Cambios en el capitalismo global: un análisis coyuntural (1)
Sandro Mezzadra y Brett Neilson.
…el mundo multipolar no se organiza exclusivamente en torno a lógicas territoriales. En diversos grados en diferentes casos, lo que hemos definido como procesos globales atraviesan los territorios definidos en términos soberanos y descentralizan el proceso de formación de polos, haciendo que el multipolarismo sea “centrífugo”…
1.
Para nosotros, una vez más, el problema es el capitalismo. La “destrucción creativa” caracteriza e impulsa su desarrollo, dijo Schumpeter. Pero Marx ya había inscrito el capitalismo, en los Grundrisse, bajo el signo de la “revolución permanente”.
En la crisis de principios de los años setenta del siglo pasado, esta revolución tomó un nuevo ritmo, incluyendo financiarización, “revolución logística”, nuevas geografías productivas, transformación del Estado y modelos sociales consolidados en muchas partes del mundo. Lo que, tras el fin de la Unión Soviética, se llamaría globalización comenzó a tomar forma.
El pensamiento crítico y revolucionario ha intentado captar estas transformaciones y fijarlas en un concepto, centrándose a menudo en lo que el capitalismo ya no es (“postfordismo”, por ejemplo), pero también intentando ofrecer nuevas definiciones, “capitalismo cognitivo” o, más recientemente, “capitalismo de plataforma”, por poner sólo dos ejemplos. Aquí no pretendemos discutir los méritos y límites de éstas y otras formalizaciones teóricas, que al menos en los casos más interesantes todavía tienen el mérito de llamar la atención sobre nuevas composiciones de obra emergentes, sobre una nueva figura del antagonismo constitutivo de la relación de capitales.
Sólo que registramos un retraso, como si hubiera una brecha con respecto a la velocidad y al carácter en ciertos aspectos proteico del capitalismo contemporáneo, cuyas transformaciones desplazan continuamente los modelos, la “exposición” que podríamos decir nuevamente con Marx, obligándonos a reabrir la “investigación” [2].
Para abordar este “retraso” optamos por situar nuestro trabajo en la coyuntura, conscientes de que, como escribió Louis Althusser, tomar en serio este concepto implica un riesgo, considerando la mutabilidad que caracteriza a la coyuntura, y al mismo tiempo requiere tener en cuenta “todas las determinaciones, todas las circunstancias concretas existentes, revisándolas, informándolas y comparándolas” [3].
Las circunstancias que definen la coyuntura en la que se trata de pensar el capitalismo hoy se resumen rápidamente: por un lado, la pandemia de covid-19, por otro, la guerra en Ucrania. Se trata de dos circunstancias que ponen directamente en duda la dimensión global y, por tanto, la posibilidad de seguir hablando de un “capitalismo global”. La pandemia fue una experiencia sin precedentes, además, precisamente por la velocidad casi instantánea con la que se extendió, ciertamente de manera desigual, por todo el mundo.
Se trata, como destacó, por ejemplo, Étienne Balibar, de una confirmación “sensible”, aunque en nombre de la enfermedad y de la desigualdad radical, de la unidad de la “especie humana” [4]. En la vulnerabilidad de este último se reflejaba la vulnerabilidad del planeta, en la época del Antropoceno y el Capitaloceno. Por otra parte, en sus efectos, la pandemia fue ante todo una crisis de movilidad, que las poblaciones sedentarias y nómadas experimentaron (una vez más de manera completamente diferente).
La crisis de movilidad afectó luego al mundo de las mercancías, con el bloqueo o la ralentización de las “cadenas de suministro”. Una experiencia global como pocas pareció, pues, golpear el corazón de la “globalización”, y términos como reshoring y nearshoring se han difundido ampliamente para indicar la necesidad de una reorganización de la geografía de la producción, así como de los circuitos de circulación y reproducción [5].
La invasión rusa de Ucrania quedó “enganchada” desde este punto de vista a la pandemia, añadiendo el término friendshoring (a menudo asociado al choque entre democracia y autocracia) a aquellos que acaban de recordarse y abriendo nuevas grietas en el sistema global de cadenas de suministro. Se han desestabilizado sectores estratégicos, como el energético y el alimentario.
Las sanciones occidentales a Rusia han contribuido aún más a fragmentar el espacio global, con efectos que no siempre son controlables por los países sancionadores, como se desprende, por ejemplo, de la apertura de nuevos corredores logísticos para eludirlos, pero también ‒según el análisis de Daniel MacDowell– por la paradójica contribución que han ofrecido a los procesos en curso de “desdolarización” [6].
