La intransigencia política en Colombia está en los genes de la oligarquía

Por Hernando Calvo Ospina

Dice la historia oficial colombiana que Francisco de Paula Santander ha sido el “hombre de las leyes”. Lo que no cuenta es que podría tener el título de ser el primer gran ejemplo de la traición e intransigencia política de la élite colombiana. Santander vio en el asesinato de Simón Bolívar la sola posibilidad de desmembrar a la Gran Colombia, conformada por Venezuela, Ecuador, Colombia y Panamá, también una parte del norte de Perú y del noroeste de Brasil.

La codicia de Santander y de la naciente oligarquía criolla los llevó a planificar varios atentados contra la vida del Libertador.

Empezaba el año 1830 cuando Bolívar le confesó al representante francés en Bogotá «no pudieron matarme a puñaladas, y tratan ahora de asesinarme moralmente con sus ingratitudes y calumnias.» Así fue: el Libertador de cinco naciones murió el 17 de diciembre de ese año, traicionado por aquellos colombianos que se encargaron de sentar las bases políticas de un Estado que cada día sería más putrefacto.

Mientras el gobierno estadounidense, en cabeza del presidente Andrew Jackson, respiró con tranquilidad y felicidad al estar en contra de Bolívar y su proyecto de unidad latinoamericana. Unión que empezara a exponer en su famosa Carta de Jamaica de 1815, y que se fue concretando cuatro años después con la fundación de la Gran Colombia. Estados Unidos ya tenía sus aspiraciones expansionistas en la región. Por esto, Bolívar llegó a tener enfrentamientos directos con representantes estadounidenses, como lo fue con el «agente especial para Venezuela» John Baptist Irvine, en 1818.

Alfonso López Pumarejo fue presidente de Colombia entre 1934-1938 y 1942-1946. A pesar de ser un personaje de la banca estadounidense y miembro de una de las familias más adineradas del país, quiso renovar las estructuras de un Estado anquilosado, con muchos rezagos colonialistas, excluyente y ya violento. Llamó a su gobierno “Revolución en Marcha”. Sorprendió cuando prefirió darle razón a los movimientos sociales, que tenían al país en huelgas y movilizaciones, antes que reprimirlos. Entregó puestos burocráticos a intelectuales de izquierda, pidiéndoles acompañar a las luchas populares.

En 1936 adelantó una reforma constitucional donde se apropió de puntos programáticos del Partido Socialista Revolucionario y del Partido Comunista. Por ejemplo, le confirió al Estado la responsabilidad de la asistencia pública y la mayor intervención del Estado en la economía nacional; estableció el derecho a la huelga; impulsó una reforma agraria que concedía tierras a colonos y campesinos. Tocó lo intocable: abolir la religión católica como la oficial, instaurando la libertad religiosa y de enseñanza, además de acabar con la excepción de impuestos a los bienes del clero. Y suprimió el voto a las Fuerzas Armadas y de policía para que no fueran deliberantes. Inmediatamente, se dijo que estaba instaurando el “comunismo ateo”. La oligarquía, de mayoría terrateniente, no quiso entender que López Pumarejo representaba una ideología capitalista de avanzada, con miras a conformar una real burguesía nacional que favoreciera su desarrollo en el marco de la economía mundial.

Entonces, aterrorizados, los clanes oligárquicos y la dirigencia eclesial le prepararon siete conspiraciones militares durante los dos últimos años de su gobierno. Aunque Estados Unidos no estuvo abiertamente en contra de López Pumarejo, extrañamente guardó silencio ante las tentativas de golpe de Estado.

Los gobiernos siguientes fueron desmontando todas las intenciones de López Pumarejo. Y lo más grave: no ha vuelto a existir otro gobierno con propuestas tan revolucionarias como ese.

Jorge Eliécer Gaitán, un abogado de origen humilde que llegó a parlamentario, por donde pasaba le contaba al pueblo colombiano que los enemigos estaban en la oligarquía, representada en sus partidos Liberal y Conservador. Las gentes se congregaban masivamente para escucharlo.

A pesar de todas las trabas que se le pusieron llegó a ser el máximo dirigente del partido Liberal. No había duda que sería el siguiente presidente del país. La preocupación de la curia y demás mandamases del país era enorme y compartida en Estados Unidos.

