¿Acaso la estrategia negociadora de Trump se encuentra al borde del fracaso?
Roberto Iannuzzi.
Foto: El secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, el enviado a Oriente Medio Steve Witkoff, el consejero de Seguridad Nacional Mike Waltz reunidos con el asesor del presidente ruso Yuri Ushakov y el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Segei Lavrov. | Departamento de Estado de EE.UU. / Freddie Everett
En un marco de ‘diplomacia muscular’, declaraciones impulsivas y contradictorias, y nebulosidad en los objetivos diplomáticos reales, las negociaciones sobre Ucrania podrían terminar pronto en un callejón sin salida.
Apenas unas semanas después del inicio de las negociaciones para resolver el conflicto ucraniano, el esfuerzo diplomático del presidente estadounidense Donald Trump está encontrando numerosos obstáculos.
Las razones son múltiples.
Trump merece crédito por haber iniciado unas negociaciones impensables hace apenas unos meses, ante la intransigencia de Kiev y sus aliados occidentales respecto a la perspectiva de abrir un diálogo con Moscú.
Pero las estrategias negociadoras de la Casa Blanca han sido a menudo incoherentes, a veces chapuceras, de naturaleza esencialmente transaccional y utilitaria, además de indiferentes a las posiciones de sus recalcitrantes aliados.
A esto hay que añadir que el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, y sus partidarios europeos han hecho todo lo posible por boicotear las negociaciones.
Acuerdos parciales y nebulosos
La estrategia de Trump se ha centrado en intentar alcanzar un alto el fuego inicial de 30 días con vistas a iniciar verdaderas conversaciones de paz.
Pero a falta de una definición clara de los objetivos finales de las negociaciones, una tregua de este tipo beneficia al bando perdedor del conflicto: Kiev podría reorganizarse, recibir municiones y armamento y movilizar nuevos hombres.
De ahí la cautela de Moscú. El 13 de marzo, el presidente ruso, Vladimir Putin, dejó claro que
partimos de la base de que este cese debe conducir a una paz duradera y eliminar las causas de esta crisis.
El jefe del Kremlin añadió que, en relación con la propuesta de alto el fuego, “se plantean cuestiones relativas a la supervisión y verificación” de la tregua.
Como medida de buena voluntad, Moscú se mostró en cambio dispuesto a aplicar dos alto el fuego parciales, el primero relativo a las infraestructuras energéticas y el segundo a la cuenca del Mar Negro.
La primera propuesta surgió de una llamada telefónica entre Trump y Putin. La segunda, de las reuniones que la delegación estadounidense mantuvo por separado en Riad (Arabia Saudí) con las delegaciones ucraniana y rusa entre el 23 y el 25 de marzo.
El alto el fuego se vio inmediatamente empañado por acusaciones mutuas de supuestas violaciones. Particularmente atroz, sin duda, fue la principal violación ucraniana. Kiev destruyó la estación de medición de gas de Sudzha, en la región rusa de Kursk.
A la dura condena rusa, Kiev respondió afirmando que Moscú bombardearía sus propias instalaciones.
Rusia, por su parte, afirmó que el ataque ucraniano con misiles HIMARS fue posible gracias al uso de satélites franceses y a la colaboración de especialistas británicos en la definición de las coordenadas del objetivo.
Otro problema es que las negociaciones indirectas celebradas en Riad dieron lugar a interpretaciones contradictorias de los acuerdos alcanzados.
Como parte del alto el fuego en el Mar Negro, los rusos exigieron la retirada de las sanciones al Rosselkhozbank (el banco agrícola ruso) y otras restricciones que dificultan la exportación de fertilizantes rusos, incluidas las impuestas a las compañías de seguros.
El texto proporcionado por la Casa Blanca parecía aceptar las demandas rusas, afirmando que
Estados Unidos ayudará a restablecer el acceso de Rusia al mercado mundial de las exportaciones agrícolas y de fertilizantes, reducirá el coste de los seguros marítimos y mejorará el acceso a los puertos y a los sistemas de pago para este tipo de transacciones.
