Imperialismo, neocolonialismo, violencia, contraemancipa-ción y contrainsurgencia
Por Armando Almánzar-Botello
«La hipótesis tendenciosa sobre la inevitable corrupción de casi todos los gobiernos latinoamericanos, los temas del narcotráfico y de las supuestas violaciones a los derechos humanos (perversamente concebidos), son a la fecha recursos utilizados por los Estados Unidos para reforzar sus odiosas políticas de injerencia pseudoética en los asuntos internos de múltiples naciones» Armando Almánzar-Botello
«La “sociedad global” generada por las grandes potencias opera en un contexto complejo de relacionismos intensivos y de inevitables interdependencias culturales y económico-financieras, pero tiende, regida por la ciega, insaciable y paradójica axiomática capitalista, a desconocer ese panorama en el que se imbrican de forma problemática lo global y lo local, lo liso y lo estriado (Deleuze, Guattari), y a crear nuevas territorialidades perversas del artificio que propician lo que podríamos denominar “ataques etnopolíticos autoinmunes”. Un ejemplo de este tipo de ceguera lo constituye unos Estados Unidos de Norteamérica declarando la guerra económica a China, megapotencia de la que depende, mercantil y financieramente, la gran nación norteamericana para evitar la catástrofe de lo peor…» Armando Almánzar-Botello
«A pesar de la gran cantidad de parturientas haitianas que son atendidas gratuitamente desde hace largos años en la República Dominicana —lo que ha representado una carga muy onerosa para el sistema de salud de esta nación (en ocasiones no hay camas para las parturientas dominicanas)—, esa valiosa ayuda dominicana se ha proseguido brindando con gran sentido humanitario.» Armando Almánzar-Botello
Recientemente se ha desatado una gran y cínica violencia oficial desinformativa por parte de los Estados Unidos contra la siempre solidaria República Dominicana.
Este último país debe movilizar sus recursos diplomáticos y sus reclamos populares de justicia ahora que, irresponsable, mentirosa e irónicamente, los grandes imperialistas y mal llamados «demócratas» de los Estados Unidos de Norteamérica pretenden acusar de racista y antihaitiana a la República Dominicana como castigo ilícito porque esta última nación, aunque ha respetado más que ellos los Derechos Humanos de todos los grupos y fenotipos, no validó ni aceptó ni se tragó incondicionalmente, entre otros motivos, la agenda LGBTI y la oportunista «ideología de género» impuestas al mundo con fines puramente económicos y hegemónicos por ciertos sectores cínicos de la sociedad capitalista norteamericana.
El ominoso proyecto de los Estados Unidos, de Canadá, de Francia y de otros países de Europa estriba en acusar a la República Dominicana de país racista, violador grosero de los derechos humanos, explotador y excluyente de los haitianos, para así poder descargar sobre la nación de Juan Pablo Duarte y Gregorio Luperón la responsabilidad principal sobre la profunda crisis, en todos los órdenes, por la que atraviesa la hermana nación de Haití. De este modo se pretende ocultar el hecho histórico palmario de que las mencionadas potencias y metrópolis son las verdaderas causantes de la terrible situación social, económica y política por la que atraviesa la primera república negra del mundo que se independizó del dominio colonial.
Una figura jurídico-filosófica es la “fuerza de ley”, ejercida en nombre de la justicia, y otra muy distinta es la “ley de la fuerza”, practicada por intereses egoístas e injustos de grupos que pretenden hablar, paradójicamente, en nombre de la universalidad emancipatoria, en nombre de esa unión de igualdad y libertad que Étienne Balibar denomina égaliberté.
No justifico la violencia que nos viene desde “arriba” como resultado de la ciega hegemonía de un grupo restringido de sujetos inhumanos y ambiciosos que pretenden apropiarse de los recursos del mundo; no pretendo legitimar con mis argumentos la violencia que se realiza en nombre de una supuesta democracia que de hecho funciona de espaldas a los sectores más desfavorecidos de las poblaciones del planeta: la democracia estadounidense.
