Aniversario del silencio: 25 años de cultura desatendida
Por Danilo Ginebra
Recuerdo los discursos. Las promesas. La ilusión. Recuerdo la esperanza de que, por fin, la cultura dejaría de ser esa oficina arrinconada en el Palacio de Bellas Artes, una dirección olvidada del Ministerio de Educación, donde solo llegaba el polvo.
Cuando la cultura fue institucionalizada (y relegada)
En el año 2000, la República Dominicana dio un paso histórico: creó el Ministerio de Cultura. La promesa era clara: integrar, fortalecer y proyectar el alma cultural del país. Veinticinco años después, esa promesa figura entre las más traicionadas.
El Ministerio, en vez de ser un motor creativo, se ha transformado en una maquinaria lenta, centralista y burocrática. En lugar de sembrar cultura viva en todo el país, se ha limitado a gestionar formularios, nóminas con altos salarios para funcionarios y abultados gastos administrativos. En vez de abrir caminos, ha preferido custodiar puertas cerradas, reservando el paso para los mismos de siempre. Y, en demasiadas ocasiones, ha confundido cultura con protocolo, política con propaganda, arte con entretenimiento.
¿Qué hicimos con el Ministerio de Cultura?
Recuerdo los discursos. Las promesas. La ilusión.
Recuerdo la esperanza de que, por fin, la cultura dejaría de ser esa oficina arrinconada en el Palacio de Bellas Artes, una dirección olvidada del Ministerio de Educación, donde solo llegaba el polvo.
Pensé: Ahora sí.
Ahora sí habría teatro en los barrios, ballet en los liceos, títeres en las escuelas, clases y talleres de arte en provincias y municipios.
Ahora sí los artistas dejarían de mendigar insumos para crear.
Ahora sí podríamos vivir dignamente de nuestro trabajo.
Ahora sí nuestra juventud tendría formación artística, pinceles, libros, espacios vivos.
Esperé. Esperamos.
Y lo que llegó… fue poco.
Y lo poco, para los mismos.
Cada gestión con su equipo, sus promesas, su estilo y su ruptura con la anterior. Pocos planes han sido de largo alcance. Casi ninguno ha logrado sostenerse en el tiempo. Se ha privilegiado la cultura de eventos por encima de la cultura como derecho.
El centralismo ha asfixiado la creación en las provincias. La mayor parte del presupuesto sigue concentrado en Santo Domingo, donde el «circuito cultural» se reduce a una élite con acceso y aire acondicionado, mientras los barrios y municipios aún esperan su primera función de títeres o su primer taller de poesía o teatro.
Para los políticos cercanos al poder.
Para los que aplauden sin preguntar.
Para los que aprendieron a callar para no perder el contrato… o el puesto sin funciones.
Convirtieron la poesía en papeleo, El teatro en reflexión vacía, El ballet, lo envolvieron en tutús de élite y los sueños en decretos, la música en carpetas de Excel.
Nos prometieron un jardín.
Y nos dejaron oficinas preñadas de burócratas.
Gente que cobra sin salir al sol.
Planificaciones eternas para eventos que nunca cruzan la esquina.
Hablan de “gestión” como si eso bastara.
Pero sin visión, sin justicia, sin alma…
No hay cultura posible.
¿Dónde está el alma?
Veinticinco años después, el Ministerio sigue centralizado en un gobierno, en un ministro, en una silla.
Sigue hablando más de lo que escucha.
Y solo se fortalecen ellos.
La cultura sigue desatendida.
Se sigue tratando como adorno de élite.
No como raíz del árbol país.
¿Dónde están las Casas de Cultura vivas?
Con niños creando. Con artistas enseñando. Con comunidades aplaudiendo y vibrando.
Una gestora de Barahona me dijo: “Aquí vino un viceministro en 2020. Prometió talleres, una carpa, apoyo. Todavía lo estamos esperando. Ya él no está. Ni los talleres. Ni la carpa. Solo quedamos nosotros.”
Al final siempre quedamos nosotros.
Los que no vivimos del Ministerio.
Los que hacemos cultura por terquedad.
Por fe. Por amor.
¿Quién decide qué es primordial y que no en un plan de cultura?
¿Quiénes elaboran el Plan Nacional de Cultura y ese presupuesto que nunca alcanza?
¿Quién reparte los fondos y con qué criterios?
¿Quién financia las producciones institucionales mientras mueren los proyectos comunitarios?
Conozco jóvenes creadores que se fueron del país…Y otros que se fueron de la vida esperando.
Y también quienes triunfaron por sí mismos, sin haber recibido nunca una llamada del Ministerio.
La cultura no puede ser administrada como una empresa.
