Europa en la encrucijada: guerra, inflación y huelgas del descontento
Josefina L. Martínez.
Imagen: Izquierda Diario.
Un panorama de las tendencias en la situación europea a seis meses del comienzo de la guerra en Ucrania.
A fines de agosto se cumplieron seis meses de la guerra de Ucrania, que comenzó con la invasión de Putin el 24 de febrero. En ese momento, pocos arriesgaban un pronóstico de que esta guerra pudiera durar tanto tiempo. Ahora, en cambio, lo más difícil es prever su final. Como un bumerang, la guerra y las sanciones occidentales a Rusia abrieron un escenario de crisis en Europa -escaladas inflacionarias, crisis en varios gobiernos, polarizaciones políticas por derecha y por izquierda, malestar social y huelgas obreras-. Ahora el fantasma de la estanflación (recesión con inflación) toma cuerpo en Europa, bajo el peso de la retracción de las economías de Alemania, Italia y otros países. En este artículo planteamos algunos apuntes sobre las tendencias de la situación europea y lo que puede esperarse en los próximos meses.
Prolongación de la guerra y rearme imperialista
Las noticias sobre el escenario militar en Ucrania siguen siendo inciertas, en el marco de una guerra que se estanca. En los últimos días, uno de los focos del conflicto se habría trasladado a la región de Jerson, al norte de Crimea, zona que ocupó militarmente Rusia en febrero y donde el ejército ucraniano está llevando adelante una contraofensiva. Por otra parte, el interés mediático se encuentra en la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de toda Europa. Las denuncias cruzadas advierten sobre la posibilidad de un evento catastrófico que podría afectar a millones de personas. La central se encuentra bajo control militar ruso, pero desde Moscú acusan al ejército ucraniano de querer provocar un incidente para culpar, a su vez, a los rusos. Las consecuencias reaccionarias de esta guerra, que ya ha dejado miles de muertos y millones de desplazados, pueden agravarse mucho más.
Pero la guerra de Ucrania nunca se dirimió solo en aquel territorio, ha implicado desde el comienzo a grandes actores internacionales. Estados Unidos y la Unión europea venían tomando medidas para robustecer al ejército ucraniano, lo que pegó un salto en los últimos meses mediante una financiación extraordinaria, provisión de armas, entrenamiento táctico y operaciones de inteligencia. La Unión Europea, por primera vez en su historia, financia el envío de armas a un país no miembro. Al mismo tiempo, se despliega contra Rusia el mayor régimen de sanciones de las últimas décadas y se dan pasos históricos en el rearme de cada potencia imperialista mediante el aumento de los presupuestos militares. La OTAN, que hace dos años padecía “muerte cerebral”, según las palabras de Macron, ha salido fortalecida en esta primera etapa de la crisis. Estados Unidos ha logrado un aumento de su presencia militar en Europa y el realineamiento geopolítico de los principales países europeos con su política guerrerista hacia Rusia, en el marco de su enfrentamiento estratégico con China.
Una vez finalizado el receso vacacional europeo, la UE se alista para profundizar medidas punitivas. Esta semana, los 27 Estados miembros han decidido suspender el acuerdo para facilitar la expedición de visados a ciudadanos rusos. A su vez, los ministros de Defensa y de Asuntos Exteriores han pactado un plan para adiestrar a militares ucranianos en países fronterizos vecinos. Josep Borrell, alto representante para la Política Exterior de la UE, aseguraba hace unos días que este conflicto no es “una guerrita” más, por lo que Ucrania “requiere un esfuerzo no solo de suministros de materiales, sino también de entrenamiento y de ayuda a la organización del ejército”. Borrell se permitió el sarcasmo, asegurando que esto es “poco popular especialmente entre la izquierda porque todo el mundo prefiere la mantequilla a los cañones». Y lo que se anuncia es menos mantequilla, menos pan y más cañones. Pero no todo reluce detrás de los discursos militaristas. La intención de recrear frentes de “unidad nacional” en cada país agitando el odio antirruso, puede ahora verse socavado por las consecuencias de la crisis en Europa, que ya está golpeando a grandes sectores de la población trabajadora.
Crisis energética, inflación y el fantasma de la recesión
Este viernes la crisis energética pegó un salto cuando la empresa rusa Gazprom anunció el cierre indefinido del gasoducto Nord Stream alegando fugas de aceite (el gasoducto comunica Rusia con Alemania bajo el mar Báltico). El cierre llega después del acuerdo del G7 para imponer un tope al precio del petróleo ruso, agravando las tensiones y la crisis.