La razón de Estado siempre ha justificado su violencia esgrimiendo argumentos que de una u otra forma pretenden legitimarla. Esa es su lógica. Con variantes que oscilan entre el autoritarismo-totalitarismo y cierto relativo pluralismo que respeta parcialmente la multiplicidad, esa razón de Estado no funciona ni funcionará de otro modo. Podría variar la correlación de fuerzas entre Estado y sociedad civil popular, pero el Estado, como tal, aspira siempre a su propia permanencia. Y logra esta relativa estabilización apelando a diferentes medios, más o menos (i)legítimos…
En 1945 (6 y 9 de agosto de dicho año, respectivamente), los Estados Unidos de Norteamérica realizaron, por afán de hegemonía planetaria, el crimen más grande que ha conocido la historia de la humanidad: el bombardeo nuclear contra las poblaciones civiles indefensas de Hiroshima y Nagasaki. La guerra, de hecho, estaba ganada por los Aliados utilizando los medios bélicos convencionales, pero los norteamericanos desearon enviar, al precio de la destrucción de centenares de miles de vidas inocentes, un “mensaje claro” a los soviéticos, los cuales, si bien contribuyeron decididamente, con gran valentía y lealtad, a la derrota militar del Japón, no encarnaban el tipo de país que podía dar el visto bueno a los apetitos imperialistas planetarios de los estadounidenses en el período de postguerra. Este fue el real y verdadero inicio de la llamada Guerra Fría en el ámbito nuclear.
En el período comprendido entre los años sesenta y setenta, años de lucha frontal contra los socialismos reales y en los que sin escrúpulo alguno, sin escatimar ningún tipo de violencia (por más brutal que esta fuera) se manifestó el deseo imperialista de cercenar en América Latina la posibilidad de una “segunda Cuba”, los Estados Unidos de Norteamérica subordinaron la justicia y la ley a la pura fuerza militar, “sabiamente administrada” a favor de los intereses de las plutocracias de la gran nación y de las oligarquías locales que funcionaban como sus aliados.
Violaron así las vidas de individuos y de comunidades enteras en nombre de una mal llamada Democracia cuyo verdadero rostro era el saqueo imperial y neocolonial de los recursos de los países intervenidos.
Durante los restantes años del siglo XX, hasta su cierre, y en el transcurso del presente milenio, los Estados Unidos siempre se han “salido con las suyas”; y en nombre de una supuesta defensa de los derechos humanos y de una falsa democracia, han proseguido interviniendo, diplomática o militarmente, en países a los cuales la cínica y mentirosa política exterior estadounidense percibe como potenciales recursos-botines o como simple energía a explotar por las grandes corporaciones.
Orientados por esa visión guerrera y neocolonial, los Estados Unidos y sus aliados en las rapiñas y felonías imperialistas han abrogado todas las normas del derecho internacional (véase el caso de la prisión de Guantánamo en Cuba; los diferentes estados de excepción declarados cínicamente por los gobiernos de algunas metrópolis, etcétera), se han subordinado instituciones (como la OEA, la ONU, la Asociación Internacional de Psiquiatría, la Organización Mundial de la Salud…), y cuando estos instrumentos institucionales no responden eficazmente a los intereses comerciales y políticos de las grandes metrópolis, prescinden simplemente de ellos e imponen la ley de la fuerza.
Como efecto de una mutación significativa operada por razones estratégicas en los medios, patrones, vías y métodos de injerencia neocolonial, siempre contando con la desinformación de los sujetos, con la ignorancia y confusión de las masas desesperadas o hambreadas, los Estados Unidos han tratado de impedir en los últimos años lo que bien podría denominarse un auténtico proceso emancipatorio en América Latina y el Caribe.
El objetivo de la política exterior estadounidense ha sido descoyuntar, por vías no convencionales, todo lo que pueda oler a gobiernos y gestiones progresistas que favorezcan la autonomía relativa de las naciones tradicionalmente subordinadas a la órbita gringa.
No mencionaremos aquí el descarado apoyo político de los Estados Unidos, en el pasado siglo XX, a la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile, país convertido así, después del derrocado gobierno socialista de Salvador Allende, en campo experimental para la articulación de las más nefastas políticas neoliberales.
Tampoco mencionaremos la terrible guerra de Vietnam, las intervenciones militares en Haití, Santo Domingo, Nicaragua, Panamá, Irak, Afganistán, Siria, Libia…
Dentro de las nuevas modalidades de control, golpes de estado económicos y parlamentarios, programados y corruptos saqueos imperiales, podemos mencionar como víctimas en América Latina los pueblos de Argentina, de Brasil y, más recientemente, de Venezuela.
Por efecto de una encerrona económico-política perversa producto de una alianza entre los Estados Unidos y las oligarquías importadoras locales, dóciles a los mandatos neocoloniales norteamericanos, emboscada orientada a desestabilizar gobiernos legítimamente constituidos que responden a la vocación de propiciar el bienestar colectivo como prioridad de sus respectivas gestiones y no las ganancias de las grandes corporaciones transnacionales, países como Cuba, Argentina, Brasil, y en mayor medida Venezuela, han visto decaer en los últimos años, de un modo alarmante, su capacidad para satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos.
