¿Liquidez o inflación? El dilema de la Junta Monetaria
Por Juan Ramón Mejía Betances
La historia económica nos ha enseñado que estimular la demanda interna sin tomar en cuenta la oferta, ni los factores externos que afectan el tipo de cambio, puede ser tan peligroso como no hacer nada. Por eso, es esencial mantener el equilibrio entre el crecimiento y la estabilidad macroeconómica.
En su sesión del 13 de junio de 2025, la Junta Monetaria autorizó al Banco Central de la República Dominicana a liberar RD$81 mil millones en recursos de liquidez, mediante tres componentes fundamentales: RD$50 mil millones en liberación de encaje legal para sectores productivos; RD$14 mil millones reasignados de medidas anteriores para vivienda y MIPYMES; y el aplazamiento de vencimientos por RD$17 mil millones en facilidades de liquidez rápida.
Esta medida, según las autoridades, busca estimular el crédito, dinamizar la actividad productiva y contribuir a la recuperación de la demanda interna, en un contexto global incierto marcado por conflictos geopolíticos y una ralentización del crédito. En principio, se trata de una política de expansión monetaria con objetivos claros: sostener el crecimiento económico y evitar una contracción del crédito a sectores estratégicos.
Sin embargo, estas decisiones no están exentas de riesgos, y es allí donde debemos hacer una pausa y reflexionar. La inyección de RD$81 mil millones al sistema financiero —equivalente a más del 2.4 % del pasivo sujeto a encaje legal— incrementará la cantidad de pesos circulando en la economía, con un probable efecto de presión sobre la tasa de cambio, en especial si no se acompaña de un aumento proporcional en la entrada de divisas.
Este riesgo se amplifica si se considera un factor externo que escapa al control de las autoridades monetarias: la posibilidad de un incremento en los precios internacionales del petróleo, a causa del recrudecimiento del conflicto en Medio Oriente. Como país netamente importador de hidrocarburos, cualquier alza en los precios del crudo implica un encarecimiento del transporte, la energía y la producción, elementos que se traducen en mayores costos para empresas y consumidores.
La combinación de una mayor liquidez interna, una eventual depreciación del tipo de cambio y el encarecimiento de las importaciones crea un escenario propenso a la inflación. Aunque el Banco Central sostiene que sus modelos proyectan una inflación dentro del rango meta (4 % ± 1 %), no se puede obviar que los shocks externos tienen la capacidad de alterar rápidamente esas proyecciones.
En este contexto, cabe preguntarse: ¿A quién beneficiará realmente esta expansión monetaria? ¿Logrará traducirse en mayor inversión productiva y generación de empleos, o terminará desplazándose hacia consumo, pago de deudas pasadas o incluso fuga hacia el dólar? Peor aún, ¿estamos ante una medida que, en lugar de mejorar el poder adquisitivo de los ciudadanos, podría erosionarlo si se materializan los riesgos inflacionarios?
Es comprensible que se busque dinamizar la economía en momentos de incertidumbre, pero no debe olvidarse que las medidas expansivas también tienen efectos colaterales. En una economía abierta como la nuestra, con alta dependencia energética externa y limitada capacidad exportadora, cualquier exceso de liquidez sin respaldo productivo tiende a reflejarse en depreciación e inflación.
A estos factores se suma otro elemento estacional que suele pasar desapercibido, pero que cobra gran relevancia: el verano es temporada baja para el turismo en la República Dominicana, una de nuestras principales fuentes de divisas. Esta disminución estacional en la entrada de dólares puede coincidir con el aumento de la liquidez interna, generando así una presión adicional sobre el tipo de cambio en los próximos meses.
Frente a este panorama, cabe preguntarse si no sería más prudente priorizar medidas estructurales como una mayor inversión pública en infraestructura, educación, salud y proyectos de impacto social y económico. Una estrategia de inversión pública sostenida no solo estimula el crecimiento a mediano plazo, sino que genera empleo directo, fortalece la demanda agregada con respaldo productivo y mejora la competitividad del país sin poner en riesgo la estabilidad macroeconómica inmediata.
La historia económica nos ha enseñado que estimular la demanda interna sin tomar en cuenta la oferta, ni los factores externos que afectan el tipo de cambio, puede ser tan peligroso como no hacer nada. Por eso, es esencial mantener el equilibrio entre el crecimiento y la estabilidad macroeconómica, evitando políticas que a corto plazo aparentan ser soluciones, pero que a mediano plazo se convierten en nuevas amenazas.