No se gerencia desde un escritorio, ni con chacabanas almidonadas, ni con trajes y corbatas.
La cultura se vive con las mangas arremangadas.
Se suda con la gente.
Se ensaya en la platea vacía.
Se canta, se sufre, se ríe y se llora.
Un Ministerio de Cultura no puede parecer un castillo cerrado, con seguridad extrema como si fuera una embajada.
Debe ser puente, plaza, abrazo.
Un lugar donde el niño que pinta en un callejón se encuentre con el poeta que ensaya en un teatro vacío.
Y si mañana desmantelaran el Ministerio…
¿Quién lo lloraría?
¿Quién lo defendería?
Hay instituciones que el pueblo siente suyas.
Y hay otras que el pueblo ni reconoce.
Esa es la pregunta más dura.
Y más sincera.
Pero yo no escribo desde la rabia ni desde el cinismo.
Escribo desde una esperanza terca.
Desde la convicción de que aún estamos a tiempo.
Por eso he vuelto.
Cada palabra que escribo ha pasado primero por el filtro de mis pensamientos… y el peso de mi conciencia. Propongo algo sencillo. Radical, sí. Pero necesario:
Una auditoría moral, autocrítica y afectiva del Ministerio de Cultura.
No basta saber cuántos contratos se firmaron.
Queremos saber a cuántas vidas tocaron.
A qué provincias llegaron las instituciones artísticas de Bellas Artes.
A qué comunidad le dieron identidad.
A qué niño le cambiaron el rumbo con un taller de ballet, pintura o poesía.
Eso es cultura.
Lo demás es protocolo.
Y ambición política futura.
……. Sí, ha habido esfuerzos valiosos:
Algunas ferias del libro, el fortalecimiento del Sistema Nacional de Escuelas Libres, algunas ediciones del Festival Internacional de Teatro, ciertos concursos literarios,…
Pero casi todo ha dependido del impulso personal de algunos funcionarios, no de una política de Estado.
La cultura sigue siendo “una gestión más”, no un eje transformador del país.
Por eso no hay continuidad.
Solo retazos. Fragmentos.
Esfuerzos individuales que el tiempo erosiona.
Yo creo en una República Dominicana que lea para pensar, que conozca su historia y su alma.
Creo en una patria donde leer no sea un lujo, sino un acto cotidiano de libertad.
Porque un país que no lee repite errores. Y uno que lee, se levanta con ojos abiertos y voz propia. Que cante su historia sin miedo. Que pinte sus heridas. Que enseñe arte en las escuelas y liceos como se enseña matemáticas.
Porque sin arte… no hay nación completa.
Y si el Ministerio no logra eso,
no es por falta de presupuesto.
Es por falta de coraje.
Donde hay voluntad política, la cultura florece.
Donde no… se marchita.
En 25 años, no se ha logrado establecer un sistema nacional de apoyo sostenido al creador.
No existe aún un fondo público competitivo, transparente y estable para producción artística.
Los artistas siguen recurriendo a cartas, favores, rifas y padrinos.
La precariedad se ha normalizado como parte del “sacrificio” del arte.
Los programas de formación desaparecen con cada nuevo ministro.
En este 25 aniversario, ni acto protocolar, ni informe de rendición de cuentas.
Quiero una rendición del alma.
Un acto de humildad institucional.
Una refundación cultural.
Lo que el Ministerio debería ser (y aún no ha sido)
Un verdadero Ministerio de Cultura sería motor de pensamiento, estímulo a la creatividad, brazo educativo y espejo colectivo.
Tendría presencia constante en las provincias, apoyo técnico a los gestores, acceso garantizado a la formación artística y un plan que integre arte, memoria, patrimonio, identidad y futuro.
Hoy, a 25 años, seguimos esperando.
La cultura ha sido administrada, no cultivada.
Ha sido observada, pero no habitada.
Porque la cultura no es la orilla del país.
Es su centro.
Es su raíz.
Y todo lo que no florece desde ahí…es ruido.
Y beneficios particulares.
Conclusión: Sin alma no hay país
En un ensayo anterior dijimos que la cultura no es adorno.
Hoy podemos añadir: tampoco es un archivo que se guarda en el Palacio de Bellas Artes ni un presupuesto que se reparte cada diciembre en vice ministerios .
Es el pulso del país. Es
La única fuerza que puede salvarnos del vacío.
Y un país que olvida su alma,
que convierte su Ministerio de Cultura en sala de espera para cargos políticos,
es un país que se traiciona.
La cultura somos todos.
Pero también nos merecemos un ministerio que lo entienda.
“No solo de pan vivirá el hombre…”
Tampoco una nación.
Tampoco nosotros.