El sur global al borde de la hambruna: Una crisis en ciernes

Ernesto Cazal.

Si bien la guerra en Ucrania ha puesto de relieve el desastre mundial del suministro de alimentos, esto se estaba gestando mucho antes de la actual fase del conflicto. Las investigaciones de diferentes autores, como la venezolana Clara Sánchez, dan cuenta de ello, teniendo en cuenta el funcionamiento del actual modelo agroindustrial a escala mundial.

La cadena de suministro de alimentos tiene una forma global que ha venido sufriendo una profunda crisis desde que estalló la crisis económica-financiera en Estados Unidos en 2008, ya que fue interrumpida por la pérdida de ganancias y la reducción de la inversión en ese sector por parte de las compañías multinacionales de alimentos, aumentando la presión sobre los productores de alimentos en el Sur Global.

Antes de que la pandemia diera un serio golpe a esta cadena global de suministros alimentarios, ya se venía agrietando el sistema capitalista que la sustentaba con el aumento de los precios del petróleo, la demanda explosiva de biocombustibles a base de maíz, los altos costos de envío, la especulación en los mercados financieros, las bajas reservas de granos, las graves interrupciones climáticas en algunos de los principales productores de granos y un aumento de las políticas comerciales proteccionistas.

Bajo este cuadro sistémico, la estabilidad en los precios y la producción del sector tuvo sus altos y bajos. Más bien, la inestabilidad que causó la pandemia vino a colapsar el modelo, disparando los costos en todos los estratos de la cadena de suministros, incluida la detención del envío hacia todas las latitudes de fertilizantes.

A las consecuencias del covid en el planeta, se une el conflicto provocado por la OTAN en Ucrania contra Rusia, lo que pone en riesgo una terrible hambruna en los países más pobres del planeta.

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La industria alimentaria mundial está controlada y es propiedad de unos pocos productores y distribuidores multinacionales de alimentos (Foto: Archivo)

Por ejemplo, el norte de África es uno de los más grandes importadores de trigo producido en dichos países euroasiáticos; en específico, la parte subsahariana se enfrenta a una crisis alimentaria aguda, sobre todo en las zonas urbanas. El factor fertilizantes también puede erosionar los importes, por el cortocircuito en la cadena de suministros mencionado, además de la baja inversión por los altos costos de producción y las pocas ganancias para los grandes y medianos agricultores.

Otros países en conflicto también se han visto azotados por una hambruna crítica:

  • Yemen, que ha estado sumida en una guerra impuesta por la coalición saudí-emiratí, apoyada por Estados Unidos. Este país ha sido bloqueado de facto vía marítima lo que impide la importación de granos, en específico de Rusia y Ucrania.
  • El norte de Etiopía es una de las regiones más pobres del mundo, que se enfrenta a un conflicto continuo y a una crisis humanitaria.
  • En Afganistán, las tasas de mortalidad infantil se están disparando debido al colapso de la economía y los servicios básicos de salud. Recordemos que, luego de la retirada humillante del ejército estadounidense, el Departamento del Tesoro secuestró miles de millones de las reservas en dólares para que el Talibán en el gobierno no accediera a sus propias bóvedas.
  • El PIB de Myanmar se contrajo un 18% después del golpe militar en febrero de 2021.

Pero hay más. De acuerdo con el Programa Mundial de Alimentos de la Organización de Naciones Unidas (ONU), millones de personas están corriendo el riesgo de inanición. Los «desnutridos» aumentaron en 118 millones de personas en 2020, después de permanecer prácticamente sin cambios durante varios años. Las estimaciones actuales ahora sitúan ese número en unos 100 millones más.

Aunque la guerra siempre ha sido el principal impulsor del hambre extrema, la ofensiva occidental contra Rusia con Ucrania de actore delegado (proxy) aumenta el riesgo de hambre y hambruna para muchos millones más.

EL FACTOR DE LA GUERRA OTANISTA CONTRA RUSIA

Recordemos que Rusia y Ucrania representan más del 30% de las exportaciones mundiales de cereales, que solo Rusia proporciona el 13% de los fertilizantes mundiales y el 11% de las exportaciones globales de petróleo, y Ucrania suministra la mitad del aceite de girasol del mundo.

Con la guerra total que Occidente lleva a cabo contra Rusia, cancelándola en todos los frentes económicos, financieros y comerciales, más el propio conflicto en el terreno en Ucrania, el planeta podría enfrentar un cuadro en el que los precios de los alimentos, el combustible y los fertilizantes se mantendrían altos durante años.

Este último factor, repetimos, es imprescindible para una economía mundializada como la actual, hoy en crisis. David Laborde, investigador principal del Instituto Internacional de Investigación de Políticas Alimentarias, señaló que «la mayor amenaza que enfrenta el sistema alimentario es la interrupción del comercio de fertilizantes».

Dijo que esto se debe a que «el trigo afectará a algunos países. El problema de los fertilizantes puede afectar a todos los agricultores de todo el mundo y causar una disminución en la producción de todos los alimentos, no solo de trigo».