El cracking, como ilegítimo y ecocida método de producción de petróleo y de gas que afecta violentamente los ecosistemas y no garantiza ninguna sostenibilidad, se ha visto convertido en arma política y económica de competencia desleal e irresponsable utilizada para propiciar un desplome de los precios del crudo y así afectar las economías de ciertos países cuya estabilidad depende de la venta de hidrocarburos.
La hipótesis tendenciosa sobre la inevitable corrupción de casi todos los gobiernos latinoamericanos, los temas del narcotráfico y de las supuestas violaciones a los derechos humanos (perversamente concebidos), son a la fecha recursos utilizados por los Estados Unidos para reforzar sus odiosas políticas de injerencia pseudoética en los asuntos internos de múltiples naciones.
Esta situación de crisis económico-política y ética patrocinada por los Estados Unidos en alianza, como siempre, con las oligarquías locales que, al decir de Octavio Paz, solo ven sus respectivos países como campos de operaciones lucrativas y no como espacios de sana y justa convivencia, es promovida por los medios de comunicación masivos al servicio del gran capital y ofrecida como una prueba de la ineptitud de los gobernantes progresistas que se apartan de los mandatos de Washington.
Estas crisis locales inducidas por ciertos sectores de las inhumanas oligarquías locales “entreguistas”, son presentadas por ciertos ideólogos como un testimonio de la imposibilidad que padece América Latina para darse un devenir histórico, económico, político y cultural propio, más allá de la tutela neocolonial norteamericana.
Repetimos, hoy existe la falsa percepción, motivada por la propaganda perversa de la prensa amarilla servil a los intereses de los gobiernos neocolonialistas y de las inhumanas megacorporaciones transnacionales, de que hay una insuperable crisis en ciertos países latinoamericanos por algunos de estos haber decidido apartarse del modelo capitalista neoliberal, y que dicha crisis constituye una prueba de la incapacidad de estas naciones y sus gobiernos para determinar de una forma eficaz su propio futuro independientemente de los programas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM).
De hecho, a pesar de los decires oportunistas de los intelectuales oscurantistas al servicio del psicobiopoder; a pesar de las “distorsiones y confusiones entre causas y efectos” promovidas por cierto periodismo canalla, los verdaderos responsables de la triste situación de la República de Haití son los norteamericanos, varios países de la Unión Europea y las monstruosas “oligarquías financieras glocales”.
Los muertos que hoy lamentablemente podemos contar en Haiti (nación que dicho sea de paso no es un sector segregado de la República Dominicana por motivos raciales, tal como creen algunos ingenuos o desinformados de mala fe, sino toda una verdadera república autónoma de la que se independizó en 1844 la zona oriental de la isla además de haberlo hecho de España por medio de la llamada Guerra de Restauración, 1863-1865), son asesinatos por procuración y delegación, sobredeterminados, comandados por “atractores extraños”; asesinatos “vicarios” realizados física y “virtualmente” por los esbirros de un sector de la oligarquía haitiana y bajo la indiferencia de los Estados Unidos y la Unión Europea en su arraigada vocación neocolonial de trastornar los procesos específos de las naciones para hacerlas colapsar y someterlas a los intereses mercuriales de un Imperio de vocación global.
En su contenido manifiesto, superficial, esos asesinatos y desmanes actuales son responsabilidad exclusiva de las bandas terroristas haitianas y del caos imperante en esa sufrida nación, desorden causado por múltiples motivos, tanto naturales como político-sociales. No obstante, en su contenido latente, profundo, ese estado anómico de Haití es el lamentable resultado de unas violencias o agresiones imperialistas actuales pero básicamente históricas, sistémicas, estructurales —en ocasiones invisibles—, violencias jurídico-políticas y económicas que, en mayor o menor grado, vienen padeciendo secularmente nuestros pueblos antillanos y que son propiciadas por las oligarquías glocales —en este caso la irresponsable oligarquía de Haití con su arrastre duvalierista—, por los groseros y cínicos imperialismos de toda laya, y, en particular, por los propios Estados Unidos.
El profesor Juan Bosch, en su obra De Cristóbal Colón a Fidel Castro, hablaba del Caribe como “frontera imperial”, como territorio siempre en riesgo de ser intervenido y dañado por los imperialismos históricos. Este juicio, en mayor o menor grado, bien podría ser hoy aplicado a todos los países de América Latina.
