igualdad Racial y el de Los Pueblos Indígenas

El 11 de enero fueron inaugurados dos nuevos ministerios en el gobierno de Lula que representan un marco importantísimo en nuestra historia: el de Igualdad Racial y el de Los Pueblos Indígenas, que estarán a cargo de dos mujeres activistas (Anielle Franco, negra, y Sonia Guajajara, indígena). No por casualidad, el vandalismo del 8 de enero ocurrió en la víspera de la ceremonia de toma de posesión de las dos ministras en el palacio de la presidencia, que tuvo que ser pospuesta dos días, cuando los espacios del edificio ya estaban recompuestos (lo que se logró hacer en tiempo récord). Eso ha vuelto la ceremonia más emocionante aún.

El contagio de esos movimientos en los blancos de clases medias y altas empieza despacito a abrir rendijas en su narcisismo blindado a sus “otros”, para que se vuelvan una presencia viva en sus cuerpos, una presencia que los transforma; una cura clínico-política del modo de subjetivación dominante que convierte al otro en pantalla de proyección de representaciones (sean las malas de los sujetos de derecha o las buenas de los de izquierda). Es desde los afectos de la presencia viva del otro donde se abre la posibilidad de participar en la construcción colectiva de mundos a la altura de las demandas de la vida (ignoradas en el régimen de inconsciente dominante cuya base es el chuleo de la vida para acumular capital no solo económico y político, sino también social y narcisista).

Mi intuición es que ese giro micropolítico en proceso logrará a largo plazo, más bien a larguísimo plazo, la fundación de una nueva política de formaciones del inconsciente en el campo social y sus formas de gobernabilidad, produciendo cartografías en proceso continuo de creación colectiva, en lugar del llamado “pacto social” que nos funda. Un pacto maldito que involucra un consenso homogeneizador que bloquea ese proceso y mantiene bajo violencia a todo lo que se le escapa. En pocas palabras, mi intuición es que está en curso la reforestación del campo subjetivo y social frente al monocultivo que somete a la vida para ponerla al servicio del capital. Una tarea que enfrenta y seguirá enfrentando mucha violencia, pero (insisto) hay algo de irreversible en el aire.


*Suely Rolnik es profesora en la Pontifícia Universidade Católica de São Paulo, psicoanalista y crítica cultural.

Fuente: Ctxt

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