La dependencia del gas ruso es el talón de Aquiles para las potencias europeas, ya que gran parte de su estructura económica se ha basado en la importación de gas barato. Es así especialmente en el caso alemán, donde su modelo industrial exportador requiere la entrada constante de gas y petróleo a bajo coste. Pero también plantea dificultades graves en Reino Unido, Francia, Italia, el Estado español y toda Europa por el incremento descomunal de los precios de la energía. Algo que se está transformando en una crisis de magnitud a medida que se acerca el invierno. Escasez de energía se traduce en tarifas más altas, dificultades en los hogares, pero también parones en la producción, con cierres o suspensiones masivas (ERTEs).
El modelo energético europeo se basó en una “liberalización” total de los precios a la especulación del mercado, después del proceso de privatizaciones y flexibilización del sector que fue una de las bases para la constitución de la UE. El mercado energético funciona con un sistema de “pool” de diferentes productos, donde el precio final lo determina la fuente de energía más cara. En los últimos meses, esta ha sido el gas. Y la crisis con Rusia ha provocado precios desorbitados. La última semana de agosto se alcanzaron niveles récord, por encima de los 700 euros por MWh en Francia o Italia. Los precios estratosféricos de la energía no solo impactan en las tarifas de la luz en los hogares, sino que aceleran el curso inflacionario de todas las economías europeas. Los mercados a futuros como el TTF de Holanda promueven la especulación, que alimenta aún más los precios. Aunque países como Alemania han anunciado que tienen sus reservas de gas en un 80% y han aumentado la compra de gas natural licuado (GNL) desde Estados Unidos, esto no sería suficiente. Como cuestión agravada, ese tipo de energía es mucho más contaminante para el medioambiente, ya que su traslado se hace con buques a través del océano. La crisis energética ha llevado a la UE a retomar la producción de carbón, otra fuente muy contaminante. Y se ha llegado al colmo de declarar al gas y a la energía nuclear como “energías verdes” para encubrir que no se están dando pasos en la transición ecológica, tan prometida por las autoridades europeas.
Ante la gravedad de la situación, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunciaba esta semana un plan de “emergencia” para intervenir los mercados energéticos. Una cumbre europea abordará el problema el próximo 9 de abril. Sin embargo, no pareciera que se pueda resolver la crisis de fondo con el tipo de medidas que están evaluando. En el Estado español y Portugal ya se tomaron en julio medidas para “desenganchar” el precio de la energía del precio del gas (la llamada “excepción ibérica”) pero aun así los precios de la electricidad siguen batiendo récords.
En este marco, las empresas de energía mantienen ganancias extraordinarias en medio de la crisis. En Alemania, el Estado viene de realizar un gigantesco rescate del 30% de la importadora de gas Uniper al mismo tiempo que ponía a su disposición 7.000 millones de euros en líneas de crédito. En el Estado español, las ganancias de las grandes empresas eléctricas, Endesa, Iberdrola y Naturgy, que concentran el 85% del mercado, rozan los 7.000 millones de euros anuales, con promedios de 700.000 euros por hora. Sus ganancias han aumentado un 23% en los últimos cinco años.
En vez de tomar medidas de emergencia, como sería la reestatización de las redes eléctricas para terminar con la especulación y avanzar de forma efectiva en planes de transición hacia energías renovables, los gobiernos europeos están imponiendo recortes al consumo de energía en los hogares por la vía de la inflación. Macron llegó al colmo de afirmar que se ha terminado una era de “abundancia” y anunciar ante la Asamblea Nacional que el “régimen de libertad” de Francia “tiene un coste que puede exigir sacrificios”.
La crisis energética está planteando nuevas tensiones geopolíticas. Por ejemplo, en la última semana, entre Francia y Alemania. Mientras desde Berlín apuestan todas las fichas a la construcción de un nuevo gasoducto que permita llevar gas a Alemania desde el Estado español (que lo recibe desde el norte de África), en París se plantea que la iniciativa será costosa y lenta. Macron aceptaría el proyecto, pero no sin condiciones, como que este sea financiado íntegramente por la UE y que Francia conserve la “llave” del gasoducto. A su vez, la búsqueda de nuevas fuentes de energía incrementa las tendencias imperialistas para una mayor expoliación de los recursos naturales de los países dependientes, como es el caso del gas en el norte de África, pero también el petróleo o el litio en otras regiones. El rearme de las potencias imperialistas, en este contexto, preanuncia futuros enfrentamientos y conflictos por los recursos.
