Cristóbal Colón y la gran hazaña que globalizó el mundo.

Farid Kury.

Cristóbal Colón es sin duda el gran descubridor. Cuando se habla del descubrimiento de América se identifica a Colón. Antes que él hubo muchos y buenos navegantes. Hubo también evidentes mejoras técnicas de navegación que crearon las condiciones para el éxito del genovés. Eso es innegable. Para algunos, incluso, no fue el primer explorador europeo de América. Aún así, se le considera el descubridor de ese gran continente, llamado el Nuevo Mundo, por ser el primero que trazó una ruta de ida y vuelta a través del océano Atlántico y dio a conocer la noticia. Cristóbal Colón fue el hombre que perseveró, que batalló, que siempre mantuvo la fe en su proyecto de llegar a La India navegando hacia el oeste. Colón es el hombre que nunca desmayó en ese propósito. Y ahí es que está la diferencia. Sufrió derrotas y decepciones, pero siempre creyó en su propósito. Y al final, tras muchas frustraciones, encontró el apoyo deseado y necesario de parte de los Reyes Católicos de España.

No crean que fue fácil convencer a los reyes. Al principio no le hicieron caso. Varias veces presentó su proyecto en la corte, y sobre todo, a la reina Isabel l y varias veces fue rechazado. Los expertos consultados recomendaban la improcedencia de esos planes. Pero él insistió hasta que despertó el interés y el entusiasmo de Isabel y de Fernando por la empresa. Apoyado por ellos preparó la travesía. Navegó y alcanzó una nueva tierra desconocida hasta entonces por los europeos.

Ese descubrimiento es el gran acontecimiento, la gran hazaña, del milenio. Esa hazaña unió el mundo. Lo globalizó. Y fue posible gracias a la perseverancia del genovés, más que a cualquier otra cosa. La obstinación, perseverancia, experiencia y genialidad de Cristóbal Colón fueron las claves. Experto marinero, influido por el ambiente de Portugal y por diferentes lecturas, como las de Marco Polo, Colón concibió el proyecto de alcanzar el oriente navegando rumbo al oeste. Un famoso humanista, Toscanelli, influyó decisivamente en él y le indujo a cometer importantes errores de cálculo, que le llevaron a pensar que la tierra era más pequeña. Ese error le hizo suponer que las distancias eran más cortas. Según ese errado cálculo entre las Islas Canarias y Cipango debía haber unas 2498 millas náuticas cuando, en realidad, hay 10 700. Y eso lo llevó a creer que podía realizar el viaje en carabelas sin necesidad de hacer escalas.

LOS REYES CATOLICOS CEDEN ANTE LA PERSEVERANCIA DE COLON

Desde que concibió ese proyecto empezó a trabajar en su materialización. Él tenía los estudios y las ideas, pero necesitaba de un apoyo económico sostenido para llevar a cabo esa grandiosa empresa. Fue así como en 1484 visitó al rey Juan II de Portugal para pedirle apoyo económico. Pero el rey no le prestó oídos. Una junta de expertos consideró que el plan era descabellado, y el rey, más preocupado por las exploraciones africanas, no quiso prestarle su ayuda.
Pese a la decepción sufrida, Colón no se sintió derrotado. En ningún momento pensó abandonar su proyecto. Entonces un rayo de luz lo iluminó y lo llevó a pensar en presentarle sus planes a los Reyes Católicos de España. No perdió tiempo. Abandonó Portugal y se trasladó a Castilla para ver a los monarcas. Acompañado de su hijo Diego, se instaló en Palos de la Frontera (Huelva), donde entró en contacto con algunas personas que le ayudaron y tuvieron un papel destacado en la realización de la empresa. Estas personas eran los frailes franciscanos de La Rábida, que le pusieron en contacto con los reyes. También los hermanos Pinzón, que prestaron a Colón sus pertrechos, conocimientos e influencias; y los marineros andaluces, acostumbrados a navegar por el Atlántico y que formarían la tripulación del viaje colombino. Los monarcas castellanos tardaron mucho tiempo en recibir a Colón, y más tardaron en aceptar su proyecto. Fueron nada menos que siete años, de ir y venir a la corte, de reuniones, de exposiciones y análisis de los proyectos. Siete años de frecuentes contactos con personas influyentes de la corte, de zancadillas, de golpes bajos.