Armando Almánzar-Botello
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20 de noviembre de 2022
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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EL DISCURSO HISTRIÓNICO, FANÁTICO Y PARAPSICÓTICO EN LA POLÍTICA (Das Unheimlich, Déjà vu: ¿Satanás o Wotan desencadenado que retorna?)
«Es imposible hablar del Mal en su estado puro. De lo que se podría hablar es de la diferencia entre el Mal y la desgracia, de la reducción del Mal a la desgracia, y de una cultura de la desgracia cómplice de esta otra, hegemónica: la de la felicidad.» Jean Baudrillard: Le pacte de lucidité ou l’intelligence du Mal. Éditions Galilée, 2004. Traducción: El pacto de lucidez o la inteligencia del Mal. Amorrortu Editores, 2008
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Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
Repito aquí lo que interpreto de una observación antropológica y psicoanalítica compartida por la pensadora francesa Julia Kristeva, quien aseguraba que una de las más sólidas barreras contra la efectuación del fascismo la constituía el hacer pasar al discurso literario la dimensión “loca” de lo reprimido por las estructuras monológicas judeocristianas y por la axiomática hipostasiada o proliferante del capitalismo industrial y postindustrial-financiero.
Aseguraban Kristeva y otros psicoanalistas, entre ellos el filósofo esloveno Slavoj Žižek, que dicha “verbalización literaria” o travesía crucial de lo reprimido rumbo hacia el discurso puede evitar el “passage a l’ acte” asesino, genocida (paso al acto: Freud, Lacan), la oscura efectuación o desencadenamiento de la pulsión de muerte como ciega exteriorización dura del poder en su peligrosa vertiente criminal de mero dominio (auto)destructivo y no transmutante.
¿Pero qué podríamos esperar de un mensaje “realista” de campaña y propaganda electoral que no se ofrece al público receptor de dicho discurso bajo la condición de “universo fictivo-literario” mutante, creativo, ni como simple dramaturgia de la barbarie o sistema de signos declarados en su condición de juego de retórica teatral y escritura, sino bajo la especie de severa anticipación programática de una posible gestión política de gobierno encaminada a la realización de una empresa supuestamente ineludible, trascendental, aunque monstruosa y de fatales consecuencias para una gran parte de la raza humana?
No estamos aludiendo aquí a ningún proyecto fundamentalista islámico asociado con el terrorismo. No recordamos directamente ahora el programa nazi de exterminio de los judíos en los infernales campos de concentración.
En las líneas que anteceden nos estamos refiriendo nada más y nada menos que al discurso ideológico-político y sintomático de un sujeto que aspira a dirigir los destinos de una gran nación que se concibe a sí misma como garante absoluta de la Civilización Occidental Cristiana y como Defensora Máxima de los Derechos Humanos a nivel planetario. Pero no vamos ahora a gastar energía escribiendo un capítulo más de la “Historia Universal de la Infamia”…
El referido discurso se ha venido desplegando, a todo lo largo de la campaña electoral estadounidense, como un proyecto neonazi de exterminio, como un programa patológico de efectuación del “juicio final” en el que serán condenados y arrojados al abismo eterno, en su condición de meros corpúsculos de una biomasa inútil, los supuestos enemigos y beneficiarios ilegítimos de los recursos propios del “espacio vital” de la mencionada gran nación norteamericana.
Ese discurso, característico de lo que Kant, Freud y Lacan, con sus diversas entonaciones conceptuales denominaban “sujeto patológico” y “sujeto del discurso perverso”, lo esgrime de forma histriónico-fascista el magnate multimillonario —empresario avasallante, político advenedizo, pathfinder y pioneer norteamericano de ascendencia alemana— Donald Trump, quien aspira a la presidencia del país más poderoso de la tierra, los Estados Unidos de Norteamérica.
Si observamos sus doradas credenciales, Trump resulta ser un inteligente y astuto neoliberal ultracapitalista disfrazado de nacionalista libertario; un amo arrogante y expoliador de los trabajadores; un enemigo de los maltratados inmigrantes cuya mano de obra barata y sobreexplotada engorda la fortuna de magnates impiadosos, racistas y privilegiados como él.
Conozco personalmente en Estados Unidos a varias personas anglo, afroamericanas, orientales y latinas, que trabajaron en varias empresas propiedad de Trump, desde casinos y hoteles, hasta negocios de la construcción y bienes inmuebles… Yo sé muy bien de lo que hablo.
