2025: un mundo sin ley
Roberto Iannuzzi.
Foto: Gaza, Marzo 2009 (gloucester2gaza, CC BY-SA 2.0)
La creciente deslegitimación de la legalidad internacional deja espacio para un mundo sin reglas, en el que sólo se aplica una ley: la del más fuerte.
El año pasado nos ha mostrado una verdad peligrosa. Nos ha confirmado que Occidente, que siempre ha defendido de boquilla el respeto del derecho internacional, puede violarlo a su antojo y dejar que sus aliados hagan lo mismo.
En este sentido, Gaza no es sólo una tragedia sino también una advertencia, un precedente arriesgado.
Una la Corte Internacional de Justicia (CIJ) sobre la verosimilitud del riesgo de genocidio en la Franja, resolución de la Asamblea General de la ONU que exige el fin de la ocupación israelí de los territorios palestinos (ocupación juzgada ilegal por un veredicto anterior de la CIJ ), los informes de Naciones Unidas y de numerosas organizaciones internacionales sobre el carácter genocida de la operación en curso en Gaza, no han detenido la matanza.
La administración Biden ha manipulado y menospreciado los datos y la información en su poder para negar que Israel empleara armas estadounidenses en violación del derecho internacional, y ha bloqueado la entrada de ayuda a la Franja.
Miembros del Congreso, y la propia Casa Blanca, han amenazado con imponer sanciones al Tribunal Penal Internacional si emitía órdenes de detención contra miembros del gobierno israelí. Un proyecto de ley que acaba de aprobar la Cámara de Representantes puede hacer realidad estas amenazas.
Los países europeos han rechazado un informe del Representante Especial de la UE para los Derechos Humanos que, destacando los crímenes de guerra cometidos por las fuerzas armadas israelíes, pedía a los miembros de la UE que suspendieran las exportaciones de armas a Israel.
El derecho internacional y la lucha por la hegemonía
Esta temeraria deslegitimación de la legalidad internacional tiene lugar en el contexto de una feroz pugna por redefinir los equilibrios mundiales.
Para contrarrestar a Rusia y China, Estados Unidos ha adoptado la narrativa de «defender el orden mundial basado en normas», un eslogan adoptado por los europeos ante la invasión rusa a Ucrania.
Pero el apoyo incondicional dado por Washington y muchos países del viejo continente al exterminio israelí de la población de Gaza ha puesto de manifiesto el doble rasero occidental en la aplicación de las normas internacionales.
Hace sólo dos años, numerosos analistas y políticos estadounidenses y europeos afirmaban que el destino de las democracias occidentales se decidiría en gran medida en la batalla por ganarse las simpatías del llamado «Sur global».
Sin embargo, en muchos países del Sur global, la idea de un «orden internacional basado en normas» ha perdido todo su sentido a la luz de la actitud mantenida por muchos países occidentales ante la tragedia de Gaza, donde toleraron la matanza indiscriminada de civiles, el asesinato de periodistas, el bloqueo de la ayuda humanitaria y, en general, el castigo colectivo de un pueblo.
A los ojos del Sur global, el exterminio en Gaza representa un acontecimiento paradigmático, algo que está destinado a repetirse en el futuro. Quienes carecen de armas sofisticadas, de ejércitos modernos, de arsenales de misiles, están a merced de un mundo sin reglas, donde sólo se aplica una ley: la del más fuerte.
Los casos de Irán, Cuba, Venezuela y otros países sometidos al régimen asfixiante de las sanciones extraterritoriales estadounidenses demuestran que no hace falta ser víctima de una intervención militar exterior para ver destruida su economía y empobrecida su población.
Para muchos países del Sur global, que ven el conflicto palestino-israelí a través de la lente de su propia lucha por la emancipación del colonialismo y el imperialismo occidentales, el orden internacional basado en normas es en realidad uno en el que quienes se oponen a la voluntad de la potencia hegemónica corren el riesgo de incurrir en este tipo de castigo.
