El far-west de la noticia
Por Geraldina Colotti
La noticia ya es conocida: el mes pasado, Trump firmó una directiva, aún secreta, en la que daba instrucciones al Pentágono de usar la fuerza militar contra algunos cárteles de la droga que su gobierno ha clasificado como organizaciones terroristas. Casi al mismo tiempo, EE.UU. declaró que una de esas organizaciones se llama Cartel de los Soles, y que está encabezada por el presidente venezolano, Nicolás Maduro. Un presidente ilegítimo, según los Estados Unidos que, por boca de su Secretario de Estado, el rabioso anticomunista Marco Rubio, han declarado que han aumentado la “recompensa” por su cabeza hasta 50 millones de dólares. La anterior – de 15 millones – había sido decidida por Trump en 2020, durante su primer mandato.
Una jugada sucia inmediatamente retomada y enfatizada por la extrema derecha venezolana (que presiona para que Trump “vaya en serio”), y por los periódicos mainstream, que avalan la acusación de “narco-estado” y el far-west trumpista, así como han avalado anteriormente el circo de la “autoproclamación” de un gobierno ficticio: para apropiarse de un botín, sin embargo, muy real como son los bienes del país en el extranjero (por cierto, los europeos están haciendo lo mismo con los fondos rusos). Mostrar evidencia de lo contrario es como convencer a un terraplanista de que la Tierra es redonda.
El mecanismo de las fake news es un círculo vicioso que se autoalimenta y oculta la inexistencia de una fuente confiable. Ha sido así desde la puesta en marcha de esta tontería espacial sobre el Cartel de los Soles, con la que inicialmente uno de los principales periódicos de la oposición, El Ncional, calumnió en Venezuela al vicepresidente del PSUV, Diosdado Cabello, hoy ministro del Interior y Paz.
En el libro La comunicación liberadora, que publicamos con la Universidad Internacional de la Comunicación (LAUICOM), la periodista y diputada, Tania Díaz, hoy rectora de la universidad, ha contado cómo fue un equipo de reporteros bien entrenados quien descubrió que ese “exclusiva” se basaba en una noticia falsa de partida: aquella según la cual se había depositado ante un juez de Nueva York una supuesta denuncia contra Diosdado como jefe del Cartel de los Soles. Pero, mientras tanto, como una pelota de ping pong, varios grandes periódicos internacionales habían avalado la noticia falsa, sin preocuparse por las desmentidas.
Ocho años después, los tribunales han reconocido las razones de Cabello y han condenado al propietario de El Nacional, Miguel Henrique Otero, a resarcir al perjudicado. Habiendo Otero huido a España, se expropiaron los locales del periódico, que Diosdado no se quedó para sí, sino que los devolvió al pueblo, para que fueran la sede de la universidad.
¿Pero una dictadura que controla todos los poderes por qué tarda ocho años en tener razón en un tribunal? ¿Y en qué país del mundo un “narcotraficante” decide no quedarse para sí el fruto de una jugosa indemnización judicial, sino que devuelve al pueblo los locales para que hagan de ellos un uso diferente al de las mentiras imperialistas?
No hace falta decir que ninguno de los periódicos que calumniaron a Diosdado Cabello permitió un derecho de réplica, según los criterios míticos del “pluralismo de la información”. Al contrario, la mentira fue puesta de nuevo en circulación después de algún tiempo como si nada. En 2020, durante el primer gobierno de Trump, sirvió de pretexto para una primera “recompensa” puesta por el magnate sobre la cabeza del presidente venezolano, Nicolás Maduro. Y hoy sirve de pretexto para que esa recompensa sea llevada de 15 millones de dólares a 50 millones, y para que se ponga en marcha una nueva amenaza contra Venezuela.
Y no hace falta decir que ningún periodista de renombre se detendrá a investigar los elementos reales que llevan a EE.UU. a establecer que Nicolás Maduro es el jefe del fantomático Cartel de los Soles. Un grupo mafioso que no figura en ninguna de las informaciones, no ciertamente imparciales, que provienen periódicamente de las agencias especializadas en la “lucha contra la droga”.
Al respecto, Gustavo Petro, presidente de un país – Colombia – donde el narcotráfico todavía tiene un gran peso en la política, ha declarado: “El Cartel de los Soles no existe, es un relato utilizado por el imperialismo para criminalizar a Venezuela y llevar a cabo una intervención militar para controlar sus recursos; es la excusa ficticia de la extrema derecha para derrocar a los gobiernos que no les obedecen”. Una invención en la que no creen ni las Naciones Unidas, ni la Unión Europea, ni la propia DEA.
Las agencias que publican regularmente informes detallados sobre las rutas del narcotráfico, los mercados y las dinámicas criminales globales indican, de hecho, que solo el 5% de la droga intenta transitar por Venezuela, y es regularmente incautada.