Contrario a lo que suponen muchos ingenuos, Donald Trump no es antineoliberal; este señor simplemente representa el lado más oscuro, desalmado y rapaz del perverso y oportunista neoliberalismo sin caretas: el que pretende lograr ventajas globales absolutas en el contexto del “libre” comercio desleal, dizque para favorecer a un sector de la sociedad norteamericana constituido por obreros y miembros de la clase media vapuleada por el “establishment” (señuelo de campaña), pero principalmente para preservar y fortalecer la supremacía político-económica de los magnates, plutócratas y demagogos “white anglo-saxon protestant” (WASP), de los violentos miembros de agrupaciones neonazis y del Ku Klux Klan genocida.
El republicano y multimillonario político de marras constituye un verdadero exponente de lo que Peter Sloterdijk, el agudo filósofo y polígrafo alemán, denomina “la razón cínica”, maquillada, en este caso, de retorcido “nacionalismo” soez, de violenta retórica inhumana y de bárbara y amenazante xenofobia.
Donald Trump representa la falsa “alternativa” histriónica, espectacular-sensacionalista, “experimental”, nacionalista, demagógica y cínica, que algunos sectores de los poderosos grupos dirigentes de los Estados Unidos plantean como grotesca vía de escape a sus responsabilidades en el contexto de un Libre Comercio Global pervertido por asimetrías y distorsiones etnocéntricas, para que los ricos consorcios estadounidenses puedan continuar saqueando todavía más a la humanidad, sin regulaciones justas ni respeto alguno al “principio de precaución”.
Casi todas las propuestas políticas de Trump, como en el caso de Adolf Hitler, son llamados genocidas a la acción directa y vehemente, a la expulsión del “cuerpo extraño” que viene a “infectar” la supuesta intimidad o pureza del gran “adentro”, a la violación irreflexiva de todos los protocolos que garantizan el mínimo de paz en el planeta Tierra y que pueden evitar una tercera guerra mundial.
Hitler era un supuesto defensor de los trabajadores y del pueblo alemán, pero aprovechaba el descontento histórico de su población para “robarle el trueno” al movimiento comunista internacional y a toda posibilidad de auténtica emancipación.
El fascismo, el nacionalismo nazi, los movimientos políticos más negativos y reaccionarios, como el de Trump, muchas veces se constituyen en falsos defensores de los intereses populares y de los trabajadores, pero todo es pura demagogia retorcida y oportunista.
Cuando llegan al poder, estas verdaderas fuerzas del Mal violan derechos, libertades, normas internacionales legítimas, con el objetivo de garantizar un orden que solo beneficie a un grupo restringido de privilegiados.
¡Y pensar que proliferan los irresponsables canallas maquiavélicos y “maquiabólicos”, críticos ladinos de la bienintencionada, solidaria y justa Revolución Bolivariana en América Latina, esa cuyo legítimo espíritu popular —efectivamente agredido por el imperialismo norteamericano y sus aliados glocales de la oligarquía indolente— se manifiesta en gobiernos que aspiran a una democracia real construida desde abajo, como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador, etcétera!
En los casos de las increíbles agresiones neocoloniales contra esos gobiernos que desean instaurar una real equidad económica, socio-política y cultural en el mundo, el imperialista y plutocrático grupo cínico de marras no dice absolutamente nada. Mucho menos protesta contra la grave amenaza para toda la Civilización que representa el pensamiento político fascista de Donald Trump.¡Y algunos de los miembros de dicho grupo hasta lo respaldan en su ominosa candidatura!
¿Estaremos nuevamente confrontando el retorno postmoderno de cierto fascismo y su gran poder de seducción y fascinación sobre las masas?
Hasta neoliberales “humanistas” como Mario Vargas Llosa, junto a otras muchas destacadas figuras políticas conservadoras y evidentemente pronorteamericanas como el expresidente de México Vicente Fox, han reconocido el peligro de una eventual llegada al poder del “wotánico” (satánico) magnate republicano.
No obstante, ahora me pregunto: ¿Sería realmente una historia diferente con otro candidato que no fuera el juicioso y esperanzador Bernie Sanders?
El error o la simple perfidia exhibida por algunos sujetos del pensar político encaminado a confundir los diferentes registros socio-históricos de la realidad, estriba en homologar la demagogia insolidaria de las oligarquías plutocráticas, racistas, proimperialistas, perversas, ciegamente capitalistas y de vocación militarista-genocida, con gobiernos defensores de la real y auténtica multiplicidad, transformativos, pacifistas, probos, realmente democráticos, revolucionarios, con genuina voluntad de generar conciencia ecológica y equidad, emanados del seno de movimientos genuinamente populares.