El 16 de mayo de 1946, el embajador de Estados Unidos en Bogotá, John C. Wiley, informaba al Departamento de Estado sobre Gaitán: «Quienes lo conocen aseguran que él no quiere a los Estados Unidos. Gaitán se ha pronunciado a favor de la nacionalización de la banca, cervecerías y empresas de servicios públicos y otras formas de socialismo de Estado, lo cual con el tiempo, puede incluir la industria del petróleo […] Los Estados Unidos deben observarlo con cuidado y tacto. Puede ser que vuelva al camino correcto y sea de gran ayuda […] También puede convertirse, fácilmente en una amenaza, o al menos, en una espina clavada en nuestro costado.»

El 9 de abril de 1948 fue asesinado el «negro Gaitán» en Bogotá, y el pueblo se levantó enfurecido en todos los rincones del país, pero sin dirección política. Ya la burguesía tenía sumido al campo en violencia, arrebatando las tierras a los campesinos, pero ahora todo la nación empezaba a abnegarse en sangre. Fue el prefacio de la violencia actual. Hasta la fecha, Estados Unidos no ha querido desclasificar la información que tiene sobre su asesinato. Mientras el oficial de la CIA John Mepples Espirito confesó su participación en el complot para eliminarlo, sin que la Agencia se pronunciara.

La CIA se había creado el año anterior. Documentos estadounidenses oficiales han dejado en claro que entre los países donde la Agencia se apresuró a estar fue Colombia. Desde entonces una de las más grande estaciones de la CIA en América Latina está en este país. No pocos gobernantes se han sentido tan honrados con su presencia que hasta le han permitido tener oficina cerca de la suya.

Aunque no ha tenido ni la décima parte de intención de cambios sustanciales como los que se propuso López Pumarejo, ni la radicalidad en los discursos de Gaitán, desde que fue elegido en el 2022 la oligarquía colombiana comenzó a prepararle un camino de espinas y trampas a Gustavo Petro. Recordemos que la actual oligarquía del país es una mezcla entre la tradicional y la narco-terrateniente.

Nunca en Colombia había existido un gobierno que se declarara de izquierda y menos que su dirigente proviniera de una exguerrilla.

Aunque de parlamentario había tenido cercanías con sectores del partido Demócrata estadounidense, desde su elección ambos partidos empezaron a observarlo con cierta desconfianza, mucho más cuando reinició relaciones con Venezuela y las rompió con Israel a causa de las masacres a los palestinos.

La virulencia contra el gobierno Petro ha seguido demostrando la intransigencia de la oligarquía, que desde antes del asesinato de Gaitán ha sido sangrienta y no soporta la oposición política que se presente como una posible competencia a su poder y privilegios. Epor eso, ella ha sido caso único en el mundo. Millones de muertos cometidos por sus Fuerzas Armadas, con el apoyo de sus narcoparamilitares, y la complicidad irrestricta del gobierno estadounidense, el que ha financiado, cerrado los ojos o impulsado tal baño de sangre, tal como lo han probado miles de documentos oficiales desde hace casi un siglo. Casi siempre bajo el pretexto de evitar la llegada del «comunismo» o acabar con el tráfico de cocaína.

Muy rara vez Washington ha reconocido que Colombia es uno de sus mayores territorios estratégicos en el mundo, al punto que lo incluyera en la OTAN como país asociado. Los gobernantes colombianos nunca han querido evocar que esta nación está invadida militarmente.

Petro, quien no ha pretendido cambiar ni mínimamente las estructuras del Estado, ni hacer cambios radicales en la economía, y menos tocar el poder que tiene Estados Unidos en Colombia, se ha convertido en un gran problema por las pocas medidas que ha tomado para beneficiar a los sectores más pobres del país.

Es cierto que en un país donde la pobreza toca a más de 16 millones de personas y las que están en extrema pobreza son seis millones, además de ser uno de los que tienen mayor desigualdad social en el mundo, unas mínimas medidas que favorezcan a esa millonada de colombianos en la marginalidad, apartados de las inmensas riquezas que poseen sus tierras, es como si se estuviera llegando el «comunismo».

Y por eso a Gustavo Petro se le han estado preparando hasta golpes de Estado y atentados a su vida, los que no podrían ser sin el visto bueno de Washington.

La oligarquía sigue teniendo una mentalidad colonialista, para quien la nación es como su gran hacienda. Algo que le conviene a los de la Gran Estrella del Norte, como le dijera un expresidente a Estados Unidos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.