Esas mismas agencias, financiadas por los Estados Unidos, que Trump utiliza para organizar un nuevo far west contra Venezuela, dicen que Europa ha superado a EE.UU. como principal consumidor de cocaína en los últimos veinte años, convirtiéndose en el nuevo “Eldorado”. Han surgido nuevas rutas que atraviesan el África Occidental (Guinea-Bissau, Senegal, Sierra Leona, Ghana), transformando estos países en hubs para el desvío de la droga hacia Europa.
Para tener una idea del negocio: un kilo de pasta de coca cuesta 300 dólares en la selva y se revende a 60.000 euros en Europa. Esta nueva geografía del narcotráfico ha fortalecido las alianzas entre los carteles latinoamericanos y las mafias europeas, como la ‘ndrangheta y las organizaciones albanesas, que se presentan como “redes estables”. La droga es la base de la “pirámide del crimen” que financia otras actividades ilegales como el tráfico de armas, la migración clandestina, el tráfico de seres humanos y la explotación de recursos naturales.
Las rutas del narcotráfico se han diversificado. Colombia, Bolivia y Perú siguen siendo los principales países productores, pero según los datos de la UNODC, las incautaciones de droga en Europa han alcanzado niveles récord, superando, precisamente, las de los Estados Unidos. Los principales puntos de entrada marítimos son los puertos de los Países Bajos, Bélgica y España. Si la demanda europea es el verdadero motor, ¿por qué entonces la discusión política no se concentra en Róterdam o Amberes, y en las mafias europeas?
La respuesta es que esto requeriría admitir que el problema reside en las propias sociedades capitalistas, que generan la desigualdad y la desesperación que alimentan tanto la dependencia como el crimen. La narrativa del “narco-estado” venezolano aparecería entonces como una táctica para ocultar la verdadera naturaleza del conflicto: una lucha de clases entre el imperialismo occidental (que quiere el control de los recursos de Venezuela) y un gobierno que se opone en nombre del pueblo. Al mismo tiempo, la negligencia en reconocer el papel central del mercado europeo en el tráfico de droga sirve para ocultar las contradicciones internas del capitalismo, que con su demanda de estupefacientes alimenta la misma criminalidad que luego condena, pero solo cuando es funcional a sus intereses.
Y aquí el periodista serio debería recordar los antecedentes. En la historia, los Estados Unidos han justificado repetidamente intervenciones militares o políticas de sanciones contra otros países con el pretexto de combatir el narcotráfico. Estas intervenciones se enmarcan en la estrategia más amplia de la “Guerra contra las Drogas”.
El ejemplo más conocido es la Operación “Just Cause” (Causa Justa), la invasión de Panamá llevada a cabo por la administración de George H. W. Bush. El objetivo declarado era el arresto del dictador panameño Manuel Noriega, acusado de tráfico de drogas, además lo de proteger a los ciudadanos americanos y “restaurar la democracia”. Noriega, ex informador de la CIA, se había vuelto incómodo para los intereses norteamericanos cuando había mostrado alguna veleidad nacionalista. Fue capturado y procesado en los Estados Unidos por narcotráfico.
También debe recordarse el Plan Colombia, un programa de ayuda militar y financiera iniciado en 2000 bajo la administración Clinton. El objetivo oficial era combatir los carteles de la droga y los grupos guerrilleros como las FARC, considerados por EE.UU. responsables del tráfico de cocaína. Un plan que militarizó el conflicto, causó la expulsión de campesinos de sus tierras y fortaleció a las fuerzas armadas colombianas, responsables de violaciones de los derechos humanos. Una intervención que sirvió para salvaguardar los intereses geopolíticos imperialistas y para proteger los flujos de petróleo y otros recursos.
Además, hay que recordar la Iniciativa Mérida, lanzada en 2007. Un acuerdo de cooperación en seguridad entre los Estados Unidos, México y otros países de Centroamérica. También en este caso, la justificación fue la lucha contra los carteles de la droga. El programa proporcionó miles de millones de dólares en equipamiento militar y entrenamiento a las fuerzas de seguridad mexicanas. A pesar del enorme gasto, la iniciativa ha incrementado el aumento de la violencia en México, mediante el rearme y el entrenamiento de grupos militares y de policía que a su vez han sido acusados de corrupción y de crímenes contra los derechos humanos.
Un periodista serio también debería reconstruir el origen de esta fábula, quién la hizo circular y por qué, y quién la alimentó con declaraciones proporcionadas a los Estados Unidos a cambio de beneficios judiciales: como el ex jefe de los servicios secretos venezolanos, Hugo Carvajal, que luego pasó al campo de Guaidó y los autoproclamados, según el cual el Cartel de los Soles debería haber invadido EE.UU. con la cocaína proveniente de Venezuela.