Los reyes al principio no mostraron interés por la empresa colombina. En realidad estaban inmersos en la reconquista de Granada de los moros. Pero además de la guerra con los árabes, las exigencias de Colón les parecían exageradas. Y para agravar el asunto, los expertos que analizaron el proyecto determinaron que era muy arriesgado. Sin embargo, Colón no cedió un ápice en sus argumentos. No perdió la fe. Hasta que al fin tuvo la dicha de convencer a dos altos cortesanos, como Luis de Santángel y Francisco de Pinelo, y estos convencieron a los reyes de la necesidad de transigir. Así finalizada la guerra con los moros y reconquistada Granada, Colón fue recibido por los monarcas en Santa Fe de Grenada, y recibió de ellos la gran noticia: Estaban dispuestos a financiar la empresa. Eso de por sí ya era una gran victoria para Colón.

Empezaron entonces las negociaciones entre Colón y los Reyes Católicos. El resultado de esas negociaciones fue recogido en las llamadas Capitulaciones de Santa Fe, firmadas en abril de 1492. En ellas se hacían una serie de concesiones a Colón, pero todas condicionadas a que las tierras prometidas fuesen efectivamente descubiertas. Los puntos fundamentales de este contrato otorgaban a Colón enormes privilegios, como el título de Almirante y Gobernador General de las tierras por descubrir. También se le concedían el diez por ciento de los beneficios comerciales, aparte de otras ventajas económicas.

Con unas cartas para el Gran Kan y las instrucciones para organizar la armada, Colón se marchó al puerto de Palos de la Frontera, que fue elegido como punto de partida porque en él se contaba con una buena flota y marineros experimentados en navegaciones atlánticas.

EL PRIMER VIAJE

Terminados los preparativos, unos noventa hombres se embarcaron en tres naves: La Pinta, la Niña, capitaneadas por los hermanos Pinzón, y la Santa María, por Cristóbal Colón. La mayoría de la tripulación era de Palos. No se embarcaron mujeres, frailes ni soldados, pero sí oficiales reales para velar por los intereses económicos de los monarcas, y un intérprete de lenguas orientales.

El 3 de agosto de 1492 Colón se despide de los reyes católicos y zarpa rumbo a las Canarias con un objetivo claro: Llegar a La India atravesando el Atlántico. Es decir, alcanzar el Este navegando por el incierto Oeste. Colón iría hacia lo desconocido, pero con mucha fe y decisión. No desconocía que estaba llamado a atravesar por situaciones tormentosas, pero estaba dispuesto a llevar a cabo esa gran empresa histórica, llamada a dividir la historia de la humanidad en un antes y en un después. Y como se esperaba en la travesía se presentaron algunos problemas. El más importante fue el descontento de la tripulación por el alejamiento de las costas y la presencia continua de vientos alisios, que los llevaban directamente hacia el oeste, temiendo que no encontrarían vientos favorables para volver a la península. Hubo varios amotinamientos de los marinos que culpaban a Colón de no saber hacia dónde los llevaba. Fueron momentos muy críticos para el genovés, que no era muy diestro solucionando conflictos entre los hombres.

Pero se la ingenió y logró calmarlos. Lo ayudó que en el mes de agosto aparecieron vientos contrarios, gracias a lo cual se sosegaron los ánimos.
Pero los problemas reaparecieron. La ausencia de señales de tierra mostró de nuevo el descontento de los marineros. El desaliento se fue generalizando. El propio Colón llegó a pensar que había sobrepasado el Japón. Un motín general estalló, que Colón pudo contener argumentando que en unos pocos días más encontrarían tierra. No estaba seguro de lo que afirmaba. Pero acertó. Pronto los vientos aumentaron, se avivó la velocidad de navegación y comenzaron a aparecer indicios de hallarse cerca de la costa. Esos indicios eran bandadas de pájaros y maderas que flotaban en el mar. La alegría volvió a las embarcaciones. Ya todos sabían que estaban cerca de pisar tierra.

