Cuando el PLD era chiquito
Por: Luis Córdova
La militancia firme y discreta de mi madre jamás provocó una discusión con mi abuela, una confesa fundamentalista balaguerista. Antes de llegar del círculo de estudio o de los esfuerzos concentrados, guardaba discretamente su boina morada y con igual cuidado colocaba, como si fuese casual, los ejemplares de Vanguardia entre mis libros escolares.
Formaba parte de un PLD chiquito, romántico.
Cuando un partido entra en crisis, sea de izquierda o de derecha, antes como ahora, el remedio que indican los sabios sigue siendo el mismo: volver al origen.
España nos ha dado la lección, para citar un solo ejemplo.
Ese pequeño PLD, en la convulsa década de unos noventa en los que alcanzaría el poder, desarrolló un inteligente proselitismo: todos los aspirantes presidenciales eran respaldados por todos los militantes.
Las actividades de Norge eran tan contundentes como las de Euclides, así los demás por igual, porque no importaba el liderazgo personal sino vender y construir la imagen de un partido fuerte.
Las guerras, en las que tanto sirve quien mata como quien se deja matar, en estos tiempos en que son híbridas se juega a ser aniquilados.
Entre los aspirantes a encabezar las tropas moradas y calzar las botas de Bosch hay muchos generales de batallas, es cierto, pero no hay ningún héroe de guerra.
Quizás los sabios de la antigüedad aún tengan razón y se precise volver al origen, como cuando el PLD era chiquito.