Estos últimos gobiernos podrían no ser perfectos, pero se plantean como “perfectibles” en un horizonte pluralista de auténtica justicia social.
El discurso histriónico-psicótico de Donald Trump se constituye, por el contrario, en un revelador ejemplo de la promesa terrorista del “pasaje al acto” genocida.
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Martes 8 de marzo de 2016. (Texto
publicado originalmente en
Facebook)
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Miércoles, 9 de marzo de 2016
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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DONALD TRUMP: ABYECCIÓN, ALGORITMOS Y ATRACTORES EXTRAÑOS DEL PODER ¡Nunca me engañé con Donald Trump!
Por Armando Almánzar-Botello
«Hay, en algunos oportunistas, falsos y despreciables “revolucionarios”, un miedo rastrero a perder la vida, una visa, un conuco…» Armando Almánzar-Botello
Fascismo y retorno de lo reprimido: «El fascismo es el retorno de lo reprimido en el monologismo religioso. No se puede impedir ese retorno, como lo quiere ingenuamente el liberalismo burgués, o como —dejándose contaminar— intenta hacerlo el dogmatismo “comunista”. El problema consiste en hacer hablar a lo reprimido del monologismo: ese semiótico pulsional, heterogéneo al sentido y al Uno, y que los hace andar. La transferencia sin duda, pero de manera menos familiar y menos privada, una práctica llamada artística, esclarecida por el descubrimiento freudiano, es precisamente lo que habla lo reprimido del monologismo (del contrato social) y lo consume invirtiéndolo en una nueva forma de lengua, por consiguiente en una nueva socialidad. De este modo esas dos prácticas son la más sólida barrera contra el fascismo. Si es que hay una función ética de la literatura, es esa: hacer pasar a la lengua lo que el monologismo reprime (desde el ritmo hasta el sentido).» Julia Kristeva
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La figura de Donald Trump es una careta demagógica del mismo Sistema construida para neutralizar la real y auténtica vía revolucionaria contra el sinuoso capitalismo decadente, vía que ni siquiera el mismo Bernie Sanders representa.
El hoy presidente de los Estados Unidos es uno de los márgenes de seguridad del Sistema Capitalista Neoliberal, ahora en proceso de “reterritorialización”, después que los sectores hegemónicos de dicho Sistema han manipulado a su favor –y en perjuicio de la mayoría de los estadounidenses y de la humanidad en su conjunto–, los tratados de libre comercio y la “deslocalización distópica” de los espacios laborales y productivos.
Así, la “revuelta visceral” contra la globalización ahora la viene a encarnar –por encargo del mismo establishment y de un modo aporético para el análisis político-antropológico superficial–, un representante maquillado y circense de la clase más favorecida por dicha globalización asimétrica y perversa de la economía.
Con este liderazgo trucado de Trump, paradigma de una nueva escalada del monologismo conservador protestante, blanco, anglosajón, racista y potencialmente asesino, estamos en presencia de una forma hipócrita de “enfriar”, por medio de recursos efectivamente “populistas”, las profundas contradicciones que a lo interno de los Estados Unidos resultan de la inequidad socio-económica y política generada por una “planetarización” tutelada de la economía al servicio de los complejos y diversos intereses de la plutocracia y las grandes corporaciones, y de intentar la postergación del estallido definitivo de la axiomática o megamaquinaria capitalista.
La presidencia de Donald Trump es el dramático resultado de un truco de prestidigitación política efectuado por el mismo establishment, para engañar y someter a las temerosas víctimas de una biopolítica o gubernamentalidad (Foucault) cuasi-genocida, utilizando una siniestra ideología mediática que les hizo creer a los pobres que un plutócrata chauvinista, voluntarista y egocéntrico, podía representar los intereses de los marginados en tanto que sectores y poblaciones violentamente agredidos por el capitalismo financiero y su globalización neoliberal.
Los oportunistas glocales de la clase media turística y becaria, aliados subalternos de las élites imperialistas y neocolonialistas –indudables beneficiarios de los procesos que caracterizaron a la “desregulación globalizante”–, ahora pretenden disfrutar, siempre a la sombra de dichos grupos dominantes, de nuevos márgenes de seguridad y beneficio en un proceso de “reterritorialización pseudopatriótica” orientado, de un modo simétrico inverso, a extraer hegemonía del retorno irresponsable y canalla a los espurios valores de un indolente y rastrero “norteamericanismo” egoísta, xenófobo, corrupto y violentador de los Derechos Humanos y del auténtico Libre Comercio a nivel planetario.