Los ucranianos, en cambio, nomencionaron tales acuerdos. Así pues, una parte esencial de estas sanciones depende de los países europeos, que, junto con la Comisión de la UE, han reiterado que no tienen intención de reducir en modo alguno el sistema de sanciones contra Moscú.
La portavoz de la Comisión, Anitta Hipper, declaró incluso que “la retirada incondicional de todas las fuerzas militares rusas de todo el territorio de Ucrania será una de las principales condiciones previas para modificar o levantar las sanciones”.
Una posición a todas luces completamente irreal a la luz de la situación actual sobre el terreno, e indicativa de lo hostil que es la UE a la iniciativa negociadora de Trump.
Además, aunque la demanda rusa ha sido calificada de desproporcionada por numerosos comentaristas europeos, conviene recordar que estas condiciones se hacen eco de las del acuerdo sobre el trigodel que Rusia se retiró en julio de 2023 precisamente porque los países europeos seguían obstruyendo las exportaciones rusas de fertilizantes y alimentos.
El obstáculo Zelensky
Otro problema que obstaculiza la consecución de un acuerdo de paz es la ilegitimidad del actual presidente ucraniano, cuyo mandato expiró el pasado mes de mayo.
Un cambio de poder permitiría teóricamente la llegada a Kiev de un presidente legítimo e, idealmente, más flexible que las posiciones maximalistas de Zelensky.
Un alto el fuego permitiría levantar la ley marcial, que impide convocar elecciones, para lograr la elección de un nuevo presidente y parlamento.
Este parecía ser el plan del propio Trump al comienzo de su ofensiva diplomática.
Sin embargo, según The Economist, Zelensky habría iniciado serios preparativos para lograr su propia reelección en verano. Fuentes gubernamentales ucranianas dijeron al semanario británico que Zelensky daría instrucciones a su entorno para organizar la votación después del alto el fuego que los estadounidenses esperaban imponer a finales de abril.
La legislación ucraniana prevé una campaña electoral de al menos 60 días, por lo que las elecciones no podrían celebrarse antes de principios de julio.
Incluso si Zelensky no fuera reelegido, un candidato como el excomandante del ejército Valery Zaluzhny, considerado una posible alternativa al actual presidente, no ofrecería necesariamente garantías de mayor condescendencia en una negociación de paz.
Ante tales escenarios, la única posibilidad sería una tercera vía, ventilada por Putin la semana pasada durante una visita a Murmansk, en el noroeste de Rusia.
Reconociendo la sincera intención de Trump de alcanzar una solución negociada al conflicto, el presidente ruso sugirió la posibilidad de establecer una administración temporal en Ucrania bajo los auspicios de la ONU.
Su tarea consistiría en organizar unas elecciones verdaderamente democráticas que llevaran al poder a un gobierno legitimado popularmente. Sólo entonces comenzarían las negociaciones para un tratado de paz reconocido internacionalmente.
Putin señaló que ya se habían producido precedentes de este tipo en Timor Oriental, la antigua Yugoslavia y Nueva Guinea. Aunque no lo mencionó, el establecimiento por parte de la ONU de una fuerza de mantenimiento de la paz para celebrar elecciones eliminaría de un plumazo la necesidad de una “coalición de voluntarios” en Ucrania liderada por Europa.
Sin embargo, Trump respondió de forma inesperadamente irritada a tal suposición, afirmando que estaba ‘enfadado’ con Putin por cuestionar la credibilidad de Zelensky y añadiendo que si no se alcanzaba un alto el fuego “por culpa de Rusia”, estaría dispuesto a imponer “aranceles secundarios” a todo el petróleo exportado desde Moscú.
La reacción del presidente estadounidense es aún más sorprendente si se tiene en cuenta que él mismo había calificado a Zelensky de ‘dictador’ que “se niega a celebrar elecciones”.
Trump suavizó posteriormente sus declaraciones hacia Rusia, pero esta sucesión de declaraciones con tonos contrapuestos no ayuda a crear un clima de confianza entre las partes.
Por parte ucraniana, la obstinación del líder estadounidense en imponer a Kiev un “acuerdo marco” sobre la explotación estadounidense de los recursos minerales y energéticos del país es, a su vez, contraproducente.
