La Oficina de Fe de Trump: Un Paso Peligroso
Por Fernández Buitrago
El 7 de febrero de 2025, el presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva que establece la Oficina de Fe de la Casa Blanca, una iniciativa que ha desatado una tormenta de controversia en Estados Unidos. Dirigida por la televangelista Paula White-Cain, esta oficina tiene como propósito declarado empoderar a entidades religiosas, organizaciones comunitarias y lugares de culto para fortalecer familias, promover la autosuficiencia y proteger la libertad religiosa. Sin embargo, lo que podría parecer una medida bienintencionada para apoyar la fe en la esfera pública es visto por muchos como un paso alarmante hacia la erosión de la separación entre Iglesia y Estado, un principio consagrado en la Primera Enmienda de la Constitución. Este desarrollo plantea serias preguntas sobre el futuro de la laicidad y el pluralismo en una nación profundamente diversa.
*El Contexto Político y Religioso*
La creación de la Oficina de Fe no surge de la nada. Es el resultado de una relación simbiótica entre Trump y los evangélicos conservadores que se remonta a su primera campaña en 2016. Durante su primer mandato, en 2018, estableció la «Iniciativa de Fe y Oportunidad», también liderada por White-Cain, quien ha sido su asesora espiritual por más de 20 años. Ahora, en su segundo mandato tras su toma de posesión el 20 de enero de 2025, Trump ha elevado esta iniciativa a una oficina formal dentro del Consejo de Política Doméstica, dotándola de mayor autoridad y alcance. El anuncio, realizado durante el Desayuno Nacional de Oración en Washington D.C., estuvo acompañado por otra medida significativa: la creación de un grupo de trabajo liderado por la Fiscal General Pam Bondi para «erradicar el sesgo anticristiano» en el gobierno federal.
La retórica de Trump ha alimentado esta narrativa religiosa. Tras sobrevivir a dos intentos de asesinato en 2024 —uno en julio en Butler, Pensilvania, y otro en septiembre—, ha afirmado repetidamente que fue «salvado por Dios» para cumplir una misión divina: «hacer a América grande otra vez». Esta idea resuena profundamente con su base evangélica, que lo ve como un líder ungido. La designación de White-Cain, conocida por declaraciones extremas como «oponerse a Trump es oponerse a Dios», refuerza esta percepción y subraya las intenciones de la administración de fusionar fe y política de manera explícita.
*Paula White-Cain: Una Figura Polémica al Mando*
Paula White-Cain no es una líder religiosa convencional. Pastora de la iglesia StoryLife en Florida y fundadora de Paula White Ministries, ha construido una fortuna promoviendo el «evangelio de la prosperidad», una teología que vincula la fe fuerte con la riqueza material y la salud física.
Esta creencia, rechazada por muchos cristianos tradicionales como una distorsión del mensaje bíblico, le ha valido críticas severas. Su vida personal —dos divorcios y un tercer matrimonio con el músico Jonathan Cain de la banda Journey— y su estilo de vida lujoso, que incluye mansiones y jets privados, contrastan con la humildad predicada por muchas denominaciones cristianas.
White-Cain ha sido una aliada incondicional de Trump desde principios de los 2000, cuando él comenzó a asistir a sus eventos. Durante la campaña de 2020, afirmó que «confederaciones demoníacas» intentaron robarle la elección, y en 2017 oró en su investidura. Su nombramiento como cabeza de la Oficina de Fe ha polarizado opiniones.
Sus seguidores la ven como una defensora apasionada de la libertad religiosa y una voz para los valores conservadores; sus detractores, como Americans United for Separation of Church and State, la consideran «no apta» para liderar una oficina que debería ser imparcial y servir a todas las comunidades de fe, no solo a los evangélicos alineados con Trump.
Los Peligros para la Separación entre Iglesia y Estado
El establecimiento de la Oficina de Fe plantea múltiples riesgos para la democracia estadounidense, empezando por la amenaza a la separación entre Iglesia y Estado. La Primera Enmienda prohíbe al gobierno establecer o favorecer una religión sobre otras, un principio que ha garantizado la coexistencia de diversas creencias en EE.UU. Al crear una oficina dedicada a empoderar a «entidades basadas en la fe» —con un énfasis claro en las cristianas— y alinearlas con políticas públicas, la administración Trump podría estar sentando las bases para un gobierno que privilegie a un grupo religioso sobre los demás, incluyendo a judíos, musulmanes, hindúes y los no creyentes, que representan una porción creciente de la población.
La oficina tiene el mandato de coordinar con agencias federales para promover entrenamientos sobre libertad religiosa y facilitar el acceso a fondos públicos para organizaciones religiosas.
Esto podría traducirse en una canalización desproporcionada de recursos hacia grupos evangélicos conservadores, especialmente aquellos leales a Trump. Durante su primer mandato, Trump ya eliminó regulaciones de la era Obama que obligaban a organizaciones religiosas a referir a beneficiarios a proveedores alternativos si objetaban su carácter confesional. Esta tendencia, amplificada por la Oficina de Fe, podría dejar a las minorías religiosas y a los seculares sin acceso equitativo a servicios financiados por el gobierno.
El grupo de trabajo contra el «sesgo anticristiano» añade otra dimensión preocupante. Aunque se presenta como una defensa de los cristianos, podría convertirse en una herramienta para justificar discriminación contra minorías sexuales o religiosas bajo el pretexto de «libertad religiosa».
Casos como la redefinición de protecciones laborales por la EEOC para incluir identidad de género, o el señalamiento del FBI a católicos tradicionalistas como extremistas, han sido citados por la administración como ejemplos de «persecución cristiana». Sin embargo, estas medidas podrían usarse para silenciar disenso o imponer una visión religiosa específica en la esfera pública.
Implicaciones a Largo Plazo
La Oficina de Fe podría tener un impacto duradero en el tejido político y social de Estados Unidos. Con iniciativas como el Proyecto 2025 —un plan conservador que busca priorizar «derechos otorgados por Dios» en la gobernanza— ganando tracción, esta oficina podría servir como un vehículo para institucionalizar una agenda teocrática. Temas como el aborto, los derechos LGBTQ+ y la educación religiosa en escuelas públicas podrían polarizarse aún más, mientras la influencia de figuras como White-Cain en la Casa Blanca normaliza una retórica que equipara la oposición política con una afrenta divina.
Para los evangélicos blancos, que han sido un bloque electoral crucial para Trump, este movimiento solidifica su apoyo. Sin embargo, el costo podría ser elevado: una erosión de la neutralidad del gobierno, un aumento de la desconfianza entre comunidades religiosas y una percepción global de que EE.UU. está abandonando su identidad como un estado laico. En un país donde la diversidad religiosa y cultural es un activo, priorizar una sola fe podría exacerbar las divisiones existentes y alienar a amplios sectores de la población.
*Un Futuro Incierto*
La Oficina de Fe de la Casa Blanca, bajo el liderazgo de Trump y White-Cain, es más que una reorganización administrativa; es una declaración de intenciones que podría redefinir la relación entre religión y poder en Estados Unidos. Sus defensores la celebran como una victoria para la libertad religiosa y un retorno a los «valores fundacionales»; sus críticos, como un camino resbaladizo hacia la intolerancia y el autoritarismo disfrazado de fe. En un momento de profundas fracturas sociales, este experimento plantea una pregunta fundamental: ¿puede una nación plural prosperar bajo un gobierno que parece decidido a gobernar con la Biblia en una mano y la bandera en la otra? El tiempo revelará las consecuencias, pero los riesgos son innegables.
Creado por Multimedios LZO, La Agencia de Prensa.