En términos más generales, en cualquier caso, la evidente responsabilidad rusa en la guerra de Ucrania no puede impedir no solo la búsqueda de otras responsabilidades sino, sobre todo, un análisis riguroso de las cuestiones en juego en el conflicto actual. Se trata de cuestiones necesariamente globales, como lo demuestra no solo la implicación directa de los Estados Unidos, sino también el objetivo prioritario que estos últimos se han fijado: la “contención” de China en un escenario que a menudo se describe en términos de “Nueva guerra fría”. Volveremos sobre este punto más adelante.
Aquí conviene avanzar directamente en nuestra tesis. Si bien la lectura predominante sobre la pandemia y la guerra en Ucrania insiste, por decirlo brevemente, en el “fin de la globalización”, nos parece que lo que está en juego hoy es más bien un choque por el control de los espacios y procesos globales. Y la guerra está en el centro de este choque: es una circunstancia que también hay que registrar desde un punto de vista teórico.
2.
El fin de la globalización ha sido proclamado muchas veces en este siglo: después del 11 de septiembre, después de la invasión de Irak en 2003, después de la gran crisis financiera de 2007/8. Son momentos clave de la historia reciente, en los que se han producido cambios cuya profundidad estamos lejos de negar.
Sin embargo, nos preguntamos cómo se define la “globalización” cuyo fin se declara periódicamente. Y nuestra impresión es que ese concepto sigue entendiéndose en gran medida según las coordenadas establecidas en los debates de los años 1990, cuando correspondía ‒durante la presidencia de Clinton‒ a un proyecto específico de globalización capitalista liderado por Estados Unidos.
La globalización parecía identificarse con un conjunto de procesos lineales, impulsados por el poder de los “flujos” que prevalecían sobre los “lugares”, regidos por instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La hegemonía estadounidense se suponía indiscutible y podía darse el lujo de organizarse en el marco del multilateralismo y liderar acciones de “policía internacional” para la defensa y promoción de los “derechos humanos”. Sobre todo, el elemento clave de la globalización se consideraba el comercio, el grado de apertura de las economías de cada país (hasta el punto de que las negociaciones para el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio se consideraban fundamentales en Occidente, salvo reflexiones posteriores). Nos parece que este concepto de globalización no es especialmente útil hoy en día y que, sobre todo, hay que superar la atención al grado de apertura al comercio internacional como criterio privilegiado para “medir” su profundidad.
Evidentemente, ya en la década de 1990 no faltaron análisis que resaltaron el carácter multidimensional de la globalización. Por ejemplo, a este respecto podemos recordar los trabajos de Ulrich Beck y muchas contribuciones al estudio de los procesos de globalización “cultural” [7]. En general, sin embargo, se trataba de establecer la importancia de dimensiones y dinámicas cuya relativa autonomía estaba subrayada, que parecía oscurecida por el énfasis unilateral en la economía (y por la difusión de lo que Beck llamó precisamente “globalismo”).
Nuestro punto de vista es diferente: creemos que la centralidad analítica y conceptual del comercio en la definición de globalización no nos permite captar (y de hecho oscurece) aspectos económicos fundamentales de los procesos globales y, por tanto, de la continua redefinición del capitalismo. De hecho, hemos atribuido cierta importancia al concepto de “procesos globales” desde nuestros primeros trabajos y, en particular, desde nuestro estudio de la relación entre las fronteras territoriales y las “fronteras del capital” [8].
Al contrario de la globalización, que en sí misma indica un sistema en el que los diferentes elementos están integrados, los procesos globales que favorecemos en nuestra investigación no necesariamente se combinan y pueden producir múltiples fricciones entre ellos y con heterogéneos actores políticos, regulatorios y sociales. Lugares donde, como nos gusta decir, “tocan el suelo” [9]. Grandes infraestructuras que cruzan fronteras, sistemas de distribución de energía, digitalización, “plataformatización”, logística, finanzas, investigación y desarrollo de inteligencia artificial son algunos ejemplos de procesos globales en los que nos centramos, estudiando sus coordenadas espaciales y sus efectos tanto económicos como políticos.