EL DESCUBRIMIENTO

Al fin el 12 de octubre se divisó tierra. Cuando la tripulación ya estaba desesperada por la larga travesía, Rodrigo de Triana dio el famoso grito de: «¡tierra a la vista!». Sobre este episodio existe controversia entre los historiadores, ya que los reyes habían ofrecido 10 000 maravedís al primero que avistara tierra. Sin embargo este premio lo recibió Colón quien, según escribiera en su diario de a bordo, habría visto «lumbre» unas horas antes que Rodrigo de Triana. Al margen de esa controversia, la alegría de los marinos fue inmensa. Habían llegado a una isla de las Bahamas, que los indígenas llamaban Guanahaní y a la que Colón bautizó con el nombre de San Salvador. Colón desembarcó y tomó posesión de ella en nombre de los Reyes Católicos. Todos quedaron maravillados de las tierras y de los hombres, que Colón creyendo que había llegado a La India, y no a un nuevo continente, comenzó a llamar indios.

Estos hombres eran pacíficos, pero carecían de las riquezas que los descubridores esperaban encontrar. Pronto pasaron a reconocer la costa de la isla y, creyéndose en Extremo Oriente, zarparon de nuevo en busca de Cipango (Japón). Recorrieron las costas de varias islas Bahamas, de Cuba, hasta llegar a la isla de Haití, que Colón le puso el nombre de La Española.

Al mismo tiempo que seguían manteniendo relaciones con los indígenas, los españoles buscaban especias, aunque, en su lugar, vieron por primera vez el maíz, las canoas, las hamacas y el tabaco. En la Nochebuena de 1492 naufragó la nao Santa María en la costa norte de La Española. El cargamento se pudo salvar gracias a la ayuda de los indígenas, y con los restos de la nao Colón resolvió construir un fuerte, llamado de La Navidad, que fue el primer establecimiento español en América. Allí quedaron 39 hombres con el fin de mantener las relaciones amistosas con los isleños y buscar minas de oro. A mediados de enero, el Almirante dio la orden de volver. Junto a los españoles se embarcaron algunos indígenas, papagayos, pavos, productos de la tierra y objetos exóticos. En los primeros días de navegación, Colón escribió su famosa «Carta», que estaba destinada a difundir la noticia de su fabuloso descubrimiento.

Las dificultades del viaje de regreso fueron enormes, pero en todo momento Colón demostró sus magníficas cualidades marineras. Los vientos y las tormentas separaron las dos embarcaciones, y Colón, al mando de la Niña se vio obligado a poner rumbo hacia Lisboa, siendo recibido por Juan II, que fue el primero en escuchar el relato de su aventura. El rey portugués reclamó sus derechos sobre las tierras descubiertas, en base al pacto de Alcaçovas, pero Colón le demostró que no había ido a Guinea, sino a Las Indias. Ante el temor de represalias de los Reyes Católicos, el monarca le dejó partir rumbo a Palos.
Martín Alonso Pinzón, al mando de la Pinta, se había perdido en una tormenta y arribó a las costas de Galicia, y de allí tomó rumbo a Palos, donde llegó al mismo tiempo que Colón, a mediados de marzo. El Almirante se puso en camino para ver a los reyes, que se encontraban en Barcelona. Atravesó la península despertando la curiosidad de todos con su espectáculo de papagayos, indígenas, plumas exóticas, etc., dejando a los españoles impresionados y admirados.