El verdadero y fundamental objetivo de todas las maquinaciones políticas estadounidenses consiste así, en que el Imperio norteamericano mantenga, de una forma u otra, su injusto dominio arrogante de proyección cósmica, siempre al servicio de una patológica plutocracia: minoría insaciable, cada vez más inhumana, racista y brutal.
Armando Almánzar-Botello
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10 de noviembre de 2016
Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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«NEOFASCISMO NEOLIBERAL»
«El escepticismo de Donald Trump hacia los mercados liberalizados estuvo acompañado con medidas que redujeron las opciones estatales para estimular la economía o salvaguardar a los sectores golpeados por años de aperturismo. La reforma tributaria de Donal Trump en el 2017, fue celebrada por los poderosos como el más grande incentivo al mercado en los últimos treinta años de vida económica estadounidense… (Ob. cit. Franklin Ramírez Gallegos). En fin, el “neoliberalismo progresista” a lo Bill y Hillary Clinton y a lo Barack Obama, y el “autoritarismo neofascista”, heredero inadvertido de décadas de “neoliberalismo progresista”, coinciden en lo esencial: mantienen un fuerte vínculo con los mercados, el poder financiero y el capitalismo global. De tal modo se puede hablar de una suerte de “neofascismo neoliberal” a lo Donald Trump.» Glosa del libro Neofascismo. La bestia neoliberal, Siglo XXI, España, 2019
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Los investigadores Isaac Rosa, Adoración Guamán, Alfons Aragoneses, Sebastián Martín, Franklin Ramírez Gallegos (este último en su trabajo titulado “La pendiente neoliberal: ¿neo-fascismo, postfascismo, autoritarismo libertario?”, 2019) y otros autores, nos recuerdan que así como Walter Benjamin decía que para comprender el carácter histórico del fascismo había que vincularlo a su matriz capitalista, debemos hoy afirmar que para comprender el nacionalismo autoritario, pseudolibertario, “patriotero”, antifeminista, anti políticas LGBTQ+ y esencialmente neofascista, a lo Donald Trump, debemos vincularlo a su fuente originaria: el “neoliberalismo progresista” (Nancy Fraser, 2017), globalista, cosmopolita, feminista, multiculturalista, promotor de políticas de género… y en alianza con los sectores más poderosos de las finanzas, la alta industria cultural y de servicios (Silicon Valley, Hollywood, Wall Street).
Esta última coalición puso codo con codo al campo progresista con las fuerzas del capitalismo cognitivo y, sobre todo, de la financiarización. […] Financiarización y libre comercio destruyeron, en efecto, la industria manufacturera y degradaron largamente las condiciones de vida de la clase trabajadora y los sectores medios de los Estados Unidos. […] No obstante, el escepticismo de Trump hacia los mercados liberalizados estuvo acompañado con medidas que redujeron las opciones estatales para estimular la economía o salvaguardar a los sectores golpeados por años de aperturismo. La reforma tributaria de Donal Trump en el 2017, fue celebrada por los poderosos como el más grande incentivo al mercado en los últimos treinta años de vida económica estadounidense… (Ob. cit. Franklin Ramírez Gallegos).
En fin, el “neoliberalismo progresista” a lo Bill y Hillary Clinton y a lo Barack Obama, y el “autoritarismo neofascista”, heredero inadvertido de décadas de “neoliberalismo progresista”, coinciden en lo esencial: mantienen un fuerte vínculo con los mercados, el poder financiero y el capitalismo global.