Como lo demuestra en particular (pero no solo) el caso de la inteligencia artificial y las nuevas fronteras tecnológicas; estos, ciertamente, no son procesos libres de restricciones y verdaderas guerras comerciales. El hecho es que definen el estándar en torno al cual el capitalismo se reorganiza a escala global, con diferencias y homogeneidades que unen y dividen simultáneamente a países como Estados Unidos y China.
Un punto de partida importante para nosotros es subrayar que los “polos” del mundo contemporáneo no están fijos ni establecidos de una vez por todas. La cuestión esencial consiste en el análisis de los procesos de formación de los polos. Hablamos de Estados, “grandes potencias”, imperios. Ciertamente no negamos la importancia de estos actores, y en particular de los “grandes Estados”, de los Estados que podemos definir como “imperiales”, como China y la India, los Estados Unidos y Rusia. Su capacidad de regulación económica (surgida, por ejemplo, de las recientes intervenciones chinas sobre las grandes empresas de alta tecnología) desempeña sin duda un papel en la formación de los centros, al igual que las presiones ejercidas por la “seguridad nacional”. Sin embargo, el mundo multipolar no se organiza exclusivamente en torno a lógicas territoriales.
Es desde este punto de vista que creemos que vale la pena seguir hablando de “capitalismo global”, aunque hay que innovar el concepto respecto a los usos más habituales. Capitalismo global no significa un capitalismo que produce y afirma su propia homogeneidad de funcionamiento independientemente de los lugares y las historias que encuentre. Tampoco indica simplemente un componente del capitalismo que se encuentra en todas partes con mayor o menor control sobre el conjunto o, para usar el lenguaje de Marx, una serie de “fracciones de capital” posicionadas de manera diferente con respecto al “capital total”.
El capitalismo global, tal como lo entendemos, denota más bien la fuerza de los procesos globales a los que nos hemos referido para impulsar la valorización y acumulación del capital, establecer sus condiciones y producir un conjunto de efectos que inciden en la misma dimensión política.
La “variación”, para recordar los trabajos de Jamie Peck y Nick Theodore, es un elemento constitutivo de las operaciones del capital a esta escala global, y produce un alto grado de heterogeneidad (en la composición del trabajo, ante todo) sin ser fija en formaciones capitalistas específicas, claramente distintas entre sí [10]. Nuestra propuesta es tomar esta definición de capitalismo global como un marco general para la discusión sobre la especificidad del capitalismo contemporáneo del que partimos, y al mismo tiempo como un criterio de “provincialización” de modelos y teorías, siempre para ser puestos a prueba en diferentes contextos.
3.
Hacerse cargo de la dimensión global del capitalismo contemporáneo requiere, en la turbulenta transición que estamos viviendo, una serie de especificaciones adicionales. Se sabe que la crítica marxista de la economía política toma el “mercado mundial” como criterio fundamental para la definición misma del capitalismo moderno [11]. Sin embargo, lejos de representar una invariante, el mercado mundial ‒como es obvio‒ cambia profundamente a lo largo de la historia.
Es desde esta perspectiva que la contribución de historiadores, sociólogos y economistas como Fernand Braudel, Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi nos parece de fundamental importancia. La “teoría del sistema mundial”, con la que habitualmente se los asocia, plantea rigurosamente lo que podemos llamar el problema de la organización política del mercado mundial. La perspectiva de Arrighi, en particular, califica este problema en términos de la relación constitutiva que el capitalismo establece con el “territorialismo”, o con un conjunto de poderes territoriales (Estados, imperios) que tienden a organizarse en torno a un “hegemón”, del cual depende la estabilidad general del sistema capitalista mundial en un período histórico determinado. El panorama resultante es bien conocido, es decir, la teoría de los “ciclos hegemónicos” que ve a la República de Génova en su alianza con la monarquía española, los Países Bajos, Gran Bretaña y finalmente los Estados Unidos [12].
Sin entrar en detalles sobre la manera en que Arrighi entiende la dinámica cíclica de las hegemonías, establezcamos un punto importante: en la historia, las “transiciones hegemónicas” que han marcado el desarrollo y las transformaciones del sistema mundial capitalista siempre han estado determinadas a través de una sucesión de guerras más o menos devastadoras (la hegemonía estadounidense, en particular, se estableció en el siglo XX sobre los escombros de dos guerras mundiales).