La amenaza para el suministro mundial de fertilizantes ilustra cómo los productos energéticos son un insumo esencial en prácticamente todos los sectores económicos. Dado que Rusia es uno de los mayores exportadores del mundo no solo de alimentos sino también de energía, las «sanciones» del Norte Global contra el país tienen un efecto inflacionario en cadena en toda la economía mundial.

No en balde casi todos los países del Sur Global se negaron a apoyar las sanciones unilaterales de Estados Unidos contra Rusia. Esta negativa debe extenderse a todo el mundo para evitar una mayor devastación.

 

ES EL CAPITALISMO, ESTÚPIDO

El economista Michael Roberts hace un «llamado para que los ‘principales productores de granos’ resuelvan los cuellos de botella logísticos, liberen existencias y resistan la tentación de imponer restricciones a la exportación de alimentos. Las naciones productoras de petróleo deberían aumentar los suministros de combustible para ayudar a reducir los costos de combustible, fertilizantes y envío. Y los gobiernos, las instituciones internacionales e incluso el sector privado deben ofrecer protección social a través de alimentos o ayuda financiera».

Pero, dice Roberts, «ninguna de estas propuestas se está llevando a cabo. Las grandes potencias capitalistas están haciendo muy poco para ayudar a esos países pobres con millones de personas hambrientas y desnutridas. A fines del mes pasado, la Comisión Europea anunció un paquete de ayuda de 1.5 mil millones de euros, junto con medidas adicionales, para apoyar a los agricultores de la UE y proteger la seguridad alimentaria del bloque. Los líderes del Grupo del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio pidieron una acción urgente y coordinada para abordar la seguridad alimentaria. Buenas palabras, pero ninguna acción».

Menciona que «una verdadera ayuda sería cancelar las deudas de los países pobres. Pero todo lo que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y las grandes potencias han ofrecido es una suspensión del servicio de la deuda: las deudas permanecen, pero los pagos pueden retrasarse. Incluso este ‘alivio’ es patético».

  • En total, en los últimos dos años, los gobiernos del G20 han suspendido solo 10.3 mil millones de dólares en deuda. Solo en el primer año de la pandemia, los países de bajo ingreso acumularon una carga de deuda por un total de 860 mil millones de dólares, según el Banco Mundial.

Otra de las infames soluciones del FMI consistió en aumentar el tamaño de los Derechos Especiales de Giro (DEG), inyectando 650 mil millones de dólares en ayuda. Pero debido al sistema de «cuotas» para la distribución de los DEG, aquellas se inclinan desproporcionadamente hacia los países ricos. Un dato que lo ilustra muy bien: todo el continente africano recibió menos DEG que el Bundesbank alemán.

Las restricciones debido a la guerra total de Estados Unidos contra Rusia (causando desabastecimiento) y las deudas (que convergen con la inflación) de los países pobres y de economías emergentes en ascenso causarán que el Sur Global, más pronto que tarde, reciban un castigo sistémico en el departamento del hambre.

En una entrevista reciente, otro economista, Michael Hudson, llamó la atención sobre la dependencia existente del Sur Global (América Latina, África y muchos países asiáticos) respecto a la órbita de Estados Unidos y la OTAN:

Las sanciones contra Rusia tienen el efecto de dañar la balanza comercial de estos países al aumentar drásticamente los precios del petróleo, el gas y los alimentos (así como los precios de muchos metales) que deben importar. Mientras tanto, el aumento de las tasas de interés de Estados Unidos está atrayendo ahorros financieros y créditos bancarios hacia valores denominados en dólares estadounidenses. Esto ha elevado el tipo de cambio del dólar, lo que hace que sea mucho más difícil para los países de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y del Sur Global pagar el servicio de la deuda dolarizada que vence este año.

Esto obliga a estos países a elegir: o quedarse sin energía y alimentos para pagar a los acreedores extranjeros, anteponiendo así los intereses financieros internacionales a su supervivencia económica interna, o dejar de pagar sus deudas, como ocurrió en la década de 1980 después de que México anunciara en 1982 que no podía pagar a los tenedores de bonos extranjeros.

La elección, en este último caso, parece fácil, pero no lo es, si se toma en consideración el hecho de que el impago haría caer en desgracia a ciertos países en los mercados de créditos occidentales, dolarizados hasta la médula.

Es por ello que debemos entender que el problema no radica allí, sino en la producción capitalista de alimentos (y en el sistema del capital en sí), pues aumentó drásticamente la productividad de los alimentos y convirtió la producción de alimentos en una empresa global, con una cadena de suministros mundializado y altamente dependiente de los productores corporativos, en desmedro de otros modos de producción.

Este modelo hoy neoliberalizado trajo crisis periódicas y recurrentes de producción e inversión que crearon una nueva forma de inseguridad alimentaria. El hambre ya no es atribuible a la naturaleza y el clima sino al resultado de las desigualdades de la producción capitalista y la organización social a escala global. Los más pobres son quienes llevan la peor parte.

Roberts no duda en concluir que «esta es una crisis global y requiere una acción global de la misma manera que la pandemia debería haberse abordado y la crisis climática necesita. Pero tal coordinación global es imposible mientras la industria alimentaria mundial está controlada y es propiedad de unos pocos productores y distribuidores multinacionales de alimentos y la economía mundial se dirige hacia otra recesión».

Fuente: Misión Verdad

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