Ante el surgimiento de un mundo multipolar, Estados Unidos ha demostrado su intención de defender su supremacía por todos los medios, primero con las aventuras militares en Irak y Afganistán, luego con intervenciones «por poder» en países como Libia, Siria y Yemen, y finalmente provocando a Rusia, cuya invasión de Ucrania ha permitido a Washington dividir nuevamente en dos el viejo continente, a través de la creación de una nuevo telón de acero que ha restablecido la dependencia de los países europeos de los Estados Unidos.
El ascenso de China se ha contrarrestado con la imposición de aranceles, la desvinculación, las restricciones a la exportación de tecnologías avanzadas y el cerco militar en el Pacífico.
El control de Eurasia
Desde los tiempos de Alfred Thayer Mahan, Halford Mackinder, luego Zbigniew Brzezinski y finalmente hasta nuestros días, la obsesión del Imperio Británico primero y de Estados Unidos después ha sido impedir la integración Eurasia a la sombra de una potencia hegemónica contraria.
Incluso hoy, ésta sigue siendo la opinión dominante dentro del establishment estadounidense: la batalla contra China, Rusia e Irán representa el nuevo capítulo de esta eterna competición por el control de la masa euroasiática y, por tanto, por la hegemonía mundial.
A ojos de la mayoría de los estrategas estadounidenses, se trata de un «juego de suma cero». Aunque en este siglo, como en el anterior, es Washington el que ha destacado con diferencia en el uso de la violencia militar desproporcionada, ven el mundo como un teatro en el que la única alternativa al dominio unipolar estadounidense es un peligroso caos en el que no hay posibilidad de coexistencia pacífica.
La llegada de Trump a la Casa Blanca sólo cambia marginalmente este enfoque básico. Eslóganes trumpianos como «Make America great again«, o «peace through strength«, siguen siendo fórmulas hegemónicas.
Incluso en la visión trumpiana, es EE.UU. quien sigue dictando los términos de la «paz», posiblemente no mediante el uso de la fuerza militar directa, sino mediante el uso de «apoderados«, la coerción económica y, en última instancia, el instrumento intimidatorio de la superioridad militar estadounidense, que en la visión de Trump debe preservarse a toda costa.
Una nueva «Doctrina Monroe
Analizado desde esta perspectiva, el pensamiento trumpianono es más que la evolución natural del pensamiento estratégico estadounidense de las últimas décadas, que ha pasado de las intervenciones militares directas de George W. Bush al «liderazgo desde atrás» y el «equilibrio extraterritorial» de Barack Obama.
En todo caso, son las prioridades las que cambian: ya no Rusia, sino China, posiblemente para ser debilitada por una guerra económica y tal vez por apuntar a un socio energético importante como Irán.
Pero, sobre todo, una renovada atención al continente americano mediante la definición de una nueva «Doctrina Monroe» destinada a restablecer el control sobre el mismo, considerado por Trump como la esfera de influencia natural de Estados Unidos.
En esta dirección van las recientes declaraciones del recién elegido presidente, según las cuales Canadá debería unirse a EEUU como el 51º Estado, y Washington debería comprar Groenlandia y recuperar el control sobre el Canal de Panamá.
Por extravagantes que resulten a primera vista, estas declaraciones no deben tomarse a la ligera, ya que señalan la voluntad de Trump de contrarrestar el declive de Estados Unidos mediante una nueva proyección del poder estadounidense hacia el exterior (aunque aún no se haya definido en términos concretos).
El interés por Groenlandia, por ejemplo, no es nada extraño. Esta enorme isla es rica en cobalto y otros minerales clave para la llamada «transición ecológica», así como en petróleo y gas. Y tiene vistas al océano Ártico, que, a medida que se derrita el hielo, adquirirá una importancia estratégica para las rutas marítimas del mundo.
Estados Unidos ya cuenta con una importante base militar (la base espacial de Pituffik ) en Groenlandia, elemento clave de su sistema de detección global de posibles ataques con misiles (pero también posible punto de partida de ataques con misiles contra Rusia), aunque la isla se encuentra bajo soberanía danesa.