De conjunto, la crisis energética y la inflación se combinan para dar cuerpo a la amenaza cada vez más cercana de una recesión en Europa, motorizada por la fuerte retracción de la economía alemana. El Bundesbank ha planteado en su último informe el pronóstico de una contracción del PIB alemán en el segundo semestre del año, que tendrá un impacto negativo sobre toda la economía europea. Las tendencias recesivas también son fuertes en países como Italia, donde el ministro de economía ha señalado que el principal desafío es “evitar que el país vuelva a entrar en recesión». Allí aparecen otros factores potencialmente críticos como un alto nivel de endeudamiento, llevando a una escalada en la prima de riesgo.
Las políticas monetarias de reajuste hacia arriba de las tasas de interés por parte del Banco Central Europeo no han logrado hasta ahora el objetivo de frenar la inflación. Todo indica que seguirán subiendo (a tono con los pasos de la FED) lo que acentuará el freno a la economía. El fantasma temido de la estanflación (estancamiento con inflación) toma cuerpo cada vez más real en Europa.
¿Hacia un otoño del descontento?
Los índices de inflación continúan disparados, con la tasa de inflación de la UE ubicada en el 9,1% frente al 8,9% de julio. Países por encima del 20% (Estonia, 25,2%; Lituania, 21,1% y Letonia, 20,8%) y otros con cifras por encima del 10% (Países Bajos, 13,6%; Grecia, 11,1%; Bélgica, 10,5% o España, 10,13%). En países europeos que no pertenecen a la UE, como Reino Unido, la inflación también supero el 10% en julio, con lo cual la caída del poder adquisitivo de los salarios ya se hace sentir. Esto enciende el descontento social. Y mientras aumentan las huelgas obreras por recuperación salarial, la extrema derecha intenta aprovechar para canalizar ese malestar hacia sus políticas reaccionarias.
El diario el País señalaba hace unos días que “Marine Le Pen, Alternativa para Alemania (AfD), Matteo Salvini o Víktor Orbán ya han sacado la bandera de los defensores del pueblo contra la maquinaria punitiva que Bruselas impone a Moscú.” Con un discurso similar el primer ministro húngaro “carga con frecuencia contra la estrategia de sanciones europea y se presenta como el gran protector de los hogares magiares.” “Estas sanciones tienen que terminar. No tienen sentido. Todo lo que hacen es dañar a los europeos (…) Los europeos están sufriendo las consecuencias más que los rusos», planteaba Marine Le Pen. Más allá de las afinidades de la extrema derecha europea con el régimen de Putin, la realidad es que la política de sanciones está golpeando a la economía más de lo que el establishment de la UE podía imaginar inicialmente. Y mientras la ultraderecha despliega un discurso populista para intentar capitalizar ese descontento, los gobiernos refuerzan su ofensiva guerrerista y piden “sacrificios” en nombre de la libertad.
Este sábado, más de 70.000 personas en Praga (República Checa) protestaron contra los altos precios del gas, exigiendo la neutralidad en la guerra y el restablecimiento de las relaciones con Rusia. En ese país la inflación es la más alta en 30 años y se espera que llegue al 20% según pronósticos del Banco Central. La manifestación (la más grande en los últimos años) fue convocada por una plataforma hegerogénea con la adhesión de grupos de extrema derecha y también del Partido Comunista, mezclando reivindicaciones justas como la reducción de las tarifas electricas con consignas nacionalistas reaccionarias contra los refugiados ucranianos.
Otras protestas comenzaron a producirse en estos días en países como Escocia o Italia, con manifestantes quemando simbólicamente facturas de la electricidad o el gas, en repudio contra las altas tarifas.
En el caso de Francia, Macron inicia un nuevo quinquenio de gobierno sin mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y con una polarización política por derecha e izquierda, tal como se expresó en los resultados electorales de Le Pen y Melenchon. El 70% de la energía consumida en Francia proviene de la producción nuclear, lo que en otras ocasiones le ha brindado mayor autonomía. Sin embargo, la mitad de su parque nuclear se encuentra actualmente inactivo por razones técnicas o de mantenimiento. Por lo tanto, la crisis energética europea provoca temor a una escasez este invierno. Los precios de la energía alcanzaron a fines de agosto la cifra de 1000 euros por MWh para 2023 frente a los 85 euros de hace un año.
