El FMI pide a los bancos centrales que estén listos para evitar una crisis financiera
Cuando los mercados tiemblan, el ruido de fondo suele confundirse con simples sacudidas pasajeras. Pero esta vez, el eco que resuena desde Washington no es un temblor aislado: es un seísmo en toda regla. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha activado todas las alarmas y lo hace con un tono inusualmente contundente. Pide a los bancos centrales que se preparen para intervenir y evitar una nueva crisis financiera. Y lo más preocupante no es la advertencia en sí, sino todo lo que la sustenta.
Desde que Donald Trump decidiera embarcarse en una guerra comercial contra medio mundo, la economía global no ha conocido un segundo de calma. Esa tensión ha erosionado las previsiones de crecimiento, y lo que es peor, ha sembrado la inestabilidad en los mercados financieros. La incertidumbre se ha convertido en la norma, y el FMI advierte que los riesgos para la estabilidad financiera “han aumentado considerablemente”. No es una predicción apocalíptica: es una lectura realista de un tablero global plagado de minas.
El escenario que describe el organismo que dirige Kristalina Georgieva no deja lugar a la duda: sobrevaloración de activos, fondos altamente apalancados, tensiones en los mercados de bonos soberanos y una amenaza persistente de correcciones abruptas. En otras palabras, una tormenta perfecta que puede desatarse en cualquier momento si las autoridades no actúan con la diligencia debida.
El Fondo lo resume de forma sencilla: las autoridades deben estar listas para garantizar la liquidez y la estabilidad, especialmente en los mercados de deuda soberana. Christine Lagarde, al frente del Banco Central Europeo (BCE), ya ha mostrado su disposición para intervenir si fuera necesario. En cambio, Jerome Powell prefiere mantenerse en un equilibrio incierto, asegurando que, por ahora, los mercados “funcionan adecuadamente”. Ahora bien, la pregunta es ¿hasta cuándo?
Secuelas económicas
Lo que está en juego no es solo la estabilidad financiera. Una nueva crisis —como bien recuerda el FMI— no solo desordena los balances de los bancos, también deja secuelas económicas persistentes: caída del consumo, destrucción de empleo, incertidumbre empresarial y, en última instancia, desconfianza social. Todo esto es más probable hoy que hace apenas unos meses. Los mercados de renta variable y de bonos siguen sobrevalorados pese a las recientes turbulencias, y la tensión geopolítica no deja de crecer.
Además, las economías emergentes enfrentan un futuro aún más incierto. Deben refinanciar su deuda en un contexto de costes elevadísimos, lo que amenaza con ahogar su crecimiento y con arrastrar a sus poblaciones a una mayor vulnerabilidad. La fragilidad del sector financiero, combinada con el auge de los criptoactivos, multiplica los puntos de fractura. El FMI no se anda con rodeos: hay que proteger la soberanía monetaria y adoptar una política fiscal clara sobre estos activos digitales.
¿Y qué propone el Fondo? Lo de siempre, pero con urgencia renovada: supervisión estricta, regulación efectiva, gestión de riesgos, y sobre todo, capital y liquidez suficientes para que el sistema bancario no se convierta, otra vez, en el epicentro del caos. Basilea III debe dejar de ser un marco aspiracional y convertirse en un estándar plenamente implementado.
La conclusión es sencilla pero inquietante: la tormenta no ha pasado. El FMI lo dice alto y claro. Ahora queda por ver si los bancos centrales están dispuestos a actuar con la misma claridad. Porque si esperan a que los mercados se hundan para intervenir, puede que esta vez no haya flotadores suficientes para todos. @mundiario
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