El ángel de la familia

Por Pedro Conde Sturla

Igual que sus hermanos Ramfis y Radhamés, Angelita había recibido una educación indulgente, permisiva, deficiente en todo sentido, y había sido por supuesto una niña mimada. Nunca tuvo el menor interés ni el menor incentivo para superarse intelectualmente ni un modelo que pudiera seguir.

Era bastante agraciada físicamente y muy limitada intelectualmente, pero sumamente inquieta. Según lo que dice Crassweller se la consideraba una chica tonta, poco sofisticada, aburrida y muy limitada en su conversación. La música la tenía por dentro, como se dice por estos lares. Tenía, en efecto, mucha música por dentro. Mucha inquietud por dentro.

Como hay que suponer, era en extremo caprichosa y en extremo engreída. No por nada había nacido en un elegante suburbio de París de Francia el 10 de junio de 1939 y se llamaba María de los Ángeles del Sagrado Corazón de Jesús Trujillo Martínez. La hija de Chapita el grande. La hija de la bestia

Igual que sus hermanos asistió irregularmente y con desgano a los colegios locales y a los trece años fue enviada a estudiar a Washington donde asistió con poco provecho a dos de las mejores y exclusivas instituciones educativas: Mount Vernon Junior College y Holy Cross Academy.

Su llegada a Estados Unidos, a semejanza de lo sucedido con sus hermanos, no pasaría desapercibida. Angelita viajaba en grande, como correspondía a la hija mimada del tirano. Para su traslado a Washington, en 1952, se contrató un avión. Todo un avión fue necesario para trasladar desde Ciudad Trujillo el abultado equipaje y el numeroso séquito que la acompañaba. Con ella viajaba una prima, Ligia Ruíz Trujillo de Bergés, nieta de Trujillo, en calidad de supervisora. Ella y su esposo, designado como ministro consejero de la embajada dominicana para que le sirviera de chaperón, la mantendrían en la medida de lo posible a soga corta. En realidad, desde la llegada de Angelita a Washington, el numeroso personal de la embajada estaría a su servicio. A disposición de la princesa que quería ser reina y fue reina de la Feria de la Paz, y que además asistió a la fastuosa coronación de la más famosa monarca de la tierra.

En efecto, el año de 1953, cuando apenas tenía catorce años fue nombrada embajadora extraordinaria para que pudiera asistir a la fastuosa coronación de la reina Isabel en Londres, la capital de Inglaterra, un remoto lugar que Angelita probablemente no sabía dónde quedaba.

Como acompañantes oficiales fueron designados el encantador Manuel de Moya Alonso y una prima de Angelita que tendría su misma edad.

Los ojos del mundo estaban puestos en ese glamuroso acontecimiento y Angelita de seguro estaba emocionada y nerviosa, no cabía en sí de la emoción. Quién sabe si se imaginaba en primera fila, aplaudiendo a la reina al pasar, quizás pidiéndole un autógrafo o dándole un cálido abrazo.

Lamentablemente sus sueños se truncaron bruscamente apenas puso pie en Inglaterra cuando el gobierno británico le comunicó que no podía ser miembro de la comisión oficial dominicana por razones de edad. Hay que suponer que a Angelita se le caería el alma a los pies al recibir la noticia. La negativa podía ser tomada como un insulto y de alguna manera lo era, pero en Ciudad Trujillo la prensa no aludió al asunto, no se mencionó, no sucedió.

De cualquier manera Angelita se las arregló para asistir, sin invitación, a la recepción final para delegados, y la prensa dominicana abultó el suceso, lo convirtió en un acontecimiento, retorció los hechos y los convirtió en una especie de apoteosis. Se inventaron que Angelita había sido recibida por la reina en una audiencia especial junto a otros miembros de la delegación dominicana. Sólo faltó decir que se había sentado en sus piernas.

Un año más tarde (1954), viajó con Trujillo y su familia a España. Para esa época se había convertido en una flamante quinceañera. Estaba en el esplendor de la juventud, en una edad difícil. Comenzaba a manifestarse, como dice Crassweller, por herencia o por exposición, la fogosidad sexual que dominaba a su padre, a los hermanos de su padre, a su tía Nieves Luisa, a su hermanastra Flor de Oro y a su propia madre en los años mozos.