Macron ha anunciado el “fin de la abundancia” y llama a la “sobriedad energética” a las empresas y los sectores populares. Está intentando recrear una “unidad nacional” como hizo en el primer momento de la pandemia, buscando unificar a las patronales (MEDEF) y los sindicatos detrás de su política. Pero su discurso gaullista difícilmente obtenga buenos resultados en esta ocasión. No cuenta con gran apoyo social y los sindicatos ya han anunciado jornadas de protesta para el mes de septiembre.
Desde Révolution Permanente de Francia [1], organización anticapitalista integrante de la Red internacional de La Izquierda Diario, sostienen la necesidad de enfrentar esta crisis mediante un verdadero plan de lucha, que “busque unificar a los trabajadores en torno a demandas globales, que van desde el tema de la indexación salarial cada mes sobre la inflación, hasta el punto de plantear con urgencia la necesidad de una verdadera estatización del sector energético, bajo el control de los trabajadores, todo ello sin compensación” a las empresas [2].
Francia ha sido en los últimos años el polo más avanzado de la lucha de clases en Europa, con la emergencia de los chalecos amarillos en 2018, las huelgas del transporte y los ferrocarriles, una reciente ola de huelgas en los sectores precarios bajo la pandemia, pero también en puntos estratégicos como las refinerías. Todo indica que, en los próximos meses, esa tendencia puede ser retomada.
En el otro polo, Alemania se ha caracterizado las décadas pasadas por ser una isla de estabilidad en la UE, con baja lucha de clases y gobiernos muy fuertes en la era Merkel. Sin embargo, eso también parece estar llegando a su fin. El gobierno semáforo (rojo-verde-amarillo, por los colores del Partido Socialdemócrata, los Verdes y los Liberales) inaugurado hace 8 meses está teniendo una caída de su popularidad importante.
“Casi dos de cada tres alemanes están descontentos con el desempeño de Scholz y la coalición que dirige, que se ha enfrentado a sucesivas crisis desde que tomó posesión en diciembre pasado. En pocos meses, la popularidad del canciller se ha desplomado hasta llegar a una aprobación del 25%, frente al 46% de marzo pasado, según una encuesta reciente de Insa para el diario Bild. El 62% de los alemanes no están contentos con la gestión de su Ejecutivo (frente al 39% de marzo)” [3].
En el contexto de los pronósticos recesivos para la economía alemana, algunas voces han advertido incluso sobre la posibilidad de un “otoño caliente” de protestas y movilizaciones, algo que era impensable hace años atrás en ese país. Las huelgas que hubo en los últimos meses en sectores estratégicos como los puertos y el metal, marcan sin dudas un cambio de ánimo en sectores obreros. Aunque las poderosas burocracias sindicales alemanas hacen todo para contener las luchas y que éstas no se desborden, mientras pactan aumentos salariales por debajo del crecimiento real de la inflación. El próximo 5 de septiembre en Berlín y otras ciudades está llamada una primera jornada nacional contra los precios de la energía donde participarán sindicatos, partidos como el reformista Die Linke y organizaciones sociales. Desde la organización RIO, integrante de la red internacional de Izquierda Diario, plantean la necesidad de movilizarse y defender un programa contra el aumento de los precios, por la nacionalización del sistema de energía y contra la escalada guerrerista, que se encuentra detrás de la crisis actual. También denuncian que el aumento histórico de los presupuestos militares en Alemania prepara futuras intervenciones imperialistas y una mayor expoliación de los recursos de los países dependientes.
En Reino Unido, la crisis -agravada en este caso por las contradicciones del brexit- ya se cargó al gobierno de Boris Johnson. Hace unos días, el Citi Bank advertía que la inflación podría alcanzar la descomunal cifra del 18% en enero. Un pronóstico que busca presionar a la nueva primer ministro para que tome medidas de ajuste rápidamente y muestra la incertidumbre del momento. Allí la ola de huelgas comenzó con la importante lucha de los ferroviarios en julio y durante el mes de agosto se sumaron trabajadores del puerto de Felixstowe, los buses y metro de Londres, aerolíneas y periodistas. Ya están anunciadas huelgas en correos, en el gremio de abogados de oficio y entre personal universitario y sanitario.