Nos parece que es un elemento a tener también en cuenta para entender lo que hemos definido anteriormente como lo que está en juego globalmente en la guerra de Ucrania. Desde esta perspectiva, conviene tomar muy en serio el diagnóstico, que el propio Arrighi comenzó a desarrollar en los años 1990, de una crisis de la hegemonía global estadounidense como elemento de fondo de las turbulencias que caracterizan la actual situación global [13]. Hablar de la crisis de la hegemonía global de Estados Unidos no significa esbozar escenarios de “declive”, ni negar el persistente poder económico y más aún el excesivo poder militar de Estados Unidos.
Más bien, significa asumir, como hacen muchos analistas cercanos al Departamento de Estado, que la capacidad de consolidar un frente occidental no corresponde a una influencia (una capacidad de hegemonía) fuera del perímetro de Occidente. Occidente unido, dividido del resto es el título de un informe publicado en febrero de 2023 por el “Consejo Europeo de Relaciones Exteriores” sobre la actitud de la opinión pública mundial sobre la guerra en Ucrania, un año después de la invasión rusa [14]. Es un elemento de mayor fragmentación del espacio global, también porque el “resto” del que estamos hablando aquí no es nada homogéneo.
Sin embargo, en esta percepción diferente podemos ver reflejados sintomáticamente una serie de cambios poderosos en la distribución de la riqueza y el poder a nivel global, que comenzaron hace mucho tiempo pero que fueron decididamente acelerados por la gran crisis financiera de 2007/8. Un conjunto de procesos de integración regional, el papel de los países “emergentes” (los BRICS y su Nuevo Banco de Desarrollo), la multiplicación de los acuerdos comerciales para denominar el comercio en monedas distintas al dólar (los, por ejemplo, recientemente celebrados por China con Bangladesh y Argentina) ciertamente no perfilan una alternativa orgánica al sistema occidental. Pero dibujan el perfil de un nuevo mundo emergente.
Para definir este nuevo mundo, Adam Tooze propuso la categoría de “multipolaridad centrífuga” [15].
Nos parece que esta categoría capta bien tanto los cambios profundos en la distribución del poder y la riqueza de los que hemos hablado, como el aspecto tumultuoso y potencialmente conflictivo de la transición en curso. En términos más generales, la multipolaridad también es un concepto analíticamente importante para nosotros. Lo utilizamos conscientes de su carácter controvertido, que depende, entre otras cosas, del uso que de él hagan el presidente ruso Putin y los intelectuales cercanos a su régimen, como Aleksandr Dugin [16].
Aquí, la multipolaridad es un arma utilizada para justificar una política expansionista y agresiva, mientras que los diferentes “polos” se interpretan como espacios que corresponden a “civilizaciones” específicas, cuyos rasgos se definen en términos francamente reaccionarios (por ejemplo, Samuel Huntington trabaja sobre el “choque de civilizaciones”).
Si bien nuestra distancia de estos usos es evidente, la forma en que entendemos la multipolaridad también difiere de las variaciones del lenguaje de “polaridad” que caracterizan disciplinas como las relaciones internacionales y la geopolítica [17]. Aquí ‒en el análisis comparativo de la estabilidad o propensión al conflicto de sistemas “unipolares”, “bipolares” o “multipolares”‒ el supuesto que nunca se cuestiona es que los actores exclusivos de la política internacional son los Estados, los “ grandes potencias”, los imperios.
En nuestra perspectiva, es necesario distanciarnos radicalmente de este supuesto para llegar a un concepto de multipolaridad que nos permita captar el conjunto de movimientos y desafíos que enfrentamos en el intento de calificar el significado de la dimensión global del capitalismo contemporáneo.
4.
Un punto de partida importante para nosotros es subrayar que los “polos” del mundo contemporáneo no están fijos ni establecidos de una vez por todas. La cuestión esencial consiste en el análisis de los procesos de formación de los polos.
Hablamos de Estados, “grandes potencias”, imperios. Ciertamente no negamos la importancia de estos actores, y en particular de los “grandes Estados”, de los Estados que podemos definir como “imperiales”, como China y la India, los Estados Unidos y Rusia. Su capacidad de regulación económica (surgida, por ejemplo, de las recientes intervenciones chinas sobre las grandes empresas de alta tecnología) desempeña sin duda un papel en la formación de los centros, al igual que las presiones ejercidas por la “seguridad nacional”.
Sin embargo, el mundo multipolar no se organiza exclusivamente en torno a lógicas territoriales. En diversos grados en diferentes casos, lo que hemos definido como procesos globales atraviesan los territorios definidos en términos soberanos y descentralizan el proceso de formación de polos, haciendo que el multipolarismo sea “centrífugo”, también en un sentido diferente al pretendido por Tooze.
