Trujillo y Jhonny Abbes en la hora final.
Por Farid Kury
El nombre de Johnny Abbes está ligado al de Rafael Leónidas Trujillo y el de éste al de Johnny Abbes. Cuando se habla de Trujillo se piensa en Abbes y cuando se habla de Abbes se piensa en Trujillo. Y esa identificación adquiere fuerza cuando se habla de crímenes. Johnny y Trujillo fueron las caras del régimen en su última etapa. Nunca dos individuos sincronizaron mejor en la consumación de crímenes.
La identificación de esos dos personajes es tan fuerte que a menudo se cree que Johnny estuvo al lado de Trujillo desde el nacimiento de la dictadura en agosto de 1930. Pero no, Johnny no fue de los primeros. Incluso Jhonny conoció a Trujillo muchos años después, cuando el régimen estaba entrando en el ocaso.
Mucho antes de Johnny aparecerse en la vida de Trujillo hubo diversos personajes que dirigieron la política represiva del régimen. Fueron muchos los que por órdenes de Trujillo, y hasta sin órdenes, llenaron el país de crímenes. Personajes como Ludovino Fernández, Fausto Caaamaño, Arturo Espaillat, Piro Estrella y otros tantos se encargaron, antes de Johnny, de solidificar el gobierno en base al terror.
Cuando Trujillo tomó el poder Johnny solo tenía seis años. Y no fue sino en mayo de 1955 cuando esos dos demonios se conocieron. Johnny tuvo la osadía de enviarle una carta pidiéndole una cita. Y el Jefe, cosa un tanto extraña, lo recibió sin dilaciones. Las cosas cuando van a suceder suceden.
Contrario a lo que algunos pudieran creer, en ese momento Johnny no era un funcionario del gobierno, y ni siquiera era un personaje de importancia social ni nada parecido, aunque sí era conocido porque trabajaba en el Comité Olímpico Dominicanao y vivía deambulando por la zona colonial donde había nacido y críado.
En ese encuentro Johnny le pidió a Trujillo enviarlo a México para estudiar Ciencias Policiales, según narra Tony Raful en su libro «Jhonny Abbes, Vivo y Suelto». Parece ser que entre ellos nació de inmediato cierta simpatía. El Jefe aprobó su solicitud y poco tiempo después éste estaba volando hacia México. En México duró menos de un año, pero hizo algunos cursillos de investigación policial. Don Luis Ruiz Trujillo, sobrino de Trujillo, dice en una entrevista concedida al acucioso, acreditado y prestigioso investigador Victor Grimaldi, que el hombre vino de México un poco transformado y muy influenciado por los asuntos policiales.
Regresó al país en abril de 1956. Trujillo lo recibe y apenas el 4 de mayo es nombrado, mediante decreto, como Inspector de Embajadas y Consulados en Centroamérica. Ahí Johnny queda incorporado a la maquinaria del terror del régimen, y pronto iba a ser su jefe máximo.
Los primeros encargos a Johnny son en el exterior. En ese momento el jefe del organismo de investigación lo era Arturo Espaillat. Pero como Trujillo quedó fascinado por las diferentes diligencias contra los luchadores anti trujillistas realizadas por Johnny en México y en Centroamérica, pero sobre todo por el eficiente trabajo en Guatemala donde planificó y ejecutó el asesinato del presidente Carlos Castillo Armas, lo designó como jefe de lo que se llamaría Servicio de Inteligencia Militar (SIM).
A partir de ese momento la influencia de Abbes, en materia de servicios de inteligencia y de terror, fue absoluta. Su influencia sobre el propio Trujillo fue notoria. No tuvo frenos. Lo suyo era matar y matar. Le encantaba ese rol. Lo gozaba. Dice el doctor Balaguer en «Memorias de un cortesano en la Era de Trujillo» que “Su dominio sobre el aparato represivo del régimen llegó a ser tan absoluto, que la mayoría de los dominicanos, muchos de ellos jóvenes pertenecientes a familias ligadas al dictador, dependía del humor con que ese pequeño Fouché se levantaba cada día y de sus querencias o malquerencias personales”.
Ahora bien, esa etapa de predominio absoluto de Abbes encuentra a un Trujillo perdiendo las facultades y habilidades que les habían caracterizado durante toda su dictadura. La agilidad mental y su astucia, que sin duda fueron factores importantes en su dominio sobre el pueblo dominicano, fueron despareciendo poco a poco. Aquel Trujillo hábil, inteligente, astuto, fue transformándose en un Trujillo sumamente iracundo, torpe, errático, imprudente.
Los errores de Trujillo fueron muchos y significativos. Desde el secuestro del profesor vasco Jesús de Galíndez, el asesinato en 1957 del presidente Castillo Armas en Guatemala, el atentado en 1960 contra el presidente Rómulo Betancourt en Venezuela, el enfrentamiento con la iglesia católica, el asesinato de los luchadores anti trujillistas, tanto los que llegaron en junio de 1959 procedentes de Cuba como los que fueron asesinados cuando el complot develado, y entre éstos de manera muy particular el terrible asesinato de las Hermanas Mirabal, el régimen fue dando tumbos en una serie de errores.
Realmente Trujillo estaba desquiciado, digámoslo en buen dominicano, loco. Las expediciones de Junio de 1959, en los que participaron muchos hijos de sus amigos y funcionarios, contribuyeron a ese desquiciamiento. El régimen entró en una especie de locura, en la que Johnny Abbes y Trujillo se convirtieron en una sólida mancuerna. En esa etapa Trujillo lo que menos necesitaba era un hombre de la baja calaña de ese asesino llamado Johnny Abbes. Necesitaba más bien de personas prudentes. Y eso era lo que menos tenía ese personajillo. El y Trujillo parecían disfrutar llevar el terror a su máxima expresión. Aves de un mismo plumaje vuelan juntos.
Salvo el caso del secuestro en 1956 de Jesús de Galindez en Estados Unidos donde aun Abbes no era una figura clave en el aparato de terror, todos los crímenes, fueron letra y música de Trujillo y Johnny Abbes. Fue la última etapa del terror, y lo último, malo o bueno, siempre adquiere categoría imborrable. En este caso, lo último fue el clímax del terror, y Johnny, junto al dictador, tiene que cargar con la mancha de ser visto como el jefe del terror durante toda la Era, pese a haber llegado al gobierno en la última etapa.