De como la permanente crisis socio-económica y política de la democracia representativa 1966-2024 amplifica los anhelos de restauración involucrando a diversos actores, instalando novedosas expresiones culturales y consolidando la participación ciudadana.
Por Juan Carlos Espinal.
En este texto, la emergencia ante la crisis permanente del capitalismo neoliberal protagoniza un espacio conceptual, social, cultural y político: la alternativa política al estatus quo.
Para la sociedad Dominicana en su conjunto, los últimos años que van desde la aparición de la pandemia COVID-19 en 2019, hasta la desaparición del Estado de Derecho en 2025, han sido de grandes retos.
No solo la emergencia sanitaria y la desestabilización social; también hemos vivido una inédita condición de excepción política, de estados de emergencias en todos los órdenes que han sido protagonizados por una pluralidad de actores sistémicos y que ha sido conceptualizado de diversos modos, cuya narrativa establecida por los agentes del Bipartidismo presidencialista es un terreno disputado en los diferentes escenarios de la opinión pública nacional, entre investigadores, análistas y creativos de producción teórica, política y estética, tanto por los sujetos de la llamada sociedad civil organizada, sus representantes de clase, centros de estudios así también como por sus intelectuales orgánicos y expertos y expertas en contradicciones.
En el caso de la crisis estructural pos COVID-19 que sacude al país desde fines del año 2019, esta ha sido caracterizada como un narrativa burócratica.
Miles de personas se tomaron las calles de las principales ciudades del país y sus barrios, para manifestar un malestar radical con las formas desiguales de distribución del poder político y de los beneficios materiales, culturales, educacionales, y jurídicos, en el marco de estos años de gradual aplicación del borrador neoliberal.
Grandes movilizaciones sociales se manifiestan por todo el país a través de diversas modalidades de participación ciudadana, como una gran ola crítica anti sistema capaz de resignificar los espacios públicos por la vía de la contestación popular, la ira urbana y la desobediencia civil.
Comunidades enteras que han visto sus anhelos de bienestar postergados abrazan la protesta ciudadana de forma cada vez más regular, desde sus espacios poblacionales, desde sus organizaciones barriales, juveniles, culturales, desde la producción artística, desde la marginalidad social y desde los circuitos mediáticos.
Ciudadanos de todas las categorías sociales, representantes de una nueva generación política, dan vida propia a una silente movilización de alto impacto, emocionalmente intensa en su dimensión comunitaria, audaz en sus métodos de trabajo y amplia conectividad, con gran capacidad de convocatoria de personas y movimientos sociales, a la manera de una vasta creación política y eminente cultural transversal.
Meses después de la imposición del confinamiento, una experiencia similar protagonizaban los colectivos sociales movilizados por la defensa de la vida y de la paz, por la denuncia a la política corrupta de los gobiernos nacionales, demandando dignidad humana, reconocimiento público y justicia social.
Una imagen predominante en estas movilizaciones sociales fue la de los jóvenes y las mujeres transformando en un breve lapso estos levantamientos en una red de demandas comunes, tales como, la democratización del poder, el desmontaje de la economía neoliberal, la resignificación de las políticas sociales, la exigencia de contar con un Estado protector ante emergencias socio-sanitarias, la reorganización de la institucionalidad política, una respuesta activa de la sociedad ante la crisis climática y los efectos del extractivismo, la defensa de las comunidades expropiadas de sus territorios, riquezas y saberes, entre otras demandas no menos significativas.
Los mismos y las mismas protagonistas de estos acontecimientos han venido construyendo creativas narrativas para asi dotar de recursos argumentativos y simbólicos al Colectivo.
Imágenes, datos, cifras, estadísticas, íconos revolucionarios, performances musicales, humor inteligente, grafitis y murales han configurando un imaginario político alternativo que se desplega a través de metodologías de acción directa, producciones culturales, manifiestos comunes y registros audiovisuales.
Lo común de estas manifestaciones -sean las del movimiento ambientalista o las reivindicaciones del Código Penal-, muestran a la sociedad la existencia de un poder ciudadano decidido a rebelarse y a disputar agendas políticas, espacios públicos y definiciones de futuro desafiando el control de las élites e imponiendo a las instituciones políticas establecidas nuevas agendas, en el sentido más estricto de la defensa de los ciudadanos y las ciudadanas comunes.