¿Enfriamiento estadounidense?
Funcionarios de la Administración también han confirmado que ‘desconfían’ de las verdaderas intenciones de Putin y prevén la posibilidad de imponer sanciones adicionales a Rusia.
Durante una reunión con los ministros de Asuntos Exteriores de los países bálticos, el secretario de Estado Marco Rubio dijo a sus colegas que la paz en Ucrania no estaba garantizada y que Estados Unidos aún estaba lejos de alcanzar un acuerdo.
Por su parte, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional habló de “profunda frustración” con el gobierno ruso por las negociaciones.
La mitad del Senado estadounidense -25 republicanos y 25 demócratas- presentóuna moción para imponer sanciones a Moscú si no “participa de buena fe” en las negociaciones de alto el fuego.
Por su parte, varios países europeos presionan a Trump para que fije un plazo claro para que Rusia acepte el alto el fuego, tras lo cual Moscú se vería afectado por duras sanciones secundarias a sus exportaciones de petróleo.
Así se lo pidió, entre otros, su homólogo finlandés, Alexander Stubb, al presidente estadounidense la semana pasada cuando le visitó en su residencia de Mar-a-Lago, en Florida.
Sin embargo, como hemos visto, un alto el fuego sin una definición clara de los objetivos finales de las negociaciones no es aceptable para Moscú, ya que sólo beneficiaría a Ucrania.
En los últimos días, el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Ryabkov , ha dejado claro que Moscú no puede aceptar las propuestas de negociación estadounidenses en su forma actual, ya que no abordan las causas que provocaron la guerra.
Ryabkov dejó claro que en las negociaciones actuales “no hay lugar para nuestra principal exigencia, que es la solución de los problemas relacionados con las causas profundas de este conflicto”», problemas como la neutralidad de Ucrania y la expansión de la OTAN hacia el este.
El distanciamiento se ha recompuesto aparentemente con la visita a Washington del enviado presidencial ruso Kirill Dmitriev, pero los problemas de fondo persisten.
El Ártico entre asociación y competencia
La cautela de Moscú también viene dictada por la conciencia de que, a pesar de la reciente apertura de negociaciones, Washington sigue siendo un adversario para tener en cuenta.
Así lo confirma la determinación de la administración estadounidense de apoderarse de Groenlandia, un escenario que aumentaría la amenaza norteamericana en el Ártico para Rusia.
El corredor marítimo entre Groenlandia, Islandia y el Reino Unido, conocido como la Brecha GIUK, es un cuello de botella para la flota septentrional rusa, que permite a la OTAN detectar, rastrear y, en caso necesario, interceptar los submarinos y buques de superficie que intentan transitar del Ártico al Atlántico.
En los últimos días, el Vicepresidente J.D. Vance visitó la base militar estadounidense de Pituffik, en la isla ártica, para transmitirun mensaje contundente a sus aliados daneses, que la controlan desde 1721.
Nuestro mensaje a Dinamarca es muy sencillo: no habéis hecho un buen trabajo por el pueblo de Groenlandia. Han invertido demasiado poco en la población de Groenlandia y han invertido demasiado poco en la arquitectura de seguridad de esta increíble y hermosa tierra.
“Esto tiene que cambiar”, añadió Vance. “La política de Estados Unidos es que esto cambie». El argumento de Trump, según el vicepresidente estadounidense, es que “esta isla no es segura” porque “muchos están interesados en ella”.
Y es por ello por lo que, en opinión de Vance, Groenlandia estaría mejor “bajo el paraguas de seguridad de Estados Unidos”.
Igualmente, peculiar es que la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, que está a la vanguardia del apoyo a Ucrania y a la campaña de rearme de Europa contra la “amenaza rusa”, apenas levantara la voz ante lo que sigue llamando “nuestro aliado y amigo más cercano” antes de la visita de Vance a Groenlandia.
Tras esa visita, el Ministro de Asuntos Exteriores danés, Lars Løkke Rasmussen, se tomó la libertad de observar, entre otras cosas, que Groenlandia forma parte de la OTAN y por tanto debería estar cubierta por las garantías de seguridad de la Alianza.
