Cuando un pueblo se acostumbra a su miseria y necesidad, renuncia a su derecho de cambiarlo

Por Margarita Feliciano

La historia política nos ha demostrado que cuando los pueblos se cansan de lo mismo, tienden a callar. Ese silencio, muchas veces, se convierte en resignación y, peor aún, en costumbre.

Las necesidades dejan de ser reclamos legítimos y se transforman en parte de la rutina diaria de una ciudadanía desencantada, que ya no exige, que ya no cree, y que termina tirando la toalla, perdiendo la esperanza y la credibilidad en quienes la representan.

Así, muchos dejan de votar, amparados en la frase popular de que “todos son iguales”. Pero no es cierto. En política, como en la vida, hay mejores y peores. Nadie es perfecto, pero siempre existe la opción de elegir al menos malo, al más comprometido, al más cercano a la gente. Y eso se determina fácilmente cuando comparamos el antes y el después, lo prometido y lo incumplido, la palabra dada y los hechos reales.

Los que no salen a votar son, en gran parte, responsables de aquello de lo que hoy se quejan. Porque el cambio no llega con el silencio ni con la abstención, sino con la acción y la conciencia ciudadana. El voto no tiene valor económico: tiene valor cívico y moral. Es la herramienta más poderosa que tiene un pueblo para decidir el rumbo de su país.

Cuando la población votante entienda que cada voto define la buena o mala administración del Estado, los candidatos se verán obligados a gobernar mejor, conscientes de que serán evaluados por su trabajo, su cercanía y su servicio, no por dádivas ni funditas.

Aceptar dinero o favores a cambio del voto no solo es una ofensa a la dignidad, sino también una trampa que perpetúa la pobreza. Porque una cosa es recibir un pago cada cuatro años, y otra muy distinta es tener un gobierno que trabaje por ti durante esos cuatro años.

Es tiempo de despertar, de recuperar la confianza y de ejercer el voto con responsabilidad. El cambio verdadero no depende de los políticos: depende del pueblo que decide quiénes merecen representarlo.

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