¿Libres o enjaulados? La trampa de la libertad neoliberal

Por Gabriela Dueñas

Vivimos en la era de la «libertad». Es la palabra que usan las publicidades para vendernos un auto, los gurús del emprendimiento para inspirarnos y los políticos para ganar votos. Nos repiten que podemos ser lo que queramos, que el éxito depende solo de nosotros y que cualquier límite es una opresión.

Suena maravilloso, ¿verdad? Sin embargo, paradójicamente, esta promesa de libertad absoluta nos ha dejado más agotados, ansiosos y solos que nunca. ¿Qué está pasando?

La Libertad que nos vendieron

Esta idea de libertad no surgió por generación espontánea. Tras la Segunda Guerra Mundial, existía la creencia de que el Estado debía proteger a la sociedad con educación, salud y pensiones. Pero financiados por grandes capitales se inició una cruzada para demonizar lo colectivo y ensalzar al mercado como el único espacio de libertad verdadera. La famosa frase de Margaret Thatcher, «No existe la sociedad, solo individuos y familias», fue un misil contra la idea de lo público.

Byung Chul Han: "Hoy el sujeto sometido, se presume libre" - El Extremo Sur

El genio del sistema fue apropiarse de los deseos de liberación de los movimientos sociales de los 60´s y 70´s. ¿Querías expresarte? ¡Compra esta marca! ¿Querías rebelarte? ¡Consume este producto! Así, la revolución se convirtió en un acto de consumo, y el ciudadano crítico, en un consumidor hedonista.

El peor jefe que podrías tener: tú mismo

Aquí es donde la trampa se cierra. El sistema ya no necesita un capataz que nos vigile. Hemos internalizado al jefe. El filósofo Byung-Chul Han lo explica brillantemente: nos autoexplotamos creyendo que es empoderamiento.

El viejo mandato social era «debes trabajar duro y formar una familia». El nuevo mandato, mucho más cruel, es «puedes ser exitoso, feliz y famoso… y debes lograrlo, o es tu culpa». Si no triunfas, no es por la precariedad laboral o la falta de oportunidades, sino porque no te esforzaste lo suficiente, no te reinventaste o no supiste «venderte». La culpa por el fracaso es completamente nuestra. El sistema se lava las manos.

Hiperconectados y completamente solos

Al glorificar al individuo autosuficiente, hemos debilitado los lazos que nos sostienen. El sociólogo Zygmunt Bauman llamó a esto «modernidad líquida»: los vínculos son frágiles, temporales y se esfuman cuando exigen un esfuerzo. Se vende como ideal la vida sin ataduras: un departamento minimalista, viajes en solitario, independencia total.

Pero el ser humano no está hecho para la autosuficiencia radical. Como ya señalaba Freud, la cultura y la felicidad se construyen con los otros. La paradoja es que, al perseguir una libertad sin límites, nos encontramos más frágiles y ansiosos. La libertad no reside en la ausencia de vínculos, sino, como dice Bauman, en la capacidad de negociar nuestras dependencias de manera sana.

¿Cuál es la salida? Tejer redes en lugar de muros

Si el problema es el individualismo, la solución no puede ser más «resiliencia personal». La cura no está en que nos adaptemos mejor a un sistema enfermo, sino en transformar el entorno.

La salida es comunitaria y se basa en tres piles simples:
– Recuperar lo común. Espacios donde no seamos clientes ni emprendedores, sino vecinos. Bibliotecas populares, huertos comunitarios, talleres de trueque. Lugares donde el valor de lo que hacemos no tenga precio.
– Politizar nuestro malestar. Entender que la depresión y la ansiedad no son solo un desbalance químico, sino respuestas lógicas a un mundo que nos exige lo imposible y nos abandona a nuestra suerte. Convertir la culpa privada en conciencia colectiva.
– Practicar una ética del cuidado. Aprender a vernos no como competidores, sino como corresponsables. Crear redes donde podamos pedir ayuda sin vergüenza y ofrecerla sin quemarnos. Reconocer que ser vulnerable no es un fracaso, sino parte de ser humano.

Conclusión: La Libertad del lazo

La verdadera libertad no es la del individuo aislado en su departamento, hiperconectado, pero profundamente solo, creyendo que su fracaso es solo suyo. Esa es la libertad de un huérfano en un desierto.

La libertad humana, soportable y vivificante, es de otra naturaleza: es la libertad del lazo. Es la capacidad de poder tropezar y caer, sabiendo que una red de personas nos sostendrá. Es la libertad que se ejerce al elegir nuestros compromisos y al construir, junto a otros, una vida con sentido.

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