Cabe recordar que el término “Cartel de los Soles” apareció por primera vez en 1993. Fue acuñado por dos periodistas venezolanos, Juan Carlos Issa y Rafael J. Poleo, durante una investigación sobre dos generales de la Guardia Nacional, Ramón Guillén Dávila y Orlando Hernández Villegas. El nombre deriva de las insignias en forma de sol que los generales venezolanos de alto rango llevan en sus uniformes, que se han convertido en el símbolo de esta supuesta red de narcotráfico dentro de las fuerzas armadas. ¿Qué período era 1993?
El de la Cuarta República. El año anterior, el 4 de febrero, había tenido lugar la rebelión cívico-militar del entonces teniente coronel Hugo Chávez Frías, también contra la corrupción de las Fuerzas Armadas, cuya doctrina y práctica eran dictadas por las norteamericanas, y cuya corrupción era tan evidente como la de la sociedad de entonces.
Rafael J. Poleo, fundador y director de la revista semanal venezolana Zeta, una de las voces de oposición más influyentes en el panorama mediático del país, transfirió luego su descubrimiento para hacer su propio juego político contra el chavismo y al servicio de los Estados Unidos. Por el contrario, desde 1998 y luego con la aprobación de la constitución bolivariana de 1999, Chávez llevó a cabo una profunda reforma de los aparatos militares, unificándolos en una única Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), inspirada en el ejército de todo el pueblo de Ho Chi Minh.
Ese pueblo que, organizado también en la milicia popular, está despleandose nuevamente en estos días las calles, las plazas y las fronteras de Venezuela en una poderosa campaña de reclutamiento (“Yo me alisto”), que promete convertir en un nuevo Vietnam una eventual invasión militar de los Estados Unidos.
Para la ocasión, Maduro ha retomado el discurso pronunciado por Cipriano Castro en 1902, cuando las potencias europeas – en particular Gran Bretaña, Alemania e Italia – rodearon con un bloqueo naval a Venezuela para obligarlo a pagar la deuda externa, y él se opuso, convirtiéndose en un símbolo de la defensa de la soberanía y de la dignidad nacional contra la injerencia extranjera.
Ciertamente, frente a un genocidio como el que está en curso en Palestina – el más televisado de la historia, pero también el más ocultado en cuanto a la responsabilidad y el contexto en que se ha producido – hacer filtrar algún elemento de verdad periodística sobre otras pruebas de fuego existentes en el mundo, puede parecer una fatiga de Sísifo.
Sin embargo, no se debe callar: abrir al menos una brecha en el muro de goma que nos oprime, es un deber ante todo con quienes han dado la vida para resistir y testimoniar. El asesinato de periodistas en Gaza, el intento del régimen ocupante de tildarlos de “terroristas”, quiere ser también un asesinato simbólico. El mensaje a imponer es claro: el “verdadero” periodismo – el único permitido e incensado – es el que se dedica al sicariado mediático e ideológico, que es cómplice o que mira hacia otro lado. Es el que acostumbra a creer que existe una equivalencia posible entre las “razones” de quien explota y las de quien es explotado, y que es posible “reconciliarse” con el enemigo sin eliminar las causas de la opresión.
Que la guerra de los símbolos subyace a un choque de concepciones, firmemente determinadas por la posición en el conflicto de clase, nos lo dice hoy con arrogancia la clase dominante: cuando se erige como “raza dueña” alrededor del recién elegido Trump, y luego humilla al bloque subalterno, vasallo y condescendiente, como en el caso de los aranceles y la UE. Y cuando reivindica con descaro que los palestinos deben ser sometidos o eliminados, para que pueda surgir un resort de lujo sobre los escombros de Gaza.
Quien resiste a todo tipo de violación y privación, como Cuba, Venezuela, Nicaragua, debe ser ridiculizado, desacreditado, puesto en la picota, mediante la imposición de retóricas que representan la quintaesencia del “enemigo” a aniquilar: el “terrorista”, el “dictador”, el “narcotraficante”. ¿Quién se atrevería a defender a un “malo total” de este tipo en caso de que se decidiera atacarlo? Después de haber visto cientos de portadas que lo retratan de forma siniestra, y cientos de noticias que enfatizan sus presuntas “malhechuras”, incluso se daría un suspiro de alivio.
¿Acaso los comunistas no comían niños? Que luego el perro rabioso de Occidente realmente los mate de hambre y los utilice como blancos, en Palestina, no basta para catalogarlo como “terrorista”: terroristas son los que se le oponen, los que resisten a la hecatombe de la humanidad que tenemos ante los ojos.