De tal modo se puede hablar de una suerte de “neofascismo neoliberal” a lo Donald Trump. Así, queda planteado en un esclarecedor conjunto de ensayos de diversos autores, bajo la dirección de Adoración Guamán, Alfons Aragoneses y Sebastián Martín, que lleva por título “Neofascismo. La bestia neoliberal”, Siglo XXI, España, 2019
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INDIVIDUALISMO Y GREGARISMO
Por Armando Almánzar-Botello
«El gran capital postindustrial, financiero y pseudofilantrópico, a través de la llamada biopolítica edulcorada como “psicopolítica digital”, propaganda y spot publicitario, continúa produciendo endeudamiento, construyendo modelos de vida y falsas jerarquías, produciendo muertes y golpes de Estado bajo inéditas modalidades. Sus dispositivos reales funcionan de un modo proliferente, flexible, maquínico, fluido, en apariencia libertario, pero nunca trazan las líneas de fuga que conducen al campo de inmanencia que impide la desintegración o segmentarización gregario-individualista de lo social. El capitalismo promueve, más bien, la fragmentación homogeneizante, la dispersión sin retorno que imposibilita el real advenimiento de nuevas modalidades de vínculo ecológico e interhumano, de solidaridad con el otro y con lo otro, de “cum” pluridimensional, de “nosotros político” en capacidad de enfrentar la mera y triste “cohabitación” por pseudodiferenciación, por desdiferenciación y homologación, capaz de subvertir y superar las nuevas formas de autoexplotación y la persistente y perversa explotación clásica, tradicional.» Armando Almánzar-Botello
A Franz Kafka, in memoriam
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El individualismo y el narcisismo, en la postmodernidad capitalista, son simples máscaras del más radical gregarismo interaccionista que homogeneiza el goce a escala planetaria y crea un escenario pseudosocial, espectacular, virtualizado, donde se pierden la verdadera problematicidad de lo real, el vínculo efectivo con el otro y la polivalencia del sujeto en su relación crítica con lo social.
Existe una falsa “solidaridad de talk show” que constituye una de las formas perversas extremas que reviste el narcisismo defensivo propuesto por el sistema capitalista.
En nuestros días, en este “imperio criminal de la banalidad”, cualquiera es una celebridad por unos minutos. Andy Warhol tenía razón en esto. El individualismo es el complemento perfecto del gregarismo. Anverso y reverso de la misma estructura. Lo “privado” está secuestrado por el gran capital.
Otra cosa es el “secreto” del sujeto efectivamente pensante y crítico en su relación profunda con lo sociopolítico y con el deseo, no con el mero placer de captura de los bienes, de la mercancía y de la mascarada del goce en una vida concebida como simple spot publicitario…
En esta última, la llamada “solidaridad” resulta ser más bien, paradójicamente, un trivial sonsonete autista.
La paradoja de una cierta inaceptable postmodernidad es que pretende “hacer vínculo” de la “ruptura de los vínculos”. Ella constituye un campo de fuerzas donde el factor vinculante por excelencia intenta ser, de forma perversa, el mercado entrópico capitalista como instancia promotora de un egotismo agiotista cuyo inhumano postulado básico es el “saber gozar-saber hurtar-saber vivir”… ¡sin apercibirse de la verdad sufriente del otro!
¿Resulta posible para la subjetividad erosionada del hombre postmoderno, víctima esquizo de la pseudosocialidad virtual, del excesivo relacionismo electrónico-mediático, espectral y conmutativo, redefinir y habitar su cuerpo más allá de los estereotipos gregarios dominantes?
¿Podrá asumir ese individuo adocenado su desamparo ontológico (Hilflosigkeit), su soledad radical de sujeto frente a “lo real de la muerte” sin necesidad de refugiarse de forma defensiva en una subespecie de narcisismo protésico hipertrofiado?
¿Podrá transmutarse la subjetividad desfalleciente del liberalismo individualista clásico en genuina y gozosa solidaridad intensiva, en auténtico lazo social, y dejar de percibir como salvación las fortalezas espectaculares del shopping-mall y de las iglesias, la apropiación y el consumo bulímicos de bienes, servicios y banales recetas espirituales de autoayuda?
Son muchas las coartadas que de una manera compulsiva promueve hoy el mercado en su voluntad de omnipresencia pseudoprotectora frente a la consciencia de la finitud, la problematicidad del goce, la desolación y el vacío nihilista.
Pero como ya lo indicaba el economista David Schweickart en varias de sus obras, existe la posibilidad de orientar el mercado más allá del capitalismo homogeneizante, deculturador, antiecológico, no sostenible y destructivo de la genuina solidaridad. ¡He aquí la gran apuesta política!
Pensamos —a propósito del extraño «genio de lo común» cuyo sutil paradigma lo encarna un Franz Kafka, y a contracorriente de los actuales spots publicitarios—, que nos resulta posible constituirnos en “sujetos únicos en proceso” —complejos, plurales, múltiples, contradictorios, irreductibles, distintos pero solidarios con la diferencia propia y de los demás—, sin apelar a la mediocre presunción del adocenamiento, sin recurrir a la estrategia perversa de abandonar cierta relación comprometida y crítica con lo político y con el lazo social, sin recluirnos en los rituales monoideístas insulsos que nos defienden del significante de la falta en el Otro y nos impiden vincularnos, de modo auténtico, con la multiplicidad compleja y heterogénea de los otros…
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Sábado, 16 de junio de 2012
© Armando Almánzar-Botello
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