Sobre “ el pánico moral” y el valor de expresarse: el silencio de Occidente sobre Gaza
Ilan Pappe.
Foto: Manifestaciones propalestinas. Andrew Medichini. AP
Los palestinos no pueden permitirse el lujo de que el pánico moral occidental influya o decida su destino. Resistirse a esta presión es un paso pequeño pero crucial para construir la red de solidaridad global con Palestina que tanto se necesita.
Las respuestas del mundo occidental a la situación en la Franja de Gaza y Cisjordania plantean una pregunta inquietante:
¿por qué Occidente oficial, y Europa occidental oficial en particular, se muestra tan indiferente ante el sufrimiento de los palestinos?
¿Por qué el Partido Demócrata de Estados Unidos es cómplice, directa e indirectamente, de mantener la inhumanidad cotidiana en Palestina, una complicidad tan visible que probablemente fue una de las razones por las que perdieron las elecciones, ya que el voto árabe-estadounidense y progresista en estados clave no pudo, y con razón, perdonar a la administración Biden por su participación en el genocidio de la Franja de Gaza?
Se trata de una pregunta pertinente, dado que estamos ante un genocidio televisado que ahora se ha reanudado sobre el terreno.
Es diferente de épocas anteriores en las que se manifestó la indiferencia y la complicidad occidentales, ya fuera durante la Nakba o durante los largos años de ocupación desde 1967.
Durante la Nakba y hasta 1967, no era fácil obtener información, y la opresión después de 1967 fue en su mayor parte gradual y, como tal, fue ignorada por los medios de comunicación y la política occidentales, que se negaron a reconocer su efecto acumulativo sobre los palestinos.
Pero estos últimos dieciocho meses son muy diferentes. Ignorar el genocidio en la Franja de Gaza y la limpieza étnica en Cisjordania solo puede calificarse de intencionado y no de ignorancia.
Tanto las acciones de los israelíes como el discurso que las acompaña son demasiado visibles para ser ignorados, a menos que los políticos, los académicos y los periodistas decidan hacerlo.
Este tipo de ignorancia es, ante todo, el resultado del exitoso cabildeo israelí, que ha prosperado en el terreno fértil del complejo de culpa europeo, el racismo y la islamofobia.
En el caso de Estados Unidos, es también el resultado de muchos años de una maquinaria de cabildeo eficaz y despiadada a la que muy pocos en el mundo académico, los medios de comunicación y, en particular, la política, se atreven a desobedecer.
Este fenómeno se conoce en los estudios recientes como pánico moral, muy característico de los sectores más concienciados de las sociedades occidentales: intelectuales, periodistas y artistas.
El pánico moral es una situación en la que una persona teme adherirse a sus propias convicciones morales porque ello exigiría un cierto valor que podría tener consecuencias.
No siempre nos ponemos a prueba en situaciones que requieren valor, o al menos integridad. Cuando ocurre, es en situaciones en las que la moralidad no es una idea abstracta, sino una llamada a la acción.
Por eso tantos alemanes guardaron silencio cuando los judíos fueron enviados a los campos de exterminio, y por eso los estadounidenses blancos se quedaron de brazos cruzados cuando los afroamericanos eran linchados o, anteriormente, esclavizados y maltratados.
¿Cuál sería el costo que tendrían que afrontar los principales periodistas occidentales, políticos veteranos, profesores titulares o directores ejecutivos de empresas reconocidas si culparan a Israel de cometer un genocidio en la Franja de Gaza?
Parece que les preocupan dos posibles consecuencias. La primera es ser tachados de antisemitas o negacionistas del Holocausto y, la segunda, temen que su respuesta sincera desencadene un debate que incluya la complicidad de su país, de Europa o de Occidente en general, al permitir el genocidio y todas las políticas criminales contra los palestinos que lo precedieron.
Este pánico moral da lugar a fenómenos sorprendentes. En general, convierte a personas cultas, elocuentes y bien informadas en personas totalmente incapaces cuando hablan de Palestina.
Impide que los miembros más perspicaces y reflexivos de los servicios de seguridad examinen las exigencias israelíes de incluir toda la resistencia palestina en una lista de terroristas, y deshumaniza a las víctimas palestinas en los principales medios de comunicación.
La falta de compasión y de solidaridad básica con las víctimas del genocidio quedó al descubierto por la doble moral mostrada por los principales medios de comunicación occidentales, y en particular por los periódicos más consolidados de Estados Unidos, como The New York Times y The Washington Post.
Cuando el editor de Palestine Chronicle, el Dr. Ramzy Baroud, perdió a 56 miembros de su familia, asesinados por la campaña genocida israelí en la Franja de Gaza, ninguno de sus colegas del periodismo estadounidense se molestó en hablar con él ni mostró ningún interés en escuchar sobre esta atrocidad.
Por otro lado, una acusación israelí inventada sobre una conexión entre el Chronicle y una familia en cuyo bloque de pisos se retenía a rehenes despertó un enorme interés por parte de estos medios y atrajo su atención.
Este desequilibrio en la humanidad y la solidaridad es solo un ejemplo de las distorsiones que conlleva el pánico moral.
No me cabe duda de que las acciones contra los estudiantes palestinos o pro-palestinos en Estados Unidos, o contra conocidos activistas en Gran Bretaña y Francia, así como la detención del editor de Electronic Intifada, Ali Abunimah, en Suiza, son todas manifestaciones de este comportamiento moral distorsionado.
Un caso similar se ha producido recientemente en Australia. Mary Kostakidis, una famosa periodista australiana y antigua presentadora del programa SBS World News Australia, emitido en horario de máxima audiencia, ha sido llevada ante la corte federal por su cobertura, bastante moderada, de la situación en la Franja de Gaza.
El mero hecho de que el tribunal no haya desestimado esta acusación desde el principio demuestra lo profundamente arraigado que está el pánico moral en el Norte Global.
Pero hay otra cara de la moneda. Afortunadamente, hay un grupo mucho más amplio de personas que no temen correr los riesgos que conlleva manifestar claramente su apoyo a los palestinos y que muestran esta solidaridad a sabiendas de que puede acarrearles la suspensión, la deportación o incluso la cárcel.
No es fácil encontrarlos entre la academia, los medios de comunicación o la política dominantes, pero son la voz auténtica de sus sociedades en muchas partes del mundo occidental.
Los palestinos no pueden permitirse el lujo de que el pánico moral occidental influya o decida su destino. Resistirse a esta presión es un paso pequeño pero crucial para construir la red de solidaridad global con Palestina que tanto se necesita.