Si Estados Unidos se apoderara de la isla por coacción, sería sin duda un acontecimiento que pondría en peligro la propia existencia de la OTAN. Esto no quita para que el reforzamiento de la presencia norteamericana en el Ártico no sea nada positivo para Moscú.
Tanto es así que la diplomacia rusa está tratando de comprometer a Washington en proyectos conjuntos de cooperación en la región que atenúen su impulso agresivo. Éste era uno de los objetivos de la visita de Dmitriev a la Casa Blanca.
Fiel a su visión de un mundo multipolar, Moscú trata de equilibrar sus relaciones entre bloques opuestos sin adherirse plenamente a ninguno de ellos.
En esencia, el Kremlin sigue aplicando la doctrina del ex primer ministro Yevgeny Primakov de evitar adherirse a alineamientos preestablecidos y preservar la soberanía rusa rechazando una ideología predeterminada.
La ‘diplomacia muscular’ de Trump
Pero el Ártico no es la única región donde EEUU se posiciona como adversario de Moscú.
En Libia, donde Rusia ha redesplegado parte de las fuerzas que tenía en Siria, Washington trata de apartar de la influencia rusa al general Jalifa Haftar, el hombre fuerte que controla Cirenaica.
Desde febrero, la cúpula militar estadounidense ha mantenido varias reuniones con diversos dirigentes libios, entre ellos Haftar y su hijo Sadam.
A finales de febrero, dos bombarderos B-52 estadounidenses sobrevolaron el este de Libia durante unas maniobras militares conjuntas celebradas por el Pentágono con los hombres de Haftar.
La predilección de Trump por una diplomacia musculosa que, en última instancia, corre el riesgo de hacer descarrilar cualquier esfuerzo negociador es también evidente en su enfoque hacia Irán.
En los últimos días, el presidente estadounidense ha amenazado abiertamente con bombardear el país si Teherán no acepta un nuevo acuerdo nuclear (después de que el alcanzado en 2015 fuera echado por tierra por el propio Trump), cuyos términos probablemente dictaría la Casa Blanca.
Para concretar aún más la amenaza, el Pentágono envió hasta seis bombarderos «furtivos» B-2 (el 30% de la disponibilidad estadounidense de bombarderos furtivos, según la CNN) a la base de Diego García, en el océano Índico.
Y esto mientras Washington ha reanudado los bombardeos intensivos contra el grupo chií Houthi, aliado de Teherán, en Yemen. Una vez más, Trump no se abstuvo de lanzar sus coloridas y ominosas amenazas: “El infierno caerá sobre vosotros como nunca antes”.
Por su parte, el asesor de Seguridad Nacional, Mike Waltz, subrayó que el actual bombardeo de Yemen difiere del de la administración anterior porque esta vez la Casa Blanca pretende atacar explícitamente a los dirigentes houthis, y responsabiliza directamente a Irán de los ataques houthis.
En este marco de ‘diplomacia muscular’, de declaraciones impulsivas y contradictorias, y de vaguedad de los verdaderos objetivos diplomáticos, es posible imaginar que incluso las negociaciones con Moscú sobre Ucrania acabarán tarde o temprano en un callejón sin salida. Sobre todo, porque tanto Kiev como la intransigencia europea complican aún más el marco de las negociaciones.
Sin embargo, si las negociaciones fracasan, parece poco probable que Washington renueve su compromiso de apoyar a Kiev.
Más probable es que la Casa Blanca simplemente se aleje del conflicto, dejando a los europeos la gestión de la crisis.
Así parecen confirmarlo los rumores sobre un memorando del Pentágono firmado por el Secretario de Defensa Pete Hegseth a principios de marzo. Según este documento, es extremadamente difícil que Estados Unidos preste un apoyo sustancial a los europeos en caso de un avance militar ruso.
Los miembros europeos de la OTAN tendrán que responsabilizarse ellos mismos de la defensa del continente, mientras que la prioridad estadounidense será contener a China, principalmente en lo que respecta a la cuestión de Taiwán.