Los actores capitalistas juegan aquí un papel fundamental, en una perspectiva en la que la lógica de la valorización del capital se combina con una racionalidad directamente política en la producción de espacios y en el gobierno de las poblaciones. La relación entre el capital y el Estado se modifica profundamente, en formas diferentes, pero igualmente intensas en diferentes regiones del mundo.
Tanto la “Iniciativa de la Franja y la Ruta” china (la “nueva ruta de la seda”) como las políticas de comando financiero estadounidense en materia de cooperación para el desarrollo representan un terreno privilegiado para probar esta hipótesis [18]. Si, por tanto, los actores capitalistas específicos, con los “espacios operativos” que construyen, representan una segunda “capa” esencial del proceso de formación de los polos, en nuestra opinión es necesario añadir una tercera: es decir, la formas que toman ‒dentro y contra ese proceso‒ las luchas y dinámicas sociales, que ayudan a promover, frenar o desviar todo el proceso.
Se trata de un primer esquema analítico, el que acabamos de presentar. Nuestra esperanza es que contribuya a resaltar la complejidad de la formación y constitución misma de los centros. Debemos añadir en este punto que precisamente por esta complejidad, si bien tomamos en serio el diagnóstico de Arrighi sobre la crisis de hegemonía global estadounidense, dudamos ante la idea de que lo que está en marcha es una clásica transición “hegemónica”, destinada a terminar con el surgimiento de un nuevo “hegemón”, a saber, China.
La relación del capitalismo con el “territorialismo” siempre ha sido compleja: ciertamente no en el sentido de que no haya construido y no continúe construyendo sus relaciones peculiares y esenciales con el “territorio”, sino porque estas relaciones siguen una lógica diferente de la moderna de soberanía y fronteras cerradas que definen el concepto de territorialismo.
Sin embargo, nos parece que hoy esta diversidad se ha intensificado hasta un punto de ruptura, haciendo particularmente difícil (aunque no imposible) recomponer la lógica de la hegemonía. Esto es lo que reconoce, por ejemplo, el general chino Qiao Liang, autor junto a Wang Xiangsui a finales de los años 1990 de un libro ya clásico, Guerra sin límites.
En palabras sencillas, Qiao Liang subraya que “el aplanamiento y la descentralización” vinculados a los procesos de digitalización determinan una brecha tan profunda respecto al pasado que, “tanto desde un punto de vista subjetivo como objetivo, China no puede convertirse en la nueva potencia hegemónica después de los Estados Unidos” [19].
Evidentemente no se trata de tomar estas palabras como representativas de una supuesta “posición china”. Sin embargo, expresan una conciencia de la profundidad de la transformación en curso en la relación entre capitalismo y “territorialismo” de la que no es difícil encontrar abundantes huellas en el debate estadounidense, por ejemplo, en las posiciones del autorizado geógrafo político John Agnew, quien recientemente expresó su escepticismo ante la perspectiva de una transición hegemónica clásica y subrayó más bien la contribución potencial de China a la “pluralización” del sistema mundial [20].
Estos escenarios, sin embargo, siempre pueden ser forzados en un sentido que, en un escenario mundial marcado por la guerra, sólo podemos llamar imperialista . Tomemos la fórmula, recordada al principio de este artículo, de la “Nueva Guerra Fría”. Por muchas razones, por ejemplo, el grado persistente de integración económica pero también el desequilibrio en las relaciones de poder militar, es evidente que no corresponde al estado de las relaciones entre Estados Unidos (u Occidente) y China. Sin embargo, puede representar un arma tanto en Washington como en Beijing, hasta el punto de convertirse en una profecía autocumplida.
Siguiendo con el uso de los términos de Arrighi, el imperialismo actual ciertamente no puede leerse simplemente como una enfermedad senil del territorialismo. Más bien, vive de la alianza entre poderes (o aparatos) territoriales y actores capitalistas específicos, que ven en la guerra una extraordinaria oportunidad de obtener ganancias incluso en detrimento de otros actores capitalistas. Luchar contra estas tendencias, detener la guerra es una tarea esencial para nosotros hoy, que requiere nada menos que la invención de un nuevo internacionalismo. Pero sobre esto en otro momento.
*Sandro Mezzadra es Doctor en Historia de las Ideas Políticas de la Universidad de Turín y profesor de Teoría Política Contemporánea y de Estudios Poscoloniales en la Universidad de Bolonia. Codirige la Revista DeriveApprodi
**Brett Neilson es profesor de Teoría Social y Cultural en la Western Sidney University (Australia)
Referencias bibliográficas
[1] En este artículo presentamos algunos temas desarrollados de manera más sistemática en nuestro nuevo libro, The Rest and the West. Capital y poder en un mundo multipolar, de próxima publicación en Verso (Londres – Nueva York).
[2] Se hace referencia a un pasaje contenido en la posdata de la segunda edición del primer libro de El Capital (1873): ciertamente, escribe Marx, “el modo de exponer (Darstellungsweise) un argumento debe distinguirse formalmente del modo de llevar a cabo la investigación (Forschungsweise). La investigación debe apropiarse detalladamente del material, debe analizar sus diferentes formas de desarrollo y debe rastrear toda su cadena. Sólo después de que se haya realizado este trabajo se podrá exponer de manera conveniente el movimiento real” (K. Marx, El capital. Crítica de la economía política, Libro primero, El proceso de producción del capital, Turín, Einaudi, 1975, p. 18).
[3] L. Althusser, Maquiavelo y nosotros, Roma, Manifestolibri, 1999, p. 36.
[4] É. Balibar, un mundo, una salud, una especie. Pandémie et cosmopolitique, en íd., Cosmopolitique. Des frontières à l’espèce humaine, Ecrits III, París La Découverte, 2022, pp. 323-362.
[5] Véase S. Mezzadra y B. Neilson, The Capitalist Virus, en “Politics”, publicado en línea el 11 de julio de 2022.
[6] Véase D. McDowell, Bucking the Buck: US Financial Sanctions and the International Backlash Against the Dollar , Nueva York, Oxford University Press, 2023.
[7] Véase, por ejemplo, U. Beck, ¿Qué es la globalización? Riesgos y perspectivas de la sociedad planetaria, Roma, Carocci, 1999; A. Appadurai, Modernidad en polvo. Dimensiones culturales de la globalización, Roma, Meltemi, 2001.
[8] Véase S. Mezzadra y B. Neilson, Confini e frontiere. La multiplicación del trabajo en el mundo global, Bolonia, il Mulino, 2014.
[9] Véase S. Mezzadra y B. Neilson, Operaciones de capital. Capitalismo contemporáneo entre explotación y extracción, Roma, Manifestolibri, 2020.
[10] Véase J. Peck y N. Theodore, Variegated Capitalism , en “Progress in Human Geography”, 31 (2007), 6: 731-772.
[11] Véase S. Mezzadra, Hacia el mercado mundial. Karl Marx y la base teórica del internacionalismo, en P. Capuzzo y A. Garland Mahler (eds.), The Komintern and the Global South. Diseños globales/Encuentros locales, Londres – Nueva York, Routledge, 2023, pp. 47-67.
[12] Véase G. Arrighi, Adam Smith en Beijing , Milán, Mimesis, 2021.
[13] Véase G. Arrighi, El largo siglo XX. Dinero, poder y los orígenes de nuestro tiempo, Milán, il Saggiatore, 1996.
[14] Véase T. Garton Ash, I. Krastev y M. Leonard, United West, Divided from the Rest: Global Public Opinion One Year Into Russia’s War on Ukraine, Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, Policy Brief, febrero de 2023.
[15] A. Tooze, Cierre: Cómo Covid sacudió la economía mundial, Nueva York, Viking, 2021, 294.
[16] Véase en particular A. Dugin, The Theory of a Multipolar World, Londres, Aktos, 2020.
[17] Véase N. Graeger et al. (eds.), Polaridad en las relaciones internacionales. Pasado, presente y futuro, Cham, Palgrave Macmillan, 2022.
[18] Véase, por ejemplo, respectivamente, Ching Kwan Lee, The Specter of Global China , Chicago, IL, University of Chicago Press, 2017 y D. Gabor, The Wall Street Consensus , en “Development and Change”, 52 (2021), 3 , pp. 429-459.
[19] Qiao Liang, El arco del imperio, Gorizia, Leg, 2021, p. 230.
[20] J. Agnew, Geopolítica oculta. Gobernanza en un mundo globalizado, Londres, Rowman y Littlefield, 2023, pp. 89-90.
1 Publicado en Euronomade, corresponde al texto “Alternativas para el socialismo”, julio-agosto-septiembre de 2023. N.° 69, dedicado a Las consecuencias de la guerra.
Fuente: IZQUIERDA