Sin embargo, lo que causó aún más revuelo fueron las declaraciones realizadas por Trump hace dos días, según las cuales no descartaría el uso de la fuerza militar para tomar el control de Groenlandia y del Canal de Panamá (mientras que con Canadá se limitaría a medidas de coerción económica).
El elemento más relevante que se desprende de tales declaraciones es el desprecio explícito por la legalidad internacional, en contraste con la administración anterior para la que tal desprecio, aunque igualmente evidente, permanecía implícito.
El otro elemento, que se deduce del coro unánime de protestas de Panamá, Canadá, Dinamarca y otros países europeos, es que Trump creará dolores de cabeza a los aliados de Estados Unidos no menos que a sus adversarios.
Bajo Trump, por tanto, EEUU seguirá intentando frenar su declive y su crisis interna imponiendo su voluntad hegemónica tanto a socios como a enemigos.
Fragilidad en casa, agresión en el exterior
Sin embargo, la discordia en Washington podría aumentar, tanto por las múltiples y a menudo contradictorias posiciones dentro del movimiento trumpiano, como por la posible escalada del enfrentamiento político entre republicanos y demócratas, que sin duda repercutirá también en la sociedad estadounidense.
Los atentados terroristas perpetrados por lobos solitarios , cada vez más veteranos del ejército, en suelo estadounidense (tantos signos de una crisis social creciente y de la reacción en casa de las aventuras militares estadounidenses en el extranjero) se convierten así en el pretexto tanto para un endurecimiento de las medidas de control y vigilancia en casa, como para justificar(mediante una dudosa atribución de estos atentados al ISIS) la permanencia de las tropas estadounidenses en Siria e Irak.
La ambición de Trump de hacer «limpieza» dentro del aparato y del «Estado profundo»podría aumentar la confusión y las enemistades internas.
La utilización masiva de medidas de coerción económica contra los adversarios, que implican el uso de sanciones, aranceles, controles a la exportación y otros instrumentos a menudo mal coordinados, también corre el riesgo de dar lugar a políticas contradictorias que pueden resultar ineficaces o incluso contraproducentes.
El compromiso militar en Ucrania y Oriente Próximo, en apoyo de Israel, en defensa de las bases estadounidenses en la región y para contrarrestar los ataques del grupo yemení Houthi contra el tráfico marítimo en el Mar Rojo, ha vaciado los arsenales estadounidenses y ha tensado la industria armamentística de EEUU.
Esta última, a pesar de los enormes beneficios que acumula, es incapaz de mantener una producción a la altura de las exigencias de los compromisos militares estadounidenses.
Si existe un cansancio general en Washington con respecto a la guerra ucraniana, y si la voluntad de desentenderse de ese teatro de operaciones está muy extendida en las filas de la nueva administración, falta voluntad para alcanzar una resolución real del conflicto.
La idea de congelar las hostilidades a lo largo de la línea de contacto y de trasladar la carga de la gestión del enfrentamiento (mediante el despliegue de una hipotética fuerza de interposición europea) a los aliados del viejo continente, así como la idea de suspender la pertenencia de Ucrania a la OTAN durante 20 años, no eliminan las causas profundas de la guerra y no pueden contar con el favor de la parte rusa, que está ganando sobre el terreno.
El Lejano Oeste del Medio Oriente
En Oriente Próximo, el aliado israelí, aunque también desgastado por más de un año de conflicto, ve por delante una situación más prometedora.
El debilitamiento de Hezbolá en el Líbano y el colapso del régimen del presidente Bashar al-Assad en Siria han aislado a Irán.En el Líbano, Israel obtuvo, con la ayuda de EEUU, un ventajoso alto el fuego que sigue violando a su antojo.
Israel tiene plena libertad acción tanto en el espacio aéreo libanés como en el sirio. Los drones israelíes zumban sin ser molestados en los cielos de Beirut.
