Cómo el establishment está domesticando el populismo
Thomas Fazi.
Foto: El candidato rumano George Simion, líder de la formación Alianza para la Unión de los Rumanos (AUR) ganador de las elecciones en primera vuelta con el 42%
Los acontecimientos de Rumanía ilustran, pues, la evolución de la estrategia del establishment para neutralizar la amenaza populista: un doble enfoque de represión y cooptación.
La victoria del candidato de derecha George Simion en la primera vuelta de las elecciones presidenciales repetidas en Rumanía ha sido celebrada por algunos sectores de la derecha como una victoria populista.
Según esta interpretación, las fuerzas alineadas con la UE y la OTAN que dieron al traste con las anteriores elecciones celebradas en noviembre no han logrado frenar la creciente reacción contra el establishment. Sin embargo, un análisis más profundo sugiere un panorama más complejo y preocupante.
El ascenso de Simion se produce tras una serie de acontecimientos que han socavado la credibilidad democrática de Rumanía. El pasado mes de noviembre, el candidato independiente euroescéptico Călin Georgescu ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en un resultado sorprendente. Sin embargo, antes de que pudiera celebrarse la segunda vuelta, el Tribunal Constitucional de Rumanía anulóel resultado, alegando una supuesta injerencia rusa que no ha sido demostrada.
En marzo, en una medida aún más extraordinaria, la comisión electoral descalificó a Georgescu para presentarse a las elecciones. Aunque un tribunal de apelación inferior revocó temporalmente la decisión, el Tribunal Superior de Casación y Justicia la confirmó finalmente. En ese momento, el destino político de Georgescu quedó sellado.
Estos acontecimientos sugieren que las élites ya no se limitan a influir en los resultados electorales mediante la manipulación de los medios de comunicación, la censura y la presión económica.
Ahora están dispuestas a abandonar incluso la apariencia de un procedimiento democrático, prohibiendo a los candidatos potenciales o incluso descartando abiertamente los resultados electorales cuando no producen el resultado “correcto”.
La posible inhabilitación de Marine Le Pen para futuras elecciones en Francia y la designación del partido alemán AfD como “organización extremista” por parte de los servicios de seguridad del país pueden considerarse nuevos ejemplos de esta nueva contraofensiva.
Pero los acontecimientos en Rumanía también apuntan a otra táctica que se está utilizando en la guerra contra la amenaza populista. Simion es el líder de la Alianza para la Unidad de los Rumanos (AUR), un partido nacionalista que anteriormente había respaldado a Georgescu y se había comprometido a no presentarse contra él.
Simion lanzó su campaña después de que Georgescu fuera excluido, presentándose como un defensor de la democracia y la soberanía nacional e incluso sugiriendo que nombraría a Georgescu primer ministro si se le daba la oportunidad. Pero la conclusión de que la probable victoria de Simion en la segunda vuelta será una derrota para el establishment puede ser prematura.
A diferencia de Georgescu, a Simion se le permitió presentarse. ¿Por qué? La respuesta puede estar en el tipo de populismo que representa. Por un lado, Simion mantiene posiciones mucho más radicales que Georgescu en cuestiones culturales y de identidad.
Simion representa un nuevo tipo de actor político cada vez más común.
Es conocido por su retórica incendiaria contra Hungría y por defender políticas que podrían poner en peligro los derechos de la minoría étnica húngara de Rumanía, incluida la abolición de las escuelas de lengua húngara y el uso del húngaro en las instituciones públicas.
También ha hecho declaraciones irredentistas sobre el restablecimiento de las fronteras de Rumanía de 1940, que incluirían territorios que ahora pertenecen a Moldavia y Ucrania.
En otras palabras, Simion es un auténtico etnonacionalista cuyas posiciones justifican sin duda la etiqueta de “extrema derecha”, a diferencia de Georgescu, cuya campaña se centró principalmente en la política económica y la orientación geopolítica de Rumanía.
Por otra parte, Simion está mucho más alineado con los intereses del establishment en cuestiones cruciales como la OTAN, la integración europea y la guerra en Ucrania. Aunque es crítico con la Unión Europea, su retórica se mantiene dentro de los límites del euroescepticismo conservador convencional, centrándose en la reforma más que en la retirada.
Ha expresado su desacuerdo con algunos aspectos de la gestión de la guerra de Ucrania, pero sigue apoyando abiertamente a la OTAN y a Estados Unidos, y ha condenado repetidamente a Rusia.
Su partido, AUR, forma parte del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) en el Parlamento Europeo, conocido por su postura atlantista y su apoyo incondicional a Ucrania.
En este sentido, Simion representa un tipo de actor político nuevo y cada vez más común: el falso populista que combina un nacionalismo cultural estridente con la lealtad al statu quo económico y geopolítico.
Esta doble identidad le hace aceptable para el establishment, a pesar de la etiqueta de “extrema derecha” que se le suele atribuir. La verdadera línea roja, al parecer, no es la retórica cultural, sino la oposición a las políticas económicas globalistas y a las alianzas militares como la OTAN.
El éxito de esta estrategia revela las limitaciones conceptuales de la derecha.
Los acontecimientos de Rumanía ilustran, pues, la evolución de la estrategia del establishment para neutralizar la amenaza populista: un doble enfoque de represión y cooptación.