El recibimiento que tuvo Colón en Barcelona fue grandioso, y los reyes le confirmaron todos los privilegios pactados en Santa Fe. Fueron días de glorias para El Gran Almirante. Había perseverado y triunfado. Había descubierto un nuevo mundo. Y todos, desde el más humilde hasta los propios reyes católicos, estaban maravillados con él. Enseguida empezaron los preparativos para el segundo viaje. Había que volver a las tierras descubiertas y esta vez conquistarlas y colonizarlas en nombre de España y los reyes católicos.

EL SEGUNDO VIAJE

En septiembre de 1493 se hacía a la mar una Armada formada por 17 barcos y una fuerza formidable, cercana a 1500 hombres. Sus objetivos eran socorrer a los españoles que habían quedado en América durante el primer viaje en el Fuerte de la Navidad, continuar los descubrimientos tratando de alcanzar las tierras del Gran Khan, y colonizar las islas halladas anteriormente. Tras una escala en Canarias, que con el tiempo se convertiría en algo habitual en la Carrera de Indias, Colón ordenó poner rumbo más al sur que en el primer viaje, pensando que de esta manera llegaría a Cipango (Japón) más fácilmente.

Lo que Colón halló en este segundo viaje fue, en realidad, la ruta más rápida y segura para navegar a América. En sólo 21 días consiguieron llegar a tierra y descubrir a Guadalupe, Monserrat y Puerto Rico. En la costa norte de Haití, donde se hallaba Fuerte Navidad, Colón supo la noticia de que los 39 hombres que había dejado en el primer viaje habían sido asesinados por el cacique Caonabo. En realidad, lo que ocurrió fue que esos españoles empezaron a abusar de los indígenas, queriendo forzar a sus mujeres a tener relaciones sexuales con ellos y llegando incluso a matar a algunas. La ofensa no podía ser tolerada impunemente por los indígenas, y no lo fue. Al mando del cacique Caonabo, una noche centenares de hombres asaltaron el Fuerte y mataron a todos los españoles. Al saber la verdadera razón de lo que había pasado, Colón de manera astuta dejó pasar el hecho sin tomar represalias. No le convenía. El sabía que debía evitar las confrontaciones innecesarias con los aborígenes. Por eso, echándole tierra al hecho y demostrando buena voluntad, se dedicó a fundar en ese mismo lugar, el 6 de enero de 1494, la primera población española en América, a la que le puso el nombre de La Isabela. Desde ella mandó algunas expediciones en busca de oro, del que remitió algunas muestras a España, y propuso a la corona que autorizara el intercambio de ganado y vituallas por esclavos indios caribes. En abril se trasladó a Cuba y poco después a Jamaica.

A su regreso a La Isabela, Colón descubrió que muchos descontentos se habían marchado de ella, mientras las enfermedades hacían presa en los pobladores que quedaban y los indígenas se rebelaban. Tras una corta lucha, Colón impuso a los vencidos la esclavitud y el pago de un tributo en oro y algodón. Sabedores de la terrible situación en sus nuevos dominios, los Reyes Católicos toman la decisión de enviar a Juan de Aguado para que les informe de lo que está sucediendo. En marzo de 1496 regresaba Aguado a España, acompañado por Colón, que no quería perder el favor de la corte para su empresa descubridora. Dejaba construidas seis fortalezas y el mando de los territorios otorgado a su hermano. En la entrevista mantenida con los reyes el otoño siguiente, Colón recibe críticas por la conflictividad y la falta de rentabilidad de sus empresas, pero se justifica con el fin evangelizador.