Angelita exhibía, en fin, según afirma Crassweller, cierto grado de descaro en su forma de abordar el sexo, ligaba con hombres sin ningún reparo y los olvidaba con la misma rapidez. Entraba en un bar o en una discoteca, quizás bebía una copa de más, veía a alguien que le gustara, le ponía conversación y le dejaba claro, le hacía entender explícitamente, cuáles eran sus intenciones.

No era culpa suya, estaba en su naturaleza En cuanto veía un hombre que le gustara, se le alborotaba la música por dentro, le bailaba la música por dentro y no esperaba a que el hombre tomara la iniciativa. Angelita siempre tuvo iniciativa propia.

En Ciudad Trujillo, sin embargo, no podía moverse con tanta libertad. La tenían a soga corta, en la medida de lo posible, que era casi imposible.

Entre ella y sus padres se produjo, pues, una lucha incesante hasta el día en que contrajo o tuvo que contraer matrimonio. Cualquier militar o funcionario que pretendiera acercase íntimamente a ella era castigado severamente, degradado, trasladado, expulsado de su cargo. Ni Trujillo ni María Martínez querían que le echaran a perder la mercancía. Angelita era intocable. Ambos padres acariciaban sueños de grandeza. Para María Martínez no había nadie en el medio que la mereciera y Trujillo quería casarla con un príncipe o algún potentado, pero Angelita solo quería satisfacer sus caprichos. Y al final sucedió lo que tenía que suceder: alguien le hizo un daño al ángel de la familia. Le pegó una barriga.

Uno solamente puede imaginar las caras que pondrían la bestia y su consorte al saber la noticia. Habían deshonrado a la niña de sus ojos, a la virginal Angelita. En realidad no era la primera vez que la deshonraban, pero esta vez le habían pegado una barriga. El ángel de la familia estaba encinta, y no por obra del Espíritu Santo. El responsable era un coronelito, alguien del círculo íntimo de Ramfis, alguien que no pensó que iba a salir con vida. Un tal Luis León Estévez, amigo e imitador de Ramfis que soñaba con ser como él, uno que se paseaba como un gallito, sacando pecho, y que se ganó por eso el mote de Pechito. Un despreciable coronel al que llamaban Pechito y que cometería junto a Ramfis Trujillo horrendos crímenes de sangre.

Fue su amistad con Ramfis lo que le salvó la vida, lo que evitó que Angelita se quedara viuda antes de subir al altar. León Estévez se había jugado el pellejo cuando se atrevió a cortejar o aceptar el cortejo de Angelita, con el consentimiento de Ramfis seguramente, y Ramfis le salvó la vida.

Además fue Ramfis quien convenció al padre y a la madre de que permitieran matrimoniarse a la feliz pareja. Algo que sucedió el 4 de enero de 1958.

El primero de los cuatro hijos fue un varón que nació a los cinco meses de haberse efectuado la boda y la bestia quedó maravillada. Se demostró sorprendida de que un bebé de apenas cinco meses pudiera vivir.
El matrimonio liberó a Angelita de la tutela de sus padres y habría debido someterla a la de su esposo, pero eso no sucedió ni podía suceder. Angelita no alteró su conducta. Ningún marido la iba a meter en cintura. Ahora por fin estaba libre y ejerció su libertad.

El problema es que sus caprichos sexuales, su sensualidad desbocada, antes y después de casarse, tenía consecuencias. Angelita era capaz de perseguir, de acosar a un hombre que le gustara y el acoso ponía en peligro la vida de los acosados. Tan peligroso era aceptar cómo rechazar sus requerimientos. Algunos caían presos, otros perdían sus empleos y otros tenían que salir como pudieran del país. Pero el acoso también podía terminar en tragedia. Tal es el caso del teniente de la fuerza aérea Jean Awad Canaán y su esposa Pilar Báez.

(Historia criminal del trujillato [162])

Bibliografía:

Robert D. Crassweller, «The life and times of a caribbean dictator».

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