La cotidianeidad Dominicana se ha visto cada vez más convulsionada por una insatisfacción ciudadana protagonizada por los móviles celulares, que a través de las redes sociales se manifesta como reacción al daño, a los abusos, a las discriminaciones.
De manera silenciosa se está dando una especie de toma colectiva de la narrativa popular que, desde una contingencia de alto conflicto pone en evidencia que, desde los pueblos, las comunidades, los ciudadanos y las ciudadanas movilizados se exige un nuevo orden político, nuevas condiciones efectivas de protección social y garantía de los derechos humanos.
Este nuevo orden emergente defiende la dignidad del prójimo para el reconocimiento pleno de las diversidades socio-culturales, para establecer nuevas formas de hacer política desde las comunidades y no sobre ellas.
Todo este repertorio de recursos simbólicos, discursivos, de consignas y de modalidades de afectación y convivencia entre las y los nuevos agentes de cambio han creado un gran escenario cultural-político-educativo, cuyo mapa político y contenido social se han desplegado geográficamente a medida que de forma natural avanza la movilización, y que hasta hoy queda como marca viva de una demanda de regeneración política en el país, desde las bases ciudadanas, que se aprecia en las dinámicas constituyentes que se abren como una de las consecuencias del despertar de estos valores.
Se desplegan liderazgos diversificados, coordinaciones territoriales, redes sociales de apoyo, materiales educativos en dirección a hacer de todo lo que se vive una experiencia de unidad, de rebelión y de disputa de las bases predominantes de la moral pública y de las formas de organizar la política.
Estos movimientos políticos surgen desde la ciudadanía que se asume como protagonista de circunstancias inéditas.
Las movilizaciones de estos últimos años son más que una rebeldía, pues lo que se está comunicando no es sino que un llamado justo a extinguir los nidos de privilegios, estructuras económicas y educacionales discriminatorias, para crear un gran consenso policlasista.
Tres grandes argumentos han dado lugar a algunas claves decisivas para el mejor entendimiento público de lo que se desea expresar con las movilizaciones: la creación de sociedades igualitarias, inclusivas, participativas, garantes de los derechos humanos, así como el horizonte de convocantes de la defensa de la Constitución y el Estado de Derecho; acceso a los bienes comunes materiales e inmateriales, para permitir el desarrollo de proyectos personales y colectivos de vida y de capacidades humanas fundamentales para ser protagonistas de la transición política de una época en que vivimos local y globalmente, y el necesario giro comprensivo sobre las razones del malestar social que implica una resistencia esta vez epistémica, que exige construir herramientas críticas para desarrollar saberes políticos que desmonten el patriarcado, el nepotismo, la cultura del fraude, las violaciones a los derechos humanos que afectan a las comunidades ancestrales y otras marcas de la dominación material y simbólica vigentes.
Las rebelión de la ciudadanía puede leerse como un hastío con la modernización ofrecida por el orden neoliberal, como un lamento por las expectativas insatisfechas con la democratización del consumo y las promesas meritocráticas, discursos clave para buscar deshacerse del orden presidencialista.
El neoliberalismo cultural no ha sido sino la expresión reciente de un capitalismo que expropia el sueño modernizador de la gente y su proyecto de integración y desarrollo material.
Sin embargo, las desigualdades y la precarización de la vida, la desprotección social y la mercantilización de los servicios fundamentales, como son los de la salud y la educación pública, configuraron el opaco rostro humano del modelo fondomonetarista.
Pero no solo ha sido la crisis de expectativas y la desilusión con las promesas modernizadoras incumplidas las que han movilizado a importantes sectores populares y de clases medias, sino también un sentimiento explosivo de cansancio con los abusos de las élites y la precarización de la vida que están latentes en la matriz del orden económico imperante,
La desterritorialización del empleo, la falta de acceso a una educación de calidad, y a bienes claves para sostener la vida material, la generación de condiciones indignas en el trato en ámbitos de la vida social y laboral, la impunidad ante la corrupción de la clase política, la precariedad y la inseguridad de los barrios populares, la segregación racializada, entre otras manifestaciones, terminaron configurando un clima de levantamiento, y el orden neoliberal actual perdió toda su credibilidad, tanto en la versión administrada por sectores políticos de derecha como del progresismo.
La desestabilización, como expresión psicosocial, opera visualizando nuevos horizontes, configura un imaginario colectivo de resistencia y de proyecto popular, llegando a ser una escuela de imaginación revolucionaria.
