Análisis sobre la muerte de Charlie Kirk en Estados Unidos.

Por Elvin Calcaño.

Estados Unidos se encuentra en una fase de guerra civil de baja intensidad. En 2022 escribí un artículo para la revista Jacobin donde exponía, a partir de la noción amigo y enemigo de Carl Schmitt, que en EE.UU. se estaban dando condiciones para la irrupción de la violencia interna. Lo cual, dije, podría derivar en un contexto de inevitable guerra civil. Todo indica que eso ya llegó a ese país. ¿Por qué decía aquello y ahora digo esto?

Con la elección de Obama en 2008, por primera vez en la historia, llegaba a la Casa Blanca un otro interno. Samuel Huntington, quien era un conservador tradicional, advertía en un libro publicado en 2005 que Estados Unidos iba a camino a una crisis existencial porque a final del siglo XXI dejaría de ser una nación mayoritariamente blanca. La llegada de Obama al poder, considerando el imaginario de la diversidad racial que giraba alrededor de su figura, activó todas las alarmas de lo que un Howard Zinn diría son los monstruos de la «deep America».

La presidencia de Obama significó, a efectos del argumento que quiero exponer, dos cosas fundamentalmente: movió al partido republicano de la derecha tradicional a la ultraderecha (de ahí el surgimiento del llamado Tea Party durante su mandato) y, vinculado a esto, el surgimiento de Trump como figura políticamente viable. Trump pasó de ser un bufón de la telerrealidad norteamericana a ser una figura presidenciable. Y una de las cosas que más lo posicionó presidencialmente fue la campaña que impulsó diciendo que Obama no había nacido en EE.UU. Y que, por tanto, ni era estadounidense ni en consecuencia podía ser presidente. Es decir, se convirtió en líder nacional afirmando que el primer presidente negro de la historia de su país no era realmente estadounidense. Más claro imposible.

Con Trump llegó a la Casa Blanca la impugnación, en clave del nuevo populismo de derecha, a ese Estados Unidos diverso y no mayoritariamente blanco que comenzó a emerger y normalizarse. Por eso el Make America Great Again, al estadounidense blanco promedio precarizado, le suena a un Make America White Again. Volver a un país donde los negros, ese otro interno constitutivamente inferior y violento según esa mentalidad, esté en su sitio. De ahí que el propio Kirik decía que los negros durante la esclavitud “al menos no cometían tantos delitos».

Así pues, desde 2008 la lucha política en Estados Unidos pasó de un encuadre de disputa entre adversarios a una lucha de vida o muerte entre enemigos existenciales. Los republicanos no reconocen legitimidad a los demócratas (a quienes en su típico estilo delirante llaman «radicales de izquierda») ni los demócratas encuentran legitimidad en un Trump que desde el inicio de su primer mandato trataron de destituir. En ese contexto, la comunidad política de Estados Unidos está quebrada. Para que una comunidad política funcione, la disputa entre sus actores políticos debe llevarse dentro de un marco de reconocimiento donde el enemigo siempre es algo externo. Y, como explicó Schmitt, cuando el enemigo está adentro lo que viene es la guerra civil. Pues contra el enemigo no se disputa institucionalmente, sino que se le combate existencialmente.

La actual violencia política en Estados Unidos debemos entenderla a partir de este encuadre. Un país con una historia muy violenta (los asesinatos políticos son algo normal en el proceso histórico de estadounidense) y especialmente racista (en el que hasta hace muy poco entre personas negras y blancas no podían casarse legalmente en muchos estados). Y en el que la tenencia de todo tipo de armas es algo común que se vincula a la libertad. Con lo cual, hay cientos de millones de armas en manos de ciudadanos hoy día asustados por los cambios que ven y mentalmente inestables debido a la desinformación y consumo de estupefacientes. Y ahora con un presidente irresponsable que abiertamente agita el odio ideológico para acusar (sin ninguna prueba) a sectores políticos de una violencia que siempre ha existido en su país. Muy peligroso.

P.D. El asesinato de Kirk, como todo crimen violento políticamente motivado, es un signo de barbarie que debe condenarse totalmente. El problema es que él mismo y los sectores donde influía tanto solo condenan los crímenes que afectan a aquellas figuras que piensan como ellos o se parecen físicamente a ellos. Por lo cual es todo muy asimétrico en estos casos.

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