Cuento de camino real sin vereda

Por Pedro Conde Sturla

Era el séptimo día que faltaba comida de la nevera y nadie sabía darme una explicación. La comida desaparecía durante la noche. Desaparecía el queso, desaparecía la leche, casi todo desaparecía y los muchachos tenían que ir a la escuela sin desayunar.

Debía ser un intruso o una intrusa porque los muchachos no se atrevían a salir de noche de su cuarto. Le temían a la oscuridad de aquel caserón de madera con paredes que hablaban, que contaban antiguas historias y conversaban con difuntos. Le tenían terror a la noche. Un merecido respeto.

—Podría ser una haitiana o una ciguapa…
—O el chino que vive al doblar.
—O un muerto.
—¿Desde cuando los muertos roban comida?
—Hay muertos que se quedan con hambre y vuelven de la tumba a comer.
—¿Y abren la nevera?
—Los muertos abren hasta las cajas fuertes o se meten sin abrirlas. Mi abuelo encontró uno en la suya, contándole su dinero.
—¿Y que pasó?
—El muerto se puso rojo de vergüenza y se fue. Le dio una vergüenza tan grande que no volvió más.
—No sabía yo que los muertos tenían vergüenza.
—No era un político, era un muerto. Y además tampoco era un muerto, era una muerta, una muerta honrada. Robaba seguramente por necesidad…
El caso es que estaba faltando comida de la nevera y nadie sabía explicar como sucedía.
—Hay que poner polvo talco en el piso —dijo el erudito con su habitual erudición—. Las huellas nos permitirán tener una idea de la naturaleza del perpetrador… Polvo talco o ceniza. Mejor que sea polvo talco…
Esa noche regamos abundante polvo talco en el piso de la cocina y de inmediato apagamos la luz. Al día siguiente aparecieron unas extrañas huellas y el resultado resultó ser desconcertante.
—Las pisadas parecen de chivo.
—Entonces debe ser el diablo.
—O un chivo
—Los chivos no abren puertas ni comen comida de la nevera.
—Mi tío encontró uno, se estaba dando un banquete. Le disparó con la escopeta.
—Para mi es el chino que vive al doblar. Tiene los pies chiquitos, tiene patas de cabra.
—Y se sube por las paredes.
—También podría ser un gitano.
—!Desde cuándo hay gitanos en este país?
— Creo que se trata de una iguana.
—Tan probable es que sea una iguana como un rinoceronte. No diga disparates.
—Y yo sigo pensando que es el diablo o un diablo, uno de los diablejos.
—Un diablejo con apariencia de chivo o de iguana o disfrazado de chino.
—Pero también podría ser un galipote.
—De esos ya casi no quedan en el país —dijo el erudito—. Los fueron exterminando uno por uno.
—Entonces tiene que ser una ciguapa.
—La ciguapa tiene los pies grandes y dejaría unas huellas enormes.
—A menos que no camine en punta de pie como una bailarina de ballet.
—No podría hacerlo, tiene los pies al revés y tendría que caminar de espaldas.
—Las ciguapas caminan hacia alante y hacia atrás, porque pueden darle vuelta a la cabeza.
—Y se meten a las casas por las rendijas o levantan una plancha de zinc para meterse. Quizás entró por el techo.
—Mi padrino se encontró con una, la sorprendió por detrás y cuando volvió la cabeza vio que tenía los ojos como dos carbones encendidos
—La última ciguapa de la que se tiene noticias —dijo el erudito—apareció hace ya muchos años en los alrededores de Pimentel. Desde entonces no se ha producido otro avistamiento.
—Por esos lugares hay muchas cuevas y muchos sitios donde esconderse y dicen que todavía hay indios.
—Mi sobrino vio uno una vez, tumbando mangos.
—Los indios ya no existen —dijo el erudito—, los exterminaron. Y también a las ciguapas las exterminaron.
—Dicen que hubo una campaña de exterminio cuando se descubrió que transmitían la rabia.
—La ciguapas no muerden y no transmiten la rabia —dijo el erudito—. El peligro es enamorarse.
—¿Enamorarse?
—Hay gente que se enamora y los que se enamoran no vuelven a aparecer.
—A uno de mis nietos le pasó algo parecido.
—Pero dicen que las ciguapas son muy feas. Aparte de los pies torcidos y un agujero en cada mano, tienen unas canillas flacas y largas como las de una garza y además son enanitas y mal formadas. Hay que estar bien borracho para enamorarse de una ciguapa.

—No afirmaría eso si hubiese visto alguna vez una ciguapa a la luz de la luna—dijo el erudito—. Tienen la piel morena, una piel de seda, entre morena y azulada, una cabellera oscura de pelo lacio, una lustrosa cascada que le cubre los hombros, las espaldas, una lluvia envolvente de sedosos cabellos que desciende hasta los pies, le cubre todo el cuerpo. Esa es su única vestimenta… Además son muy dulces y muy tímidas… o aparentan serlo. Te conmueven con ese dulce sonido, con ese suave y único sonido que saben decir, te seducen con sus rítmicos y engañosos jipidos y su insinuada desnudez … Y después quien sabe qué.

—Yo oí hablar de un compadre que tuvo una familia de ciguapitos y ciguapitas con una ciguapa.
—Esos son cuentos de camino —dijo el erudito—. Las ciguapas sólo tienen hijos con ciguapos.
—De los ciguapos nunca he oído hablar.
—Es una deducción lógica
—En definitiva, dijimos que el perpetrador podía y no podía ser el chino y no podía y podía ser un indio y no podía ser un galipote, ni podía ser ciguapa ni nada parecido. Pero algo tiene que ser.
—Alguna explicación lógica tiene que haber —dijo el erudito—. Un bacá, por ejemplo.

El problema seguía siendo que faltaba comida de la nevera y nadie sabía darme una explicación. La comida desaparecía durante la noche. Desparecía el queso, desaparecía la leche, casi todo desparecía y los muchachos tenían que ir a la escuela sin desayunar.

Otra cosa que también me tenía preocupado era el asunto del gato. Hacía días que nadie había visto al gato, o mejor dicho a la gata, una gata preñada que parecía estar a punto de parir, una gata preciosa de abundante pelaje gris, muy cariñosa, que siempre andaba cerca y ahora se había desaparecido.

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