Bajo el signo de los prejuicios
César Pérez
Estamos en serios problemas, casi sin oposición, las ideas conservadoras y hasta reaccionarias campean en importantes áreas de las ciencias sociales y humanidades de nuestra universidad estatal.
Desde siempre, los prejuicios han sido compañeros de viaje del ser humano, han estado al centro de grandes debates filosóficos, históricos, religiosos, etc.; han sido fuente de grandes guerras, matanzas, persecuciones y discriminaciones de toda suerte. Hoy, las manifestaciones de este flagelo constituyen signos inequívocos de que el mundo ha tomado una deriva cuyo incierto desenlace inquieta las mentes más responsables, lúcidas y racionales. Ello así, porque desde la instauración y generalización de la democracia como método para la construcción de un orden político, las amenazas de quienes con ferocidad combaten los elementos esenciales de ese método nunca habían llegado tan lejos. Un peligro que, como país, nos asecha.
La semana pasada, en dos ministerios claves se puso de manifiesto la presencia/exacerbación de algunos de los mitos en que cabalga el conservadurismo político y social que recorre el mundo. Me refiero al tema del taller sobre la construcción social del género en el Ministerio de Salud y a la insólita “recomendación” que se le hiciese a un profesional que sometió a la consideración del de Educación un material didáctico sobre el significado de la expedición del 14 de junio de 1959. El primer caso, el conocido escrito/guía “mujer y hombre no nacen”, puesto en una pizarra por una profesora para explicar que el comportamiento social de ambos sexos es una construcción social, produjo escozor en sectores ultraconservadores.
Esa expresión no niega la existencia de diferencias naturales entre ambos, alude el hecho de que sus respectivos roles y comportamiento en el plano social son esencialmente aprendidos, variando según la sociedad de que se trate y que algunos roles asignados a la mujer tienden a estar justificados con prejuicios que conducen a su discriminación. Toda discriminación es negación de derecho o imposición de una condición, generalmente sustentada en un prejuicio con el que se trata de inferiorizar a una persona o colectivo para reducirla a la condición de objeto y por tanto de propiedad, siendo este uno de los delirios que conducen al feminicidio. Esa perspectiva de análisis es compartida por prestigiosas figuras de la academia, la ciencia, la intelectualidad y organismos internacionales de los que somos signatarios.
Pero para la paranoia conspiranóica, decir que los roles de hombre/mujer son construcciones sociales significa una intención de feminizar a los hombres y masculinizar a las mujeres. Un dislate que provocó la alharaca montada por las voces del conservadurismo cerril que condujo al ministro de Salud a disponer la suspensión del “programa reciente del Departamento de Equidad de Género en los centros educativos”, invocando una dudosa “defensa a los valores de la familia”. Vaya usted a saber, en este caso se pretende salvaguardar la familia negando el derecho a la enseñanza de la igualdad y equidad de género consignado en la Constitución y en la ley Estrategia Nacional de Desarrollo.
Otra disposición ministerial basada en el prejuicio fue la respuesta al proponente de una material con fines didáctico sobre el significado del 14 de Junio de 1959, al cual se le participaba lo siguiente: “se propone integrar al autor sus propuestas investigaciones de las acciones positivas que, en ese período de la historia dominicana (la tiranía de Trujillo), pudieran haber contribuido a preservar el patrimonio económico dominicano y otras iniciativas que formaron el desarrollo estatal en términos económicos, de infraestructura y educativo…”. Es ésta una curiosa exigencia de objetividad basada en la subjetividad del prejuicio. En esencia, lo que se le sugiere al autor es que asuma como positivo algo que muchos discuten y rechazan: la legitimidad de la forma y contenido de la riqueza colectivamente creada durante el trujillismo.
El grueso de esa riqueza le sirvió al sátrapa para afianzar su dictadura y lo hizo mediante el despojo a sangre y fuego de propiedades particulares (mi familia fue víctima de esos despojos) e integrándola a su peculado. El referido autor no está obligado a asumir como positivo esa forma de acumulación originaria de capital que arbitrariamente se le exige. Además, tendría que entrar en una serie de matizaciones imposible de lograr en un material didáctico como el propuesto. En el contexto del conspiracionismo reinante, los prejuicios son cada vez más colectivos y su peligrosidad conduce a la violencia por el “modo distorsionado en que un grupo social juzga al otro, generando incomprensión”, advierte Bobbio.
Es la situación a la que como sociedad estamos llegando. Los nuevos paleros que, como al final de la dictadura trujillista, hacen acciones de violencia contra manifestantes, medios informativos y contra singulares personas percibidos como enemigos constituye un ejemplo. Cuando se le preguntó a Norberto Bobbio cómo detener los efectos dañinos de los prejuicios, respondió que estos nacen de la mente de los seres humanos, que es en la esfera de la educación y en el contexto de una sociedad libre donde hay que enfrentarlos. Si es así, estamos en serios problemas, casi sin oposición, las ideas conservadoras y hasta reaccionarias campean en importantes áreas de las ciencias sociales y humanidades de nuestra universidad estatal.
Y, sin embargo, en otros países figuras importantes del mundo del conocimiento levantan sus voces contra los prejuicios y la intolerancia a través de documentos y declaraciones en los medios. Esperemos que también aquí asumamos ese sentido de responsabilidad ciudadana.