Sin embargo, Rubio, que fue durante 14 años senador por Florida y que
ha basado su carrera en apelar al electorado hispano abogando por políticas hostiles contra Venezuela y Cuba y propuestas injerencistas en general, conoce cuáles son las prioridades de su jefe, el presidente Donald Trump.
El mandatario republicano ha dejado en claro que en su segundo mandato buscará expandir la influencia de EEUU en la región, en una suerte de actualización de la Doctrina Monroe, con propuestas como apoderarse del Canal de Panamá e inmiscuirse en la lucha contra los cárteles mexicanos, todo sin descartar las opciones militares en ambos casos.
Además, el mandatario republicano ha elegido a los migrantes mexicanos y centroamericanos como chivos expiatorios para explicar la creciente desindustrialización de EEUU y problemas nacionales como la falta de acceso a la vivienda, el encarecimiento del costo de vida y el aumento de la criminalidad, pese a que todos los expertos señalan que el impacto de estos grupos con relación a esos temas es minúsculo.
La gira de Rubio, que pese a su brevedad no estuvo carente de fricciones —como la desmentida del Gobierno de Panamá a un anuncio realizado por el propio Departamento de Estado sobre que los barcos gubernamentales de EEUU iban a atravesar el Canal exentos de tarifas—, deja ver que el exsenador fue designado para llevar adelante la política de Trump en América Latina, pero que mantiene distancia del resto de la agenda exterior del nuevo Gobierno.
«Su rol es casi simbólico»
Esa es la opinión de Samuel Losada, internacionalista egresado de la Universidad de Palermo, que le dijo a Sputnik que Rubio «fue elegido para
restaurar la política del ‘patio trasero’ en América Latina, pero su poder más allá de eso es nulo».
Para graficar esa afirmación, el especialista señala el reciente anuncio de Rubio de que no participará de la próxima reunión del G20, a realizarse a fin de febrero en Sudáfrica, como también su llamativa ausencia durante la cumbre de Trump con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de esta semana en la Casa Blanca.
«Trump no cree en la diplomacia sino en la imposición de la fuerza y además desconfía de manera automática en los políticos de carrera. Rubio, siendo un senador con años de experiencia y ahora el jefe de la diplomacia de EEUU, es claro que no va a ser un actor importante en su Administración y que su rol de secretario de Estado es casi simbólico, una manera astuta de tener felices a los halcones de Washington, pero sin darles nada en la realidad», afirma Losada.
Al respecto, el analista recuerda que Trump nombró como enviado especial del Departamento de Estado para América Latina a Mauricio Claver-Carone, un excolaborador suyo durante su primera presidencia, en la que fue director de Asuntos para el hemisferio occidental del Consejo de Seguridad Nacional.
La designación del abogado de origen cubano, que acompañó a Rubio en su gira en Centroamérica, «parece indicar que Trump, que ya le dio una parcela de influencia muy pequeña a su secretario de Estado, quiere socavar todavía más la influencia de Rubio y el establishment de Washington«, afirma Losada.
En ese sentido, el experto recuerda que luego que Trump anunciara esta semana sus deseos de adueñarse de Gaza para construir propiedades inmobiliarias,
Rubio parecía no estar al tanto de ese proyecto al ser consultado por la prensa, declarando que el mandatario se estaba refiriendo meramente a la intención de reconstruir el territorio palestino tras el cese de las hostilidades logrado hace menos de un mes.
Sin embargo, horas después, Rubio no solo salió a defender la idea, diciendo que Trump haría a Gaza «hermosa de nuevo», sino que la agencia
Reuters informó que el secretario de Estado había decidido viajar de imprevisto la semana próxima a Oriente Medio para intentar calmar los ánimos de los países aliados de la región,
que rechazaron el plan de Trump de absorber a los dos millones de palestinos que serían expulsados por fuerzas de EEUU.
«Este paso en falso de Rubio dejó en evidencia que Trump es el único que toma las decisiones con respecto a la política exterior y que sus funcionarios tienen que defenderlas o hacer control del daño posterior, pero nunca oponerse o poner en marcha alternativas, algo que sí ocurrió en su primer mandato, cuando los funcionarios de carrera contradecían o hacían algo distinto a lo que quería el republicano», dice Losada.
Y concluye que «esto también resulta un fuerte contraste con lo que pasó en la presidencia de Joe Biden, quien según numerosos reportes en los últimos dos años había delegado la mayoría de las decisiones de política exterior a Antony Blinkin y Jake Sullivan, debido a los problemas cognitivos y las horas de trabajo acortadas del mandatario. Ahora el mensaje de la Casa Blanca es uno muy distinto: las decisiones las tomo yo, y si no les gustan, ahí está la puerta».