En Italia, según varias encuestas de intención de voto para las elecciones del 25 de septiembre, el partido de extrema derecha Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia) de Giorgia Meloni se ubica primero con el 25%, por encima del Partido Demócrata que rozaría el 23%. En tercer lugar, vienen la Liga de Salvini con un 13,4% y el Movimiento 5 Estrellas también con 13,4%. Les sigue Forza Italia de Berlusconi con el 8%. De conjunto, la centroderecha alcanzaría un 46,4% de votos frente a un 29,9% de la centroizquierda, con lo que podrían formar gobierno. Meloni viene suavizando el perfil protofascista que estaba en los orígenes de su organización, transformándolo en un perfil nacionalista pero atlantista, y con tintes populistas hacia los golpeados por la crisis. Los grandes sindicatos habían mantenido hasta ahora una actitud conciliadora con el gobierno Draghi, pero esto puede cambiar en los próximos meses. Por su parte, desde la izquierda sindical se realizaron algunas protestas simbólicamente importantes, como la llamada en mayo con el lema: “abajo las armas, arriba los salarios”.
Finalmente, en el Estado español, el gobierno de coalición PSOE-Podemos-PCE busca reforzarse en este inicio de curso con algunas medidas sociales como la reducción del IVA en la factura del gas o medidas de tinte progresista como la reforma a la ley del aborto. Mientras la inflación se descarga en los bolsillos, la ministra de Trabajo del Partido Comunista hace declaraciones llamando a los empresarios a ser “razonables” y aceptar pequeños aumentos salariales. Los sindicatos mayoritarios también amenazan con salir a las calles si no hay acuerdos en ese sentido. Sin embargo, se siguen negando a llamar a un plan de lucha unificado contra el incremento del coste de vida, por indexaciones salariales de acuerdo con la inflación y contra los presupuestos del rearme imperialista. Santiago Lupe, director de Izquierda Diario en el Estado español, planteaba esta semana que “hay que exigirles la convocatoria de una huelga general como punto de inicio del anunciado otoño caliente” en la perspectiva de unir la lucha contra la inflación con tumbar los presupuestos militaristas del imperialismo español. También señalaba que desde los sindicatos no se dice una palabra sobre “las razones de fondo de esta crisis. La guerra y la escalada imperialista de los países de la OTAN, para prepararse para disputar mercados y zonas de influencia con otras potencias. Para seguir oprimiendo otros pueblos y multiplicar los obscenos beneficios de las multinacionales españolas” [4].
Las tendencias inflacionarias y recesivas en Europa, así como la orientación guerrerista (sanciones, envío de armas y aumento de los presupuestos militares) y la política de exigir “sacrificios” a la población por parte de los gobiernos de la UE, plantean una dinámica común en varios países. Está por verse si la clase trabajadora y sectores populares afectados por la crisis lograran superar las limitaciones que imponen las burocracias sindicales, unificando sus luchas con otros sectores empobrecidos. Para que no sea la extrema derecha la que canalice el descontento social ante las consecuencias de la guerra, y en cambio se pueda desplegar un programa que apunte a frenar la inflación y la escalada armamentista, para que la crisis no la pague la clase trabajadora. Solo así se podrá evitar que se deterioren aun más las condiciones de vida, al mismo tiempo que se señala que gran parte de las causas de la crisis actual se encuentran en las políticas guerreristas de los Estados imperialistas. Frente a quienes garantizan las ganancias millonarias de los más ricos y las empresas multinacionales, desde la izquierda anticapitalista y socialista sostenemos la necesidad de luchar contra nuestros propios gobiernos imperialistas, por gobiernos de trabajadores y los Estados socialistas de Europa. La irracionalidad del capitalismo lleva a más guerras, crisis y catástrofes sociales. Solo una perspectiva socialista puede permitir poner todos los recursos en manos de los trabajadores y trabajadoras, desde las redes de energía a la producción y el transporte, iniciando así transiciones ecológicas y al servicio de las necesidades sociales.
*Josefina L. Martínez. Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios. @josefinamar14
NOTAS AL PIE
[1] Révolution Permanente viene de realizar una Universidad de verano a fines de agosto con más de 500 personas, trabajadores y jóvenes para debatir cómo construir una organización revolucionaria en ese país.
[2] Macron et la « sobriété énergétique » : une union nationale pour conjurer « le risque social », disponible en Révolution Permanente: https://www.revolutionpermanente.fr/Macron-et-la-sobriete-energetique-une-union-nationale-pour-conjurer-le-risque-social
[3] El País, “Scholz y Sánchez, dos socialdemócratas unidos frente a su invierno más duro”, 31 de agosto de 2022
[4] Santiago Lupe, “Hay que unir la lucha contra la inflación con tumbar los presupuestos militaristas del imperialismo español”, Izquierda Diario, 1 de septiembre de 2022, disponible en: https://www.izquierdadiario.es/Hay-que-unir-la-lucha-contra-la-inflacion-con-tumbar-los-presupuestos-militaristas-del-imperialismo
Fuente: Izquierda Diario