África: Nuestra primera memoria robada

Oleg Yasinsky

Ayer me llamó un amigo desde España para decirme que en mi último texto para RT, donde escribí literalmente: «[…] la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas en Ruanda, que promovió el odio y el racismo desenfrenados hacia los tutsis, que abrió las puertas a un genocidio del 70 % de su población en el país y que el mundo civilizado evalúa groseramente con un ‘entre 500.000 y 1.000.000’ de personas […]» caí en una trampa del sistema. Resulta que no es que no fueran ciertos los horrendos crímenes que se cometieron, sino que es muchísimo peor. Me explicaron que repetir esta narrativa sin contexto ni análisis de las raíces coloniales de la pesadilla y sin mencionar la protagónica participación europea en este caso, es como repetir el mantra sobre «la invasión rusa a Ucrania», desviando nuestra atención del problema de fondo.

Lamentablemente, el genocidio de los tutsi por los hutu es un hecho real y el rol en su preparación de la Radio de las Mil Colinas es enorme, pero casi nadie esta dispuesto a recordar el contexto de la tragedia, literalmente inexistente en cualquier búsqueda de Google u otros similares. Mucho menos se habla de los más de 10 millones de personas asesinadas en los países vecinos en la misma época, porque, en este caso, habría que recordar también, otro genocidio, impulsado y supervisado por las democracias europeas modernas a finales del siglo XX y que, por la cantidad de inocentes masacrados, fue casi el doble que el del Holocausto. O mucho más que el doble, sabemos lo relativo de las estadísticas en África.

La maravillosa Rosa Moro, periodista y especialista en África, dice en su libro ‘El genocidio que no cesa en el corazón de África. Una historia de desinformación’, que «incluso los relatos mediáticos que son verdad, presentados sin el contexto adecuado, es decir, sin ponerlos en relación con las demás partes de la misma guerra, no contribuyen ni a la información ni a la denuncia. Estas historias sin su contexto real no hacen sino contribuir a alimentar el mito del salvajismo de los africanos y a dificultar la verdadera comprensión de lo que sucede en la realidad».

¿Habrá escrito alguien ‘Las venas abiertas de África’? ¿O el libro de Rosa es ya ese intento de mirar al continente negro hasta la médula para descubrir por qué sigue desangrándose?

Es increíble, pero de África en «el mundo civilizado» todavía se sabe muy poco. Ni siquiera existe un consenso de por qué ese continente se llama «negro».

Unos dicen que, obviamente, por el color de la piel de la mayoría de sus habitantes; otros, tal vez para evadir las acusaciones de racismo, dicen que desde la antigüedad aquellas tierras se consideraban «negras» u «oscuras» por sus tupidas e inexploradas selvas llenas de todo tipo de peligros, lugares que se veían desde Europa como un gran negativo en el mapa.

Hablando de África, no puedo dejar de pensar en el documental ‘La pesadilla de Darwin’, una verdadera obra maestra del periodismo crítico y comprometido, en estos tiempos en grave peligro de extinción. En este documental del ya lejano 2004 está todo lo necesario para entender la globalización y el neoliberalismo. La Tanzania que vemos se sigue expandiendo por el planeta.

Aviones que llenan África de armas, azotada por el hambre y el sida y, para no regresar vacíos a Europa, llevan la carne de pescado más preciado del mundo gourmet, mientras los hijos de los pescadores se disputan con los buitres las espinas en descomposición.

Un vigilante de la planta del pescado, con su arco y flechas envenenadas, por sus dos dólares al mes, sueña con matar a algún hambriento para ganarse un premio que es el doble de su sueldo. El protagonista de la historia es un pez, la perca del Nilo, que fue introducida al Lago Victoria gracias al ingenio neoliberal para arrasar con los habitantes nativos de sus aguas y, evidentemente, con la vida de todo el pueblo que debe ser «reacomodado» a las necesidades del mercado global.

El infierno del paraíso africano debe ser el autorretrato más gráfico del sistema. Pero los medios se las ingenian para desviarnos la atención de lo que es evidente, mostrándonos pequeñas pesadillas a la medida de la indignación permitida por sus buenos modales europeos y hasta un poco de autocrítica para aliñar mejor nuestro conformismo.

Los hombres, mujeres y niños tutsi asesinados con la indiferencia del mundo no tienen la culpa de que esta terrible masacre fuera la única versión oficialmente permitida para películas y declaraciones que nos distrajeron de otras, no menos horrorosas, aunque simplemente más grandes. Así como los millones de judíos muertos en el Holocausto no son pocos, aunque los millones de soviéticos caídos fueran varias veces el doble.

Y si hay algo aún más horrible que esto, es la sombra negra del hombre blanco. Una civilización entera basada en el saqueo, el salvajismo y la hipocresía como sus principales pilares para subsistir y luego dar al mundo clases de moral y de humanismo.

Si África fue la cuna del hombre, ¿podría ser hoy ese vientre generoso negro, abusado, robado y calumniado, y parir un poco de humanismo? Siento que sin ella sería difícil llegar a convertirnos en lo que deberíamos ser.

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