Ulises Heureaux: el teatro del poder.

Por Farid Kury

El día que Ulises Heureaux (Lilís) derrotó a Cesáreo Guillermo en El Cibao se llenó de gloria y se ganó el respeto y la admiración de mucha gente que antes se negaban a reconocer las cualidades de quien en diferentes circunstancias había demostrado talento militar y arrojo personal. Aquel día, el hijo de doña Fefa, acostumbrado a ir al frente de sus tropas, les tapó las bocas a los que entendían que el cargo de Ministro de lo Interior le quedaba grande y muchos de ellos no les quedó más remedio que admitir que el moreno estaba llamado a llegar lejos.

Por eso, llegada la hora de sustituir en 1882 al Padre Meriño, el líder del Partido Azul, Gregorio Luperón, que desde siempre había advertido en él condiciones militares y habilidad política, y además lo quería como a un hijo, y ante la negativa nuevamente de Pedro F. Bonó a aceptar la presidencia, no lo pensó dos veces para promover su candidatura. En una carta dirigida a Bonó, el primero de nuestros sociólogos, ante la suspicacia que generaba en algunos la personalidad de Lilís, Luperón le dijo:

“Usted me habla de lilises; me alegro. Es mi discípulo, es el único que puede reemplazarme en todo sentido. Téngale Ud. y todo Macorís completa confianza; yo lo he preparado ya para respetar el querer de Macorís y para amar como yo a sus compatriotas. Solamente tenemos hoy en el Partido tres hombres que pueden gobernar el país: Ud., lilises y el general Benito Monción. Si Ud aceptara la presidencia, Lilises y Monción le servirían como lo hacen hoy con el Padre. Si Ud no acepta, fíjense en Lilises…”

Luperón se daba cuenta de que no era posible enfrentar la realidad social dominicana, caracterizada esencialmente por la inestabilidad y las constantes revueltas de los caudillos, con métodos liberales que estaban muy lejos de ser aplicados en una sociedad como la nuestra. Para él, las condiciones militares y la habilidad política, reunidas ambas en la personalidad de Lilís, lo convertían en el hombre indicado para ocupar el poder.

Estaba claro: Luperón quiere ver a su pupilo en la presidencia. Y le allana el camino. Pero cuando se junta con él y le habla de su propósito y del poder, Lilís no se inmuta, no deja ver la alegría de su corazón. Hace tiempo sabe que en la carrera por el poder es aconsejable no dejar traslucir el pensamiento ni las intenciones, y que a veces es preferible hacerse el tonto. De Charles Maurice Talleyrand, aquel brillante diplomático, que sobrevivió a varios reinados en Francia, incluyendo al propio Napoleón Bonaparte, había aprendido una terrible frase que le serviría siempre para manejarse en el peligroso baile del poder: “Las palabras han sido dadas para encubrir los pensamientos”. Así, imperturbable y sereno, ante la propuesta del líder, le dice: “La presidencia, mi general, no me halaga, pues ella no puede darme más que un título, mientras que ambiciono algo más; necesito nombre y gloria, y en pos de ellos van constantemente mis aspiraciones”. En otro momento le escribe a su líder, a quien trataba de papá: “yo no necesito prestigio: el de usted me basta y por eso deseo que usted lo conserve aumentándolo”.

Lilís sabe que no es bueno alborotar a su líder con alegrías exageradas. Se mantiene sereno, haciendo muy bien su papel de segundo. A un amigo suyo le escribe: “Los hombres que tienen responsabilidades arriba, caminan despacio”, y en realidad, el hombre no tiene prisa, al menos eso es lo que trata de vender, en llegar a la presidencia que siempre ha deseado, y que se conquista en base a los fogonazos de los fusiles.

Concluida esa fase, la de la simulación, la del teatro, Lilís, es escogido como candidato presidencial de los azules, y toma posesión como Presidente de la República el 1 de septiembre de 1882. Lo acompaña como Vicepresidente el General Casimiro de Moya, pues en la última reforma constitucional se creó este nuevo cargo par así dar mayor participación a los líderes azules en el gobierno. Ese día, el hombre que lleva en su cuerpo muchas heridas de arma blanca y dos cicatrices de balas, todas conseguidas en los campos de batallas o en duelos personales, asciende al trono presidencial. Ese día, aquel hombre que gozaba del apoyo de muchos ricos y pobres, que a pesar de su origen humilde sabía comportarse como la gente de primera, que sabía bailar vals, danza y mangulina, que gustaba de escribirse cartas con sus amigos con una caligrafía y prosa admirables, que hablaba tres idiomas, que tenía muchas queridas, aunque siempre sabía darle su lugar a su esposa, doña Catalina Flan, que no jugaba gallos, no bebía ni le dispensaba a los alcohólicos posiciones, que compartía con el vulgo pero no compartía sus vicios, que a la hora de defender el poder no tenía amigos ni compadres, se ponía en su pecho la banda presidencial, a la que jocosamente llamaba la ñona, y de la cual sólo la muerte lo separaría.

Empezaba así la Era de Lilís, la Era del hijo de doña Fefa. Empezaba la dictadura de Ulises Heureaux.

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