Es algo así como la comprensión colectiva de que es posible mirar más allá de lo mediocre, un darse cuenta experimentado un proceso institucional diferente a este tipo de degradación, y del cual se desconfía marcando el fin del protagonismo de la democracia representativa 1966-2024, en la construcción de otro tipo de democracia.
Los movimientos sociales tienen nuevas escalas y ámbitos de crecimiento diversos.
Se desplegan en amplios territorios urbanos, en barrios populares, en sectores residenciales y comerciales, en pequeñas y grandes ciudades, en establecimientos escolares, en universidades, en servicios públicos, en centros culturales y artísticos, en las calles y en sus paredes como una gran muestra de resistencia ciudadana.
A través de las redes sociales los Colectivos y las comunidades reparan sus padecimientos movilizando deseos y poderes propios.
Los municipios se degradaron hasta unificar la depresión de los circuitos locales.
Los flujos humanos y los espacios públicos adquirieron un tono de emergencia. Emergen memorias subordinadas con una intensidad manifesta qué se hace más radical empujando hacia la confrontación.
Se está dando lugar a procesos de reflexiones también extremistas.
La desestabilización ha convertido los territorios en espacios de generación de agendas que sobrepasan las propiamente institucionales, mediáticas oficiales, o las que intentan ubicar a sus militancias en el centro las organizaciones políticas tradicionales.
El partido tradicional ha pasado a ser una consigna de insumisión.
El ecologismo, la defensa de la vida; los colectivos locales y culturales, el derecho a vivir democracias realmente participativas y abiertas a la innovación, y con derechos soberanos a explorar significaciones políticas inéditas para gestionar la convivencia, la seguridad y el acceso a los bienes comunes científicos, tecnológicos y naturales se ha convertido en el movimiento de mayor apoyo popular de la época.
Médicos, Bioanalistas, enfermer@s, educadoras populares y profesores del sistema escolar levantan desde el escenario emergente un mapa de acciones pedagógicas públicas, mediante intervenciones urbanas, performances, cabildos, foros ciudadanos, y colectivos de análisis y comunicación comunitaria.
A la lucha de resistencia se han integrado los campesinos que escenifican los deseos de los movimientos colectivos en un sentido popular, generándose nuevos mecanismos de respuesta cultural.
Las redes sociales que mantienen un flujo de información a través de su interconectividad geométricas operan como canales de incidencia pública en las coyunturas previas a las manifestaciones, a partir de los procesos constituyentes que se despliegan.
Somos protagonistas de una nueva conciencia social desde donde nace la transformación.
Esta conciencia social está liberando un movimiento popular frente a las estancadas ideas del viejo estado de pos guerra.
Este movimiento popular genera un lenguaje inclusivo de una estética disruptiva con formas de comunicación propias, y manifestaciones artísticas que enmarcan la lucha politica dentro de una puesta en escena de educación popular y acción ciudadana, en un guión estético que narra la transición desde el abatimiento de la élite hacia los colectivos precarizados por el orden neoliberal que da paso a la movilización que recupera las memorias de levantamientos pasados y olvidados qué en algún momento se registraron.
En tiempo real, este poderoso movimiento político domina el uso de los espacios públicos como escenarios de un liderazgo alterno sin ser extravagantes, siendo insumiso y dispuesto a la disputa, a la confrontación poética a con la represión y el levantamiento de muros, respectivamente.
Este proceso de emancipación es en efecto una gran reivindicación de lo público y común en contextos de libertades políticas limitadas y de alta discriminación y desigualdades.
Se abren nuevos rumbos para pensar y protagonizar la política democrática; para organizar colectivos ciudadanos autogestionados; para articular, con base en agendas comunes, movimientos sociales diversos; para exigir un nuevo Pacto social, político, económico y medio ambiental en igualdad.
Que construya un acuerdo político de justicia social y de recuperación de la vida política sin violencias y represión; para ampliar el sentido de los afectos y la convivencia en las movilizaciones sin exclusiones por razones de prejuicios identitarios, sin dominio de prácticas políticas patriarcales; para valorar una inteligencia social y colectiva surgida del ejercicio continuo del propio padecimiento, y también de las opresiones de las otras y los otros, impulsando proyectos y convergencias que configuren el poder ciudadano.