Trump retoma el perfil belicista de EE.UU. en América Latina: ¿qué esperar?
Por Ociel Alí López
Desde que el Presidente de EE.UU., Donald Trump, asumió la presidencia, en enero de este año, tiene al mundo atribulado: está cambiando las coordenadas y los mapas geoestratégicos. Sin embargo, no de la misma forma en todos lados.
En algunos lugares, Trump ha preferido replegarse, como en Ucrania y en Europa en general, dejando un vacío en el liderazgo que ocupaba Washington. En otras latitudes, el mandatario se ufana de cerrar conflictos, acercar posiciones contrarias y «pacificar» regiones, como en Gaza. Hasta ahora, presume de haber acabado con siete guerras.
En contraste con ese repliegue, ha desatado una ofensiva en otras regiones, que tienen su correlato en medidas coercitivas y aranceles, priorizando incidir en la esfera económica.
Sin embargo, es en América Latina donde está planteando otra cosa. Especialmente en el Caribe, el mandatario no solo ha retomado la diatriba bélica con Venezuela, que su antecesor, el expresidente Joe Biden, había matizado, sino que ha abierto flancos con México y Colombia.
Especialmente en el Caribe, el mandatario no solo ha retomado la diatriba bélica con Venezuela, que su antecesor, el expresidente Joe Biden, había matizado, sino que ha abierto flancos con México y Colombia.
Con respecto a esas naciones, Trump ha ido más allá de meros retos sancionatorios, ya que ha procedido a amenazar con bombardeos y ataques militares. En cuestión de semanas, EE.UU. ha movilizado hacia el Caribe una ingente cantidad de activos militares, lo que quiere decir que está privilegiando a la región por sobre otras latitudes en el plano estrictamente de seguridad y defensa.
Ya avanzado el mes de noviembre, EE.UU. no solo concentra su foco y su poder de fuego a las puertas de Venezuela, sino que también amenaza a otros países de la región. Su tono guerrerista recuerda la invasión a Panamá, solo que en otros contextos.
Si bien el número de tropas reunidas en la región caribeña no parece suficiente para concretar invasiones terrestres, el contingente que agrupa en buques de guerra con alto poder misilístico (incluido el portaviones USS Gerald R. Ford, el más poderoso del mundo), submarinos nucleares y aviones militares, así como el posicionamiento en diferentes espacios estratégicos, da cuenta de que su intención con la región implica un cambio radical de las políticas fácticas de Washington en las últimas tres décadas.
Viraje estratégico
Hay que recordar que durante el presente siglo, desde que EE.UU. ejerció su papel de «policía mundial» y la unipolaridad se impuso a raíz la caída del muro de Berlín, Washington invadió lugares lejanos a su geografía, como Irak, Afganistán y Somalia.
Del mismo modo, impulsó cambios de regímenes de manera violenta en Libia y Siria. Durante ese tiempo, EE.UU. no consideró a la región latinoamericana como un espacio privilegiado para intervenir. La invasión a Panamá de 1989 no se repitió más en la región.
Trump participa de manera activa en la política interna de los países latinoamericanos, vocifera contra sus líderes, interviene en los procesos electorales, como en Argentina y Ecuador.
Por el contrario, varios gobiernos de izquierda se consolidaron durante largos años, lo que permitió un giro del subcontinente hacia nuevos aliados comerciales y la integración regional por vías no tuteladas desde Washington, como Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac). La doctrina Monroe, que reza «América para los americanos», se metió en el congelador durante ese tiempo.
Pero con la nueva Administración Trump, las cosas están cambiando. En los nueve meses que el republicano lleva en la Casa Blanca, ha habido un cambio diametral.
Trump participa de manera activa en la política interna de los países latinoamericanos, vocifera contra sus líderes, interviene en los procesos electorales —como en Argentina y Ecuador—, amenaza con aranceles primero y con bombas después, escoge aliados serviles con los que firma memorandos de entendimiento, como Panamá y República Dominicana, y comienza a realizar con ellos entrenamiento militar y actividades tácticas.
Una de las cosas que más ha cambiado entre ambos momentos es la impronta ideológica. A diferencia de administraciones anteriores, Trump prefiere atacar y amenazar gobiernos moderados, como el de Colombia o México, antes que dirigir sus darlos a los supuestos ‘archienemigos’ de Washington.
Con Trinidad y Tobago, en los límites de Venezuela, ejecuta ofensivos entrenamientos militares. Decide reocupar una base aéreaen Puerto Rico, donde traslada un importante contingente de aviones militares. Prácticamente por la fuerza, retoma lugares estratégicos y acumula una fuerza militar sin precedentes a lo ancho de todo el nuevo teatro de operaciones. El lunes, uno de los célebres bombarderos B52, junto con otros aviones, sobrevoló los límites del espacio aéreo venezolano, justo el día que Washington introdujo al supuesto ‘Cartel de los Soles‘ en la lista de terroristas.
Una de las cosas que más ha cambiado entre ambos momentos es la impronta ideológica. A diferencia de administraciones anteriores, Trump prefiere atacar y amenazar gobiernos moderados, como el de Colombia o México, antes que dirigir sus darlos a los supuestos ‘archienemigos’ de Washington.
Así, el Departamento de Defensa lanzó la primera semana de noviembre la operación «Lanza del sur«, que no se sabe todavía a ciencia cierta hacia dónde se dirige y que, aunque aparentemente plantea atacar elementos del narcotráfico, no ha hecho otra cosa que abrir flancos políticos. Trump, hace pocos días, planteó bombardear a los carteles en territorio mexicano y, en paralelo, mantiene las acusaciones infundadas contra el presidente de Colombia, Gustavo Petro, de ser un «líder del narcotráfico».
Sin embargo, todavía no se sabe cuáles son los objetivos de Trump con esta avanzada militar en el Caribe ni qué quiere conseguir. No lo ha dicho del todo y, hasta ahora, más allá de las vociferaciones, se ha concentrado en bombardear lanchas que relaciona, sin pruebas, con el narcotráfico, matando ya a más de ochenta de sus tripulantes. También en los últimos días ha reculado en torno a Venezuela, diciendo que podría conversarcon el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, pero, por otro lado, no detiene las provocaciones en los límites aéreos del país caribeño y, en paralelo, continúa con la acumulación de fuerzas militares en islas circundantes.
Una encuesta de la cadena CBS de EE.UU., publicada el domingo pasado, registra que 70 % de los estadounidenses no estaría de acuerdo con acciones militares en Venezuela. Un estado de incomprensión sobre las acciones de Trump, en el votante estadounidense, podría impedir algún conflicto prolongado, por lo que el escenario más probable es uno que se resuelva de la manera más rápida. Sin embargo, el tenor de los pertrechos militares posicionados hace pensar que las fuerzas armadas estadounidenses plantean un escenario a largo plazo, con miras a una disputa geopolítica en la que EE.UU. ha perdido mucho terreno político y comercial en las últimas tres décadas frente a sus adversarios geopolíticos.
La doctrina Monroe ahora parece descongelarse, pero la nueva versión viene en un molde igual de agresivo. La apertura de frentes de forma desmesurada parecen ser codazos para abrirse paso en un continente que ya no es su ‘zona de confort’. El mapa cambió: los territorios que eran considerados como ‘patio trasero’ han abierto sus propios caminos.
El desenlace es imprevisible porque con Trump cualquier cosa podría pasar. Por los momentos, solo se escucha un ruido de fondo que quiere perturbar la paz regional.
RT