EL TERCER VIAJE

Tres años tarda Colón en organizar su siguiente viaje. Por momentos su prestigio y el de la propia empresa americana, que parece un negocio ruinoso, se ven seriamente deteriorados. Pero El Almirante no es de los que desfallecen fácil ante los contratiempos. Su voluntad de perseverante sigue incólume. Logra reponerse y organiza el tercer viaje. Ocho naves componen esta vez la flotilla colombina. En enero de 1498 salen de la península ibérica y sin contratiempos llegan al nuevo mundo. En ese viaje lo acompaña el padre Bartolomé de Las Casas, quien después proporcionaría parte de las transcripciones de los Diarios de Colón. De las ocho naves, por disposición de Colón, cinco pasan a reforzar los establecimientos de La Española, y tres se dedican a nuevos descubrimientos. Al mando de esas tres va Colón deseoso de nuevos descubrimientos. A finales de julio desembarcaba en la isla de Trinidad y poco después explora la costa venezolana de Paria y la desembocadura del gran río Orinoco, donde escribe, usando su gran imaginación, que había llegado al paraíso terrenal.
En agosto de ese mismo año decide regresar a La Española. En lo adelante, los conflictos políticos y administrativos absorben por completo a Colón, impidiéndole continuar con las exploraciones. Primero tiene que hacer frente a una sublevación indígena y, más tarde, se rebelan los propios españoles, acaudillados por Francisco Roldán. Sólo la autorización del reparto de las tierras de los indígenas y la concesión del servicio personal de los mismos a los españoles, junto a algunas medidas de fuerza, consigue detener la revuelta.

En 1500 llega a La Española un enviado real, Francisco de Bobadilla, que viene como juez pesquisidor con plenos poderes para poner orden en la colonia. Bobadilla halló culpable a Colón de todos los males, se apoderó de su casa, papeles y bienes, le abrió un proceso y lo remitió a España cargado de grilletes junto a sus hermanos Diego y Bartolomé. A continuación dio libertad para coger oro, vendió tierras y repartió indios. Acababa así la etapa de gobierno personalista del Nuevo Mundo y empezaba un nuevo orden. Colón llegó a España en noviembre de 1500. Aunque los reyes mandaron ponerlo en libertad de inmediato, sus enormes privilegios habían desaparecido. Colón había triunfado como marino y descubridor, pero había fracasado como gobernante. En España recuperó su libertad, pero había perdido su prestigio y sus poderes. Y para siempre. Empezaba el triste fin de Colón, el fin del Gran Almirante, el fin del Gran descubridor

EL CUARTO VIAJE

A pesar de todo, en marzo de 1502 recibe el cometido de preparar un cuarto y último viaje, cuyo objetivo debía ser hallar el estrecho que se creía separaba las tierras firmes del norte y del sur, para lograr paso franco al continente asiático. Colón tenía prohibido desembarcar en La Española para evitar conflictos, al igual que la captura de esclavos. Se prepararon cuatro carabelas con 140 hombres, entre los cuales figuró el hijo del descubridor, Hernando Colón, que nos legó un relato del viaje.
En mayo de 1502 partieron de la península, dirigiéndose a Martinica, Dominica, La Española (pese a la prohibición), Jamaica y Cuba. De allí navegó hacia la costa de Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, donde logró rescatar (comerciar) cierta cantidad de oro. En noviembre fundaron Portobelo y poco después, también en la costa panameña, Nombre de Dios. Tras sufrir un ataque indígena tuvieron que poner rumbo a Cuba, pero naufragan a la altura de Jamaica. Hasta ese momento, el cuarto viaje colombino había servido para probar que desde Brasil a Honduras no existía paso alguno hacia el oriente. Desde Jamaica, Colón despacha a siete de sus hombres para que pidan socorro en La Española. Logran llegar a La Española e informan de la triste situación del Almirante y sus hombres. La administración de La Española dispone ir en sus auxilios. Por fin, en julio de 1504 los náufragos son rescatados y llevados a La Española, donde le es prohibido a Colón permanecer mucho tiempo. Sin una mejora significativa de su salud, le toca marcharse a España, adonde llega en noviembre de aquel año agotado y enfermo. En España trata de recuperar su salud y el favor de los reyes. Pero ya era tarde. Ya no creían en él ni lo querían muy cerca. Arrinconado, enfermo y abandonado por los reyes, el 20 de mayo de 1506 cerró sus ojos para siempre, sin saber que había descubierto un nuevo continente.

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