Los candidatos como Georgescu, que combinan el nacionalismo económico con posiciones de política exterior en desacuerdo con Washington y Bruselas, se enfrentan a la represión institucional. Mientras tanto, figuras como Simion, que imitan el estilo populista, pero defienden pilares sistémicos clave, son promovidas o al menos toleradas.
Esta táctica no es exclusiva de Rumanía. En toda Europa, hemos visto desarrollos similares. Estos movimientos se enmarcan como defensas de la democracia, pero están claramente dirigidos a eliminar -o domesticar- a los desafiantes que se desvían del consenso.
La paradoja es que los falsos populistas a menudo abrazan puntos de vista culturales más radicales que sus homólogos más genuinamente antiestablishment, como es el caso de Simion y Georgescu. Esta inversión no es casual. El establishment está dispuesto a dar cabida al radicalismo cultural siempre que no desafíe el statu quo económico y geopolítico.
Este patrón se hace eco de un precedente histórico. A principios del siglo XX, las élites liberales de toda Europa hicieron alianzas tácticas con movimientos autoritarios e incluso fascistas para contener la amenaza del socialismo.
Los líderes empresariales y los políticos centristas a menudo veían a los fascistas como herramientas útiles para reprimir el malestar laboral y el sentimiento revolucionario. Las élites británicas de la década de 1930 no apaciguaron a Hitler en un intento equivocado de evitar otro conflicto mundial con Alemania, sino porque en muchos aspectos consideraban a los nazis como aliados occidentales contra un enemigo común: la Unión Soviética.
En este sentido, el fascismo no era la antítesis del liberalismo, sino una consecuencia distorsionada de éste: una medida extrema para defender el orden oligárquico contra las amenazas sistémicas.
Hoy, la amenaza ya no es el socialismo revolucionario sino el populismo antiglobalista y antiimperialista. El campo de batalla ya no es la lucha de clases, sino la soberanía, la política exterior y la legitimidad de las instituciones supranacionales.
A diferencia del fascismo histórico, los nacionalistas culturales actuales apoyados por el establishment no abogan por la movilización de masas ni por la economía corporativista.
En su lugar, promueven guerras culturales al tiempo que dejan intactas las estructuras económicas neoliberales que definen la Unión Europea. Esto le viene muy bien a Bruselas. Trasladar el conflicto político al terreno de la identidad y la moralidad ofrece un medio de preservar el statu quo.
Este cambio ya es visible en la evolución de los partidos de derechas europeos. Grupos como la Lega italiana y la Agrupación Nacional francesa han abandonado gradualmente sus críticas, antaño radicales, a la integración europea y al euro (aunque la exclusión de Le Pen sugiere que la vieja guardia del partido podría seguir considerándose demasiado arriesgada).
Su retórica se centra ahora menos en la soberanía monetaria o la reforma económica y más en cuestiones como la inmigración, la cultura nacional y la defensa de los valores tradicionales. La Unión Europea ha desempeñado un papel clave en la orquestación de esta transición. Al excluir toda alternativa económica a la gobernanza neoliberal, Bruselas se asegura de que la disidencia permanezca confinada al ámbito cultural.
La derecha populista se ha adaptado en consecuencia, cambiando las demandas de cambio estructural por quejas sobre el “wokismo” y el declive cultural.
En Estados Unidos se está produciendo un desarrollo paralelo.
Allí, las élites corporativas y oligárquicas cooptaron primero el activismo de izquierdas a través de las políticas de “wokeness” y diversidad. Ahora, están haciendo lo mismo con la derecha abrazando narrativas anti-woke y marcas nacionalistas.
Empezando por la adquisición de Twitter en 2022 por parte de Elon Musk, la oligarquía se ha rebautizado a sí misma como víctima del wokeísmo de los mandos intermedios, absorbiendo a la oposición para mantener el control.
El éxito de esta estrategia revela las limitaciones conceptuales de la derecha. Muchos conservadores ven la lucha contra el establishment principalmente en términos culturales, más que como una batalla sobre el poder de clase o la desigualdad estructural.
Esto les hace especialmente vulnerables a la cooptación por fuerzas de élite que ofrecen victorias simbólicas mientras dejan intacto el sistema subyacente.
Queda por ver cómo responderá Simion, si es elegido, al descontento popular que le impulsó a la prominencia. Aunque los acontecimientos imprevistos podrían empujarle a adoptar políticas más genuinamente populistas, es mucho más probable que sirva como ejemplo de libro de texto de disidencia gestionada.
En última instancia, la reciente historia electoral de Rumanía ilustra el planteamiento a dos niveles del establishment: suprimir a los que plantean un desafío real y encumbrar a los que sólo lo fingen.
De este modo, preserva su dominio del poder al tiempo que se adapta a un electorado cada vez más inquieto. La cuestión es si los votantes seguirán cayendo en la ilusión -o empezarán a ver a través de ella.
Traducción nuestra (Observatorio de Trabajador@s en Lucha)
*Thomas Fazi es escritor y traductor anglo-italiano. Principalmente ha escrito sobre economía, teoría política y asuntos europeos. Ha publicado los libros La batalla por Europa: cómo una élite secuestró un continente y cómo podemos recuperarlo (Pluto Press, 2014) y Reclamando el Estado: una visión progresiva de la soberanía para un mundo posneoliberal (co -escrito con Bill Mitchell; Pluto Press, 2017). Su sitio web es thomasfazi.net.
Fuente original: Compact

