Las dos República Dominicana

Por Altagracia Paulino

El sábado 14 de junio salí de mi casa pasadas las ocho de la mañana rumbo al sector Las Lilas, un barrio de la urbanización Presidente Caamaño (antes Los Tres Brazos), donde acudí a un conversatorio con las personas del lugar sobre consumo responsable y sustentable.

Previamente había leído los periódicos impresos, que traían la agradable noticia de que la economía dominicana “es de las más prósperas de América Latina”. Con esa ilusión, crucé la ciudad capital, esa metrópoli llena de edificios modernísimos. La nueva arquitectura del Distrito Nacional ya no es el “Nueva York chiquito”, es una ciudad moderna que nada tiene que envidiar a Miami o a Panamá.

En el trayecto pensé que era verdad y me alegré, pero al llegar a la estación del teleférico que marca la entrada al sector Presidente Caamaño, al detenerme en Fundo Amor —una fundación que realiza labor social en la comunidad— y luego llegar a Las Lilas, se me borró toda la sensación de progreso que había leído en los periódicos.

Ahí visitamos un depósito de plásticos, una iniciativa del emprendedor Franklin Tamayo, que pretende vincular a la comunidad con el potencial de la economía circular. Él compra el plástico a las personas del lugar, les paga cuatro centavos por libra y ha integrado a los vecinos en la limpieza del área, muy cerca del río Ozama.

En el centro de acopio hay también un área de cultivo de hortalizas, un vivero de plantas para reforestar —me regalaron cinco matas de penda, un árbol de madera preciosa que me recordó mi infancia— y un criadero de conejos cuyas heces sirven de abono. También enseñan a los vecinos a construir huertos caseros, entre otras actividades.

Fue un sábado de aprendizaje: vimos las lilas que dan nombre al sector, justamente porque ocultan la contaminación del Ozama, una parte lamentable del río. Siempre que observo el Ozama y el Isabela, recuerdo el Sena de París y pienso que ese crecimiento podría convertirse en un paseo turístico. Pero ese pensamiento se desvanece cuando despierto a la realidad del entorno. ¡Una pesadilla!

No tengo espacio para describirla por completo, pero solo puedo decir que vivimos en dos países distintos, separados apenas por 14 ?km —algo así como media hora de viaje— dependiendo del día y la hora.

Cuando Jaime David fue ministro de Medio Ambiente sembró manglares a lo largo del río. Muchos fueron quemados, aunque algunos han resistido y permanecen como testigos de la intención de reforestar la ribera.

Un sábado por la mañana, en un barrio como Las Lilas o en otros sectores pobres con abundancia de vendedores ambulantes de alimentos (cerezas, plátanos y más), me hizo pensar en otra realidad: el sistema de pagos. ¿Podrán esos vendedores y consumidores pobres integrarse al sistema bancario formal? Es una ironía.

Las familias que sobreviven aquí trabajan solo para comprar la comida del día.

Sería saludable llevar a nuestros niños a conocer esta realidad, para que, cuando tengan en sus manos el destino del país, se empeñen en cambiarla. Las vacaciones son una ocasión propicia para hacerlo.

La comparación tiene el potencial de enseñarles que existe otra realidad y que debemos ser solidarios.

Los votos de esa población son determinantes, pero solo se toman en cuenta en las campañas electorales. La desigualdad es también una forma de violencia.

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