De Al-Qaeda a estadista: la impunidad que estabiliza Siria
Por: Alfonso Ossandón Antiquera
Secretaría Italia CONAICOP
El ascenso de Ahmed al-Sharaa evidencia la crudeza de la realpolitik: un exmercenario yihadista se convierte en líder reconocido internacionalmente mientras Occidente y sus aliados reciclan verdugos en diplomáticos según convenga.
Ahmed al-Sharaa, exmilitante de Hay’at Tahrir al-Sham, filial de al-Qaeda en Siria, se ha convertido en la cara visible de un país que busca dar vuelta la página tras décadas de guerra y destrucción. Hace apenas unos años, las capitales occidentales lo consideraban un enemigo absoluto; hoy pronuncia discursos en la ONU y es recibido como presidente legítimo de Siria. La paradoja es evidente: la política internacional, en su versión más pragmática y cruda, recicla verdugos en diplomáticos cuando los intereses estratégicos lo exigen.
La caída de Bashar al-Assad en diciembre de 2024 dejó un vacío que Al-Sharaa supo ocupar. Assad, cercano a Rusia y Teherán, cedió terreno a un líder que, aunque con un pasado turbio, resultaba útil para equilibrar la región. Ankara y Doha respaldaron su ascenso; Occidente, más pragmático que moral, aceptó su legitimidad funcional. El resultado es que un hombre que fue mercenario yihadista se pasea por Nueva York con la apariencia de estadista, mientras quienes lo financiaron y toleraron en el pasado ahora lo ven como interlocutor conveniente.
En paralelo, Siria busca estabilizar su economía mediante la emisión de una nueva moneda prevista para diciembre de 2025. La libra siria ha perdido más del 99% de su valor desde 2011, y la eliminación de dos ceros de los billetes busca simplificar transacciones, restaurar confianza y proyectar una sensación de control. Los billetes podrían ser impresos por una empresa estatal rusa o en Emiratos Árabes Unidos y Alemania, mostrando la complejidad de los alineamientos internacionales y la necesidad de apoyos externos.
La solicitud de ingreso al bloque BRICS refuerza este pragmatismo: Siria busca abrir canales financieros alternativos, asegurando respaldo económico y diplomático fuera de la órbita occidental. Todo apunta a que estas maniobras, junto con el control de las bases rusas en Tartus y Latakia, permiten a Al-Sharaa proyectar autoridad y estabilidad, mientras conserva su pasado sin que esto afecte su posición actual.
La historia de Al-Sharaa evidencia cómo la realpolitik funciona en su forma más vulgar: los verdugos se convierten en diplomáticos, los intereses estratégicos pesan más que la moral, y la impunidad de ciertos actores se ríe de todos en nombre de la estabilidad regional. Lo que se sembró en la guerra —milicias financiadas, facciones armadas, alianzas oportunistas — se cosecha hoy como legitimidad funcional y discursos de reconstrucción. Siria, sus aliados y sus adversarios aprenden la lección más dura de la política internacional: la estabilidad se compra con pragmatismo, y la historia a menudo protege a quienes sirven mejor al tablero.
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