En Siria, los soldados israelíes han ampliado aún más la zona tampón bajo su control, apoderándose de recursos hídricos clave para Damasco y la vecina Jordania.
Las milicias iraquíes han acordado suspender toda acción contra Israel. El gobierno de Bagdad teme la posible imposición de sanciones por parte de Washington y restricciones en el acceso a sus fondos depositados en la Reserva Federal estadounidense.
El gobierno de Netanyahu confía en convencer a Trump para que ataque a Teherán. Los posibles escenarios incluyen endurecer la presión económica sobre el país, fomentar el malestar interno e incluso atacar las instalaciones nucleares iraníes.
No se puede descartar que con Teherán Trump intente inicialmente seguir la vía negociadora como con Moscú, pero las perspectivas de éxito no parecen halagüeñas, sobre todo si se pide a Irán que se rinda en lugar de transigir.
Mientras tanto, en Israel, la Comisión de Defensa conocida como «Comisión Nagel» (llamada así por el antiguo jefe del Consejo de Seguridad Nacional que la preside) prevé una doble amenaza para el Estado judío en los próximos años, representada respectivamente por la posibilidad de que Irán se haga con el arma atómica y por la posibilidad de que estalle una conflagración en Cisjordania, Líbano, Gaza, Siria y Jordania (por este orden).
Para hacer frente a estas supuestas amenazas, Israel debe, según el informe de la Comisión, reforzar su capacidad para apoyar un «ataque masivo» contra Irán y, al mismo tiempo, llevar a cabo hostilidades en Cisjordania y a lo largo de la frontera jordana. También se considera probable una escalada de las tensiones con Turquía .
El informe concluye que Israel no puede «contener» estas amenazas, sino que debe adoptar un enfoque «preventivo» y «proactivo». En otras palabras, según el informe,
ir a la guerra deliberadamente, en el momento adecuado, es esencial para el futuro del Estado.
Si hacemos caso a estos escenarios, Oriente Próximo se hundirá en una dramática cadena de conflictos durante los próximos años.
El eje antiamericano que no existe
Para concluir este panorama desalentador, merece la pena hacer una última anotación. Aunque la opinión predominante en Washington es que, en el contexto de la actual competición mundial, Estados Unidos se enfrenta a un eje de potencias definido de vez en cuando como «revisionista», «autocrático» o «eje de agitación«, que estaría compuesto por China, Rusia, Irán y Corea del Norte, en realidad este eje no existe (si se entiende como una alianza orgánica).
Aparte del tratado de seguridad ratificado por Rusia y Corea del Norte, estos países no están vinculados por ninguna alianza militar, sino como mucho sólo por colaboraciones ad hoc.
Si las relaciones entre Rusia y China han alcanzado el nivel de una «asociación estratégica» desde el punto de vista político y económico, ello no impide que los dos países sigan sin ponerse de acuerdo (debido a las exigencias excesivamente bajas de China) sobre el precio del gas ruso que debe llegar a China a través del gasoducto Poder de Siberia II.
Una relación mucho más débil en la práctica vincula a Irán con China y Rusia respectivamente. El régimen de sanciones impuesto por Washington hace que Pekín evite invertir la economía iraní, adoptando una actitud hacia Teherán que algunos califican de «oportunista».
Un punto de inflexión parcial para Teherán podría llegar con la firma del acuerdo de asociación estratégica que, tras mucho retraso, se espera que Rusia e Irán firmen con ocasión de la visita oficial del presidente iraní Masoud Pezeshkian a Moscú el 17 de enero.
El acuerdo tendrá una dimensión comercial, energética y de defensa, y podría contribuir a aliviar el prolongado aislamiento que Teherán ha sufrido hasta ahora debido al embargo impuesto por Occidente.
Queda por ver si esto será suficiente para disuadir una eventual agresión israelí-estadounidense contra Irán y para restablecer una especie de equilibrio en Oriente Próximo, que la guerra israelí en el Líbano y el posterior colapso de Assad en